Leviatán, de Andrei Zvyagintsev
Por José Luis Muñoz , 15 enero, 2015
El esqueleto blanqueado de una ballena varada sirve al director ruso Andrei Zvyagintsev para subrayar el paisaje desolador en el que desarrolla su drama con tinten bíblicos y religiosos. El monstruo, vivo, que se sumerge en las aguas frías y revueltas del mar de Barents, fija también la atención de Liya (Elena Lyadova), la protagonista femenina de Leviatán desde un acantilado batido por las olas. El Leviatán bíblico del que habla el Génesis, un monstruo marino en el que muchos creen ver al diablo, es una presencia del que habla, en un momento determinado de la película, el pope del pueblo costero en el que se desarrolla la acción. El Leviatán del que nos habla el director ruso es su propio sistema político y social, un monstruo que devora a sus ciudadanos y está corrompido hasta el tuétano aunque lo bendiga la iglesia.
La tercera y muy laureada película de Andrei Zvyagintsev—de momento Globo de Oro a la mejor película extranjera—no está, pese a su interés, a la altura de su extraordinaria opera prima, El regreso, aunque comparte con ella paisaje marino, desolación extrema y drama familiar (aquí tampoco los hijos encajan con sus padres, sean biológicos o no), ni de Elena, aunque el varapalo crítico que el director ruso da a su corrupta sociedad sea incluso superior a la de ese drama familiar precedente. Tres películas, aunque hay otras dos que no se han estrenado del director ruso, que hablan de desencajes familiares en una sociedad que no ofrece resquicios a la esperanza.
Kolia (Alexei Sebriakof), mecánico de coches ocasional, malvive en una casa aislada junto a la ruina de un puerto marítimo en desuso—magnífica esa primera escena en la que las habitaciones se van iluminando en ese entorno natural hostil en el que abundan vestigios (barcas medio hundidas, tendidos eléctricos, muelles abandonados) de una antigua actividad humana—, un lugar al que se siente aferrado anímicamente y como un elemento telúrico más del entorno, compartiendo su vida con su joven esposa Liya y el hijo de una relación anterior que odia a su nueva pareja. Cuando Vadim Cheleviat (Roman Madianov), el mafioso alcalde del pueblo, le expropia la casa, tras intentar comprársela infructuosamente, la vida de Liya deja de tener sentido y las desgracias se encadenan como si de una maldición bíblica se tratara.
Si algo habría que reprocharle al talentoso y profundo Andrei Zvyagintsev en este film sería cierta desmesura narrativa, su minuciosidad de orfebre en la descripción de ambientes y en la armadura de los personajes, a veces excesiva. Con extrema morosidad avanzan las escenas que componen ese fresco sobre una Rusia dominada por corruptos y arribistas y bendecidos por una iglesia que cierra filas en torno a ellos. Acierta el director plenamente al, a través del drama personal que golpea y noquea a Kolia, un perdedor de tragedia griega, hacer una crítica al sistema, tan dura como la de Elena, su anterior película. El ambiente condiciona y ahoga a los personajes, los aboca a su destino, como en una buena película de género negro, que también está presente en el film de Andrei Zvyagintsev. Cuando el director desvela la existencia cotidiana de ese miserable pueblo del norte de Rusia, que vive de una industria conservera—Liya tomando a diario ese autobús que la lleva con sus compañeras a la fábrica antes de que despunte ese sol que nunca llegamos a ver, y comprendemos su necesidad de fuga en su mirada perdida mientras las máquinas trocean los pescados que llegan por la cinta transportadora—y cuya única diversión consiste en beber vodka hasta perder el sentido o hacer tiro al blanco sobre las botellas que vayan vaciando y sobre retratos de sus antiguos dirigentes—el policía de tráfico que saca de los sótanos de su oficina retratos de Brefnev, Gorbachov, Yeltsin, para barrerlos a tiros, secuencia muy significativa sobre el desprecio a los próceres del imperio soviético desmoronado—comprende el espectador que en ese entorno no hay salida posible para los personajes, que todos, aunque sobrevivan físicamente, son perdedores. El poder, y sus leyes—la lectura de los dos veredictos, atropelladamente, por parte de la jueza, sin un segundo de respiro, las subrayan en toda su inhumanidad—aplastan a Kolia que osa desafiar la voluntad del alcalde Vadim Cheleviat—extraordinaria y tensa la escena del beodo alcalde desafiando las leyes de la gravedad e invadiendo la propiedad recién expropiada de Kolia, sin más intención que la humillación extrema del derrotado—y llama para defender su causa a Dmitri (Vladimir Vdovitchenkov), un abogado moscovita que es su medio hermano y al que neutraliza el mafioso edil con métodos drásticos.
Como víctima de una maldición, quizá por no ir a la iglesia y rezar, como le echa en cara al protagonista uno de los popes del pueblo cuando va al destartalado supermercado a hacerse con su ración de dos botellas de vodka, todo se tuerce alrededor del hombre cuyo único pecado es defender lo que siempre fue suyo y resistirse a la apisonadora del poder.
La pala de la excavadora, violando la vivienda en la que todavía hay vasos sobre las mesas, derruyéndola violentamente con zarpazos a derecha e izquierda que arrancan puertas y ventanas, es quizás una de las imágenes más dolorosas de este film desolado en el que el paisaje, bañado siempre por una luz negra, conforma el carácter de todos los habitantes de ese enclave marino.
Espléndida la música de Philip Glass, que subraya con acordes glaciales esos planos majestuosos de una naturaleza nada complaciente, recogida por la fotografía tan bella como gélida de Mikhail Krichman, y espléndidos todos los actores en sus imperceptibles gestos y movimientos que denotan el tormento interior; bien perfilados hasta los secundarios que tienen en común con los protagonistas acudir al vodka como paliativo. El vodka, bebido como agua, impregna todos los fotogramas de Leviatán, lo comparten poderosos y oprimidos.
Leviatán de Andrei Zvyagintsev es una película que crece tras una digestión pesada. Le ocurre algo muy parecido a Sueño de invierno del turco Nuri Bilge Ceylan: es mejor la resaca que la borrachera; es mejor la película en casa que en la sala oscura del cine.
Título original: Leviathan
País: Rusia
Año de producción: 2014
Género: drama existencial
Duración: 141 minutos
Director: Andrei Zvyagintsev
Estreno en España: 01/01/2015
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