La mujer que no bajó del avión, de Empar Fernández
Por José Luis Muñoz , 10 marzo, 2014
Editorial Versátil, 2014, 269 pgs.
¿Quién no se ha preguntado, en un aeropuerto, a quién debe pertenecer esa maleta que da vueltas una y otra vez en la cinta y nadie recoge? ¿Quién no ha estado tentado alguna vez de llevarse esa maleta olvidada? Pues eso hace el protagonista de esta novela, Álex Bernal, tras una desastrosa estancia en Roma, hacerse con esa maleta olvidada en el aeropuerto de Barcelona y vivir una existencia paralela guiado por el misterioso diario que contiene ésta. Y de ese modo la atormentada Sara Suárez, la mujer que no bajó del avión, aquejada por el sentimiento de culpa, se confiesa ante un desconocido y le explica una serie de situaciones límites que atañen a su vida personal y a sus seres más queridos, y Álex, el personaje gris, que se aloja con su hermano, que encuentra un trabajo precario en una pizzería, vive como si fuera propia esa historia que ha robado y que está en la maleta misteriosa. Dos novelas al precio de una tras este título hitchcokniano, y una de ellas, la de Sara Suárez, que, lentamente, va seduciendo a Álex Bernal hasta el punto que la máxima ilusión de su vida mediocre es acabar de trabajar para seguir leyendo ese diario de una desconocida con la que no se cruzará jamás sino a través de esas confesiones íntimas. Podemos hablar de un proceso de vampirización de Álex Bernal, que a mí, en particular es lo que más me gusta de la novela, por parte de la misteriosa y enigmática mujer Sara Suárez que viajaba en el avión con él, que se sentaba en el asiento de detrás, y de la que el protagonista tiene un recuerdo vago.
La novela de Empar Fernández, en primera persona, no sólo está muy bien escrita, muy bien construida, cosa, por otra parte, habitual en su ya considerable carrera literaria—Para que nunca amanezca, Hijos de la derrota, Mentiras capitales, El loco de las muñecas (finalista del premio de Novela Fernando Quiñones), La cicatriz (Premio de Novela Corta Rejadorada), más Cienfuegos, 17 de agosto y Hombre muerto corre escritas con Pablo Bonell—, sino que dibuja perfectamente todos y cada uno de los personajes que pululan por ella, como Álex Bernal, el protagonista, obsesionado, por influencia de su padre, en definir con precisión los colores que ve—Mi padre hubiera dicho de la maleta que es rojo Burdeos virando a rojo carruaje. Y no es que mi progenitor fuera pintor, marchante o un entendido en artes plásticas, nada más lejos, la realidad es otra. Trabajó desde su juventud hasta su tardía jubilación en una droguería que era también almacén de pinturas—el hermano de Álex, Raúl, su cuñada Rosa, Marina, la hija de Sara, el proffesore Aldo Trota, cuya relación con Sara Suárez constituye una de las claves de la novela—Yo, por mi parte, seguí adelante con mi embarazo a la vista de todos mientras, en proporción inversa al aumento de mi barriga, declinaba el prestigio de Aldo en la comunidad universitaria—, su esposa Lina Marsicano…
No es La mujer que bajó del avión una novela negra al uso. No hay ambientes sórdidos, ni personajes retorcidos, salvo quizá, Eloy, el hermano de Sara con el que finalmente traba contacto Álex. Quién busque en sus páginas la resolución de un alambicado crimen, o una investigación policial, no la va a encontrar. Es propiamente un thriller de misterio que gira, sobre todo, alrededor de ese inmenso sentimiento de culpa que arrastra la protagonista de esa segunda novela, la del diario—Él temblaba bajo el efecto de mis manos que agitaban las suyas y yo temblaba de dolor, de cólera y, quizá, de arrepentimiento. Entendí, mientras sujetaba desesperadamente sus manos, que nada hay peor que la culpa—cuya lectura va cambiando a Alex.
Ese diario que Álex Bernal encuentra en la maleta abandonada que da vuelta tras vuelta en la cinta transportadora es, para mí, la alegoría de la obra literaria, pues son las novelas como ese texto de Sara Suárez, que el destino pone en las manos de Álex y le cambian la vida, manuscritos metidos en una botella y echados a la mar por el autor a la busca del lector.
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