11 M desde la distancia
Por José Luis Muñoz , 11 marzo, 2014
Aunque cueste creerlo han pasado nada más ni nada menos que diez años desde ese fatídica fecha en la que unos yihadistas de la franquicia de Al Qaeda dinamitaron unos cuantos trenes de cercanías en Madrid y algo se ha avanzado desde entonces: las asociaciones de víctimas de los atentados, escindidas entre las dos Españas hasta en el dolor, se han reunido para conmemorar tan dolorosa efeméride.
La masacre me encontró trabajando. A medida que crecía el número de muertos mi intuición me decía que aquello no podía ser obra de ETA. El desmentido de Arnaldo Otegui llegó enseguida, pero muchos no creyeron en él, o se empeñaron en no creerle. Había habido un precedente, un atentado con víctimas contra la Casa de España de Casablanca en mayo de 2003, en el marco de una serie de acciones terroristas en la ciudad marroquí que dejaron 41 muertos, que el gobierno de Aznar había tratado de minimizar. La gestión pésima y torticera de la información sobre el 11-M, la desinformación, más bien, le costó al PP la pérdida de aquellas elecciones, qué duda cabe, y no porque los fieles votantes de la derecha española cambiaran de intención de voto, que algunos hubo, sino porque la izquierda sociológica se volcó y fue a votar en masa para que el partido que había tratado de engañar con la desinformación en los días posteriores al atentado no siguiera gobernando en España. Y así fue.
Hubo más víctimas además de esas casi doscientas personas cuyos cuerpos quedaron destrozados por la locura terrorista, los casi dos mil heridos y los sufridos familiares. Un mando de los GEO y varios miembros de la numerosa célula yihadista que se inmolaron días después. Y una víctima colateral, Magdalena, la esposa de un mando policial, el comisario Rodolfo Ruíz Martínez, a cargo de la comisaría de Vallecas, que sufrió durante cuatro años un acoso mediático y judicial delirante, magnificado por El Mundo y la COPE, y fue acusado de fabricar pruebas para inculpar a los yihadistas de los hechos, que terminó internada en un hospital psiquiátrico y suicidándose.
En todos estos años, sin un solo argumento a su favor, el defenestrado director del diario El Mundo Pedro J. Ramírez se ha empeñado en la teoría conspiranoica involucrando en el 11-M a otros actores que, según él, no han sido convenientemente investigados. Finalmente, según le oímos en una reciente entrevista realizada cuando ya había dejado de desempeñar sus funciones, dijo que estaba convencido de que ETA no tuvo nada que ver en el atentado, a pesar de que durante diez años dijo exactamente lo contrario. Bueno es saberlo. Mejor que pidiera disculpas por tan descabellada teoría que cuajó entre algunas asociaciones de víctimas del 11-M.
Para los de bigote, para los de las guerras, para los de las torturas en Guantánamo, para los que no encontraron las armas de destrucción masiva, para los que no sabían ni que existían, para los que nos mintieron entonces, para los que nos mienten ahora, para los amigos del ex presidente del Gobierno, para los amigos del ex ministro del Interior, para los amigos de Bush, para los que si pierden unas elecciones se enfadan (…), para todos ellos, y en mi nombre, mi desprecio más despreciable, dijo la presidenta de la Asociación 11-M Afectados de Terrorismo, Pilar Manjón, madre de uno de los 191 asesinados en los trenes, en un acto de homenaje a las víctimas en 2007. Y las cosas han cambiado poco.
En el bando de los conspiranoicos ya quedan pocos militantes, incluso dentro del PP. El actual ministro del interior no tiene la más mínima duda de que fue una célula de Al Qaeda, pero el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, sigue diciendo que A todo el mundo le interesa saber lo que sucedió realmente el 11M, como si no se supiera ya con el macrojuicio pilotado por el juez Bermúdez, bestia negra del partido en el poder, y parecidas dudas parece albergar la secretaría general María Dolores de Cospedal.
Quién sigue en el bando de los irreductibles es la banda de Aznar, la rancia extrema derecha del partido incapaz de entonar un mea culpa y pedir disculpas a la sociedad española por la pésima gestión antes, durante y después del más sangriento atentado de la historia de España. Parece ser, según investigaciones de Fernando Reinares que vierte en su documentado y riguroso libro Matadlos, quién estuvo detrás del 11-M y por qué se atentó en España, que la decisión de atentar en España se tomó en Pakistán, a raíz del desmantelamiento por Baltasar Garzón de una célula yihadista en 1997 en el curso de la llamada Operación Dátil—aquí el mea culpa deberíamos entonarlo todos los que lo relacionábamos con el infausto trío de las Azores y la posterior invasión de Irak, aunque también eso alentó a los terroristas y estuvo presente en el manifiesto que leyeron para reivindicar la masacre—.
Sería muy interesante, por higiene democrática, y para lavar su propia conciencia, ver al expresidente Aznar y a su ministro de interior Ángel Acebes—que señaló claramente a ETA, a sabiendas de que no era, y calificó de miserables a quienes piensen, digan o defiendan lo contrario—, aparecer en los medios de comunicación, ahora que se cumplen diez años de la matanza, y pedir disculpas a las víctimas y a la sociedad española por su burdo intento de confundir a la opinión pública a la que se sumaron, no lo olvidemos, alguno de los medios de comunicación que, por aquel entonces, aún tenían una cierta patina de progresista. Molestándose en escuchar lo que decían los medios internacionales y las radios de todo el mundo a las pocas horas del atentado no se habrían dicho tantísimos despropósitos por parte del gobierno de la nación, algunos altos dirigentes del PSOE y medios de comunicación que cerraron filas en torno a Aznar. La verdad estuvo a punto de ser otra de las víctimas colaterales de la tragedia. Afortunadamente el pueblo español no lo permitió.
Ahora ya sabemos quién dio la orden, señor Aznar, eso que tanto le preocupaba y situaba en montañas cercanas y desiertos próximos y no le dejaba dormir: Amer Azizi, desde un desierto muy lejano de Pakistán. Un dron lo desintegró, sin juicio, en otra clase de terrorismo que tiene mejor cara porque lo hacen los nuestros y sucede en desiertos muy lejanos.
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