La sangre palestina
Por José Luis Muñoz , 31 julio, 2014
En pleno auge de la delirante y sangrienta batalla entre el estado mexicano y el narco me preguntaba, y preguntaba a colegas mexicanos con los que tropezaba en congresos o festivales literarios, por esa violencia extrema de los sicarios mexicas, buena parte de ellos salidos de las filas policiales, expertos en decapitar o disolver en ácido a sus adversarios. Varios me lo resumieron con una respuesta simple y obvia: porque pueden.
Hace muchos años, a finales del siglo pasado, que eso ya es casi historia, una guerra fratricida sacudió los Balcanes tras la desmembración de Yugoeslavia. El cerco serbio a la bella ciudad de Sarajevo, las imágenes de su biblioteca ardiendo en llamas, la cacería humana de civiles por parte de francotiradores que se aseguraban sus disparos haciendo blanco primero en niños, porque sabían que a continuación serían los padres los que, acudiendo en su auxilio, se convertirían en las siguientes víctimas, y, sobre todo, la escena dantesca del bombardeo de un mercado por la artillería de los criminales de guerra que cercaban la ciudad, desmembrando a los que acudían a combatir la hambruna, dieron la vuelta al mundo, colmaron la paciencia de la Comunidad Internacional, horrorizaron a las conciencias y el estallido de violencia se terminó en meses cuando intervino la OTAN. Serbia masacró impunemente Bosnia mientras pudo.
Cada día que pasa nos desayunamos, comemos o cenamos con espantosas imágenes de muerte y destrucción en la franja, fíjense el nombre, franja, ni país ni territorio, simplemente franja, de Gaza en la que los que han sido atrapados allí por el pecado de haber nacido palestinos son desmembrados por las bombas que les lanza un gobierno, digámoslo claramente, asesino de Israel, porque lo que está sucediendo allí no es una guerra sino una cobarde masacre. Mueren centenares de niños, se bombardean escuelas, hospitales, ambulancias, mercados, establecimientos de la ONU; en esta locura de violencia en la que ha entrado el Tzáhal no se respeta absolutamente nada. En una aplicación rigorista de la Biblia, Israel hace lo que mejor sabe: destruir al adversario, aniquilarlo, no dejar piedra sobre piedra, sacar mil ojos por cada propio. ¿Por qué actúa de ese modo? No es ningún secreto y la respuesta es de una simplicidad pasmosa, como los narcos mexicanos que decapitan y disuelven en ácido: porque puede. Y como puede, y nadie le para los pies, las suaves condenas internacionales le entran por un oído y le salen por el otro, no se irá de esa delgada y diminuta franja de Gaza hasta no haber destrozado física y moralmente a su adversario, lo que ellos llaman terminar su trabajo.
Gaza, y me duele constatar una realidad que los gazatíes ya deben de haber asumido con desesperación, se ha quedado completamente sola en el mundo ante la barbarie genocida de Israel. Lo que pomposamente llamamos Comunidad Internacional se ha cruzado de brazos. La ONU lamenta la destrucción de sus escuelas y hospitales y protesta. Ni siquiera los palestinos gobernados por la ANP rechistan y salen en defensa de los suyos por si a ellos también los borran del mapa. Y el dividido mundo árabe y musulmán, antes tan beligerante con el estado de Israel, está concentrado en sus rencillas internas y revueltas que han convertido todo el norte de África en un avispero en donde pesca Al Qaeda a sus anchas sus guerreros para la yihad.
No hay manifestaciones masivas contra este crimen execrable y cobarde. Nadie llama a boicotear los productos que llegan de Israel, o a que ni un solo turista viaje allí. Ningún país ha roto sus relaciones diplomáticas. Nadie lleva al gobierno genocida de Israel ante el Tribunal de La Haya por crímenes contra la humanidad. Así es que Israel seguirá matando a diestro y siniestro, hasta que, harto de sangre palestina, ebrio de ella, la empiece a vomitar.
Porque puede.
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