54 Festival de cine de Gijón. Sexta jornada
Por José Luis Muñoz , 25 noviembre, 2016
Llueve a cantaros, y me mojo a conciencia en esos dos kilómetros largos de paseo diario desde El Musel al meollo de Gijón; llego justo a las nueve y media para entrar en los Cines Centro, cerrar el desvencijado paraguas que el viento, durante el camino, ha puesto varias veces del revés, y sentarme en mi butaca de la cuarta fila (paso de la séptima) para viajar a los Mares del Sur de la mano del realizador francés Sacha Wolff (Estrasburgo, 1981). Olviden los clichés sobre el Paraíso, porque el Paraíso, y el Infierno, están en uno mismo. Mercenario, el film con el que concurre en la Sección Oficial, es un thriller sui generis. Soane (Toki Pilioko), joven walisiano, territorio de ultramar francés próximo a Nueva Caledonia, aprovecha una oportunidad de salir de la isla, y de paso perder de vista a su padre déspota, alcohólico y violento, y ficha por un equipo de rugby capitalino de la metrópoli gracias a los oficios del siniestro Abraham (Laurent Pakihivatau), pero lo rechazan al llegar al aeropuerto por no ser lo suficentemente voluminoso (debía pesar 120 kilos y sólo llega a los 111). Abraham, que le ha financiado el viaje, intentará saldar la deuda y Soane escurrirse de él jugando en un pequeño equipo de Agen, y allí conocerá a una joven dependienta (Iliana Zabeth) de la que se enamorará.
Sacha Wolff, forjado en el campo del documental, conduce su primera película de ficción sin fisuras gracias a su inmenso, en toda su literalidad, protagonista, un perdedor de vida difícil que lucha con denuedo para abrirse un camino lejos de la Polinesia y a ella terminará volviendo para solucionar el conflicto con su padre. Bien rodadas las escenas del cuerpo a cuerpo del rugby, bien fotografiada, bien interpretada (Sacha Wolff no deja pasar la oportunidad de obsequiarnos con alguna de esas espectaculares danzas rituales maoríes que el protagonista waliense utiliza para levantar los ánimos de su equipo), Mercenario se deja ver bien, aunque la zona thriller del film no acabe de convencer, pero no me entusiasma a pesar de su exotismo y mi fascinación por todo lo que tenga que ver con la Polinesia desde que leí a Robert Louis Stevenson. Correcta, sin más.
Salgo del cine y diluvia tanto como cuando entré; en mis prisas por huir del chaparrón casi colisiono con un tipo gigantesco en una esquina, con pantalón corto, camiseta y sandalias, el inmenso Toki Pilioko, literalmente una roca, que ha salido de la pantalla y no se ha enterado del clima de Gijón. Corro a refugiarme, siguiendo mi ritual diario, en el Café Parchís en donde me espera, sin pedirlo (ventajas de los ritos diarios) el café con leche y el churro de cada día que me pone en la mesa el eficiente camarero mientras abro el ordenador.
A las 5 de la tarde película búlgara. ¿Qué sabemos de la cinematografía búlgara? Prácticamente nada, al menos yo, desde que vi Cuerno de cabra hace una eternidad. Glory, dirigida al alimón por Kristina Grozeva y Peter Valchanov, es una alegoría sobre la corrupcion del poder. Glory es, también, la marca de un reloj familiar, con una grabación personalizada del padre, que extravían a un guardavías honrado cuando su vida cambia al encontrar una maleta repleta de billetes en una de las vías que vigila y decide ponerlo en conocimiento de las autoridades y no quedárselo; y ahí empiezan sus vicisitudes, porque ese hombre corriente, desaliñado y tartamudo, de repente se convierte en héroe famoso, es condecorado por el ministro de transportes y sale en programas de televisión, pero le pierden su preciado reloj, y eso le complica la existencia.
Stefan Debolsunov encarna a ese modesto funcionario público honrado y Margita Gosheva, a una alta funcionaria del ministerio que lo utiliza descaradamente como elemento propagandístico, dos caras contrapuestas de servidores públicos. Hay ironía en el relato, pero es una lástima que desbarre en su final.
Toni Erdmann es una larguísima película alemana sobre la espinosa relación entre un padre jubilado, vitalista, medio hippie, excéntrico y ecologista, y su hija ejecutiva de una empresa, rígida y discreta, su antítesis. Cuando Winifried (Peter Simonischek) viaje a Bucarest, en donde está destinada su hija Inés (Sandra Hüller) para saber si es feliz, el encuentro padre hija dará lugar a una serie de situaciones hilarantes que llegarán a su máxima expresión cuando el padre cree un nuevo personaje, el estrafalario Toni Erdmann del título, para aproximarse a su hija y arrancarle una sonrisa. Maren Ade, la realizadora y guionista del film, trufa esos 162 minutos con una sucesión de escenas humorísticas en las que ese padre clown se burla de la clase empresarial y pone en cuestión el sistema rígido de valores de su hija, algo que ella no ve precisamente con buenos ojos. La anécdota se alarga demasiado y finalmente las continuas bromas de Winfred / Toni Erdmann acaban saturando y la película, en sus momentos finales, deriva hacia el pastelón sentimentaloide. Eso sí, tanto Peter Simonischek como Sandra Hüller bordan sus respectivos papeles.
Acabo la jornada con otro delirio demencial, la checa Menandros & Thais, una confusa narración en la que todo se mezcla bajo el capricho de sus realizadores Ondrej Cikan y Antonin Silar que cuentan, ambientándolo en la época actual, una tragedia griega de amores tortuosos en tiempos de amenaza para Atenas de Jerjes y sus huestes persas. Si las tropas de Jerjes van en un tanque y en sidecares con fusiles ametralladores, Menandros y Thais llevan atuendos helénicos y metemos en la acción a Buffalo Bill, una sesión de amputaciones a la coreana, crucifixiones, paisajes espectaculares, cuerpos desnudos que parecen salidos de una manifestación de PETA, sexo a discreción, alguna batalla gore, y envolvemos el coctel lisérgico con música y palabras altisonantes, tendremos una pálida idea del delirio mental de este film que es puro caos bajo la advocación, eso dicen, de Alejandro Jorodowsky. Así es que salgo tan mareado del cine que regreso en taxi.
Hoy, por la duración de las películas, me quedé sin la tortilla de patatas que me guardaba el agradable dueño del Café Vienés a las seis y media de la tarde. Mañana la recupero.
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