ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LAS TARJETAS OPACAS DE BANKIA
Por Agustín Ramírez , 15 octubre, 2014
Cuando comenzaba a remitir el impacto informativo que supuso conocer las tropelías financieras del clan Pujol-Ferrusola, y tras ver el mal carácter que se gasta el antes molt honorable Jordi Pujol, la publicación del despilfarro y el derroche que la antigua Caja Madrid hizo con las tarjetas “opacas a efectos fiscales”, entregadas a sus consejeros o directivos, vuelve a ponerse sobre el tapete de la actualidad la imperiosa necesidad de regenerar la vida pública lo más pronto posible, añadiendo como guinda de este papel de corrupción la información sobre las cuestiones fiscales del antiguo histórico dirigente del SOMA-UGT que cubren, pero no encubren, las sospechas sobre corrupción en cursos de formación en Madrid y Andalucía. Todo lo anterior es de una envergadura tal, que muchos recortes específicos y de no demasiada cantidad hubiesen sido completamente innecesarios.
Pero volvamos al caso de las tarjetas de Bankia de completa actualidad. Estas tarjetas, decían, se entregaban a los consejeros de Caja Madrid para gastos de representación y su uso fraudulento, hay que aclararlo, es bajo la presidencia de los señores Blesa y Rato.
Si una tarjeta es de representación y para ese concepto se utiliza no hay ningún problema, siempre y cuando desde la entidad emisora se controle su gasto y el concepto en el que se ha gastado; ahora bien si el control de la entidad emisora no ha existido y, además, se entregan con derecho a disposiciones de efectivo, parece, más bien, que abandonamos el camino de la representación y entramos en la senda del sobresueldo.
¿De quien es la responsabilidad del descontrol en el uso y el abuso de esas tarjetas?, lógicamente de los gestores de la entidad emisora pues el uso fraudulento de las mismas implican varias cuestiones; de una parte, la entidad asume unos gastos que no son propios de la actividad económica a la que pertenece y, en consecuencia, la cuenta de resultados se hincha con unos gastos que disminuyen el beneficio de la entidad y, por consiguiente, reducen la cantidad de impuestos que Hacienda –todos los españoles- debería recaudar; de otra parte, al concederse las tarjetas con posibilidades de disposiciones de efectivo, estamos ante un caso de sueldos extraordinarios por los cuales Hacienda –todos los españoles, insisto- deja de recaudar los impuestos correspondientes.
Conclusión: siempre ganan los receptores de las tarjetas y siempre pagamos los españoles por la no recaudación de impuestos.
Día a día aparecen informaciones, cada vez más exhaustivas, tanto sobre el cuanto y en qué se ha dilapidado ese dinero y, tal vez por no irritarme más, no voy a entrar en ello, su lectura ya da idea de la catadura moral de todos esos consejeros, de su cara dura y de su falta de principios, y sobre este punto quiero incidir.
El que determinadas personas actúen con esa falta de ética y principios no me sorprende, siempre han defendido unas ideas que les permiten asumir esa carencia de moral; ahora bien, otros consejeros ha habido que han hecho un daño inimaginable a la confianza que les podían tener millones de ciudadanos. ¿Cómo es posible que determinados consejeros, miembros de partidos políticos –que dicen defender ideas progresistas- y de sindicatos de trabajadores, se hayan comportado con esa felonía? Recuerdo a algunos de ellos en mítines tras manifestaciones reivindicativas utilizando un verbo agresivo y reivindicativo y me pregunto ¿qué hay que tener en la cabeza para matar la conciencia y saber que digo esto y hago lo contrario? Además, ¿qué pintan en el consejo directivo de una entidad financiera si no tienen la preparación técnica suficiente para ello? ¿Es así como se representan los valores sociales de una entidad, cerrando los ojos, mirando para otro lado y siendo comparsas del mangoneo de unos presidentes –Blesa y Rato-, tan inútiles, eso sí, como la mayoría del consejo directivo que presidían? Este comportamiento –y esto es muy grave- atenta contra el trabajo sordo, cotidiano, eficaz e imprescindible de una inmensa mayoría de personas decentes que dedican su tiempo a la vida sindical y a la vida pública; recordemos que son muchísimos más los sindicalistas de a pie, los concejales de a pie, los ciudadanos que participan en la vida pública de a pie, que este grupo selecto de corruptos que se han infiltrado en las organizaciones políticas y sindicales para intentar arrastrarlas –quizás sin querer, quiero pensarlo- al mayor descrédito posible.
Pero tras este uso masivo, fraudulento y desalmado de las tarjetas Bankia, todavía se esconde algo más peligroso y de, seguramente, mayor impacto económico. ¿Cuántos créditos se han aprobado en condiciones más que ventajosas para miembros del consejo, para empresas de esos directivos y que posteriormente han resultado fallidos? El rescate de Bankia por parte del Estado, de los españoles, significa que todos los demás hemos tenido que poner el dinero que ellos han dilapidado, y recordemos que alguno de estos próceres de las finanzas, afortunadamente hoy en la cárcel, todavía se permitía la desfachatez de dar consejos a los españoles para salir de la crisis, recuerdan ustedes aquel que decía “de esta crisis solo se sale trabajando más y ganando menos”. En definitiva, todos ellos han sido comprados por esas tarjetas para hacer la vista gorda y no enterarse, ni tan siquiera de querer enterarse, de las fechorías que se cocían a su alrededor.
Finalmente, más allá de las responsabilidades políticas, económicas y judiciales, me interesa otra reflexión: si ha habido cajas que han sido gestionadas de una manera profesional, han cumplido sus objetivos y han sobrevivido en esta crisis financiera; ¿por qué ha ocurrido esto? Porque cada uno ha estado en el lugar que le correspondía: el que debía gestionar, gestionaba y el que debía controlar, controlaba.
Ojalá esta lección sea aprendida pronto por todos aquellos que deben entender que su lugar no está en los consejos de administración ni en los consejos directivos, sino que su lugar está donde corresponde controlar: analizando, revisando y comprobando que las cosas funcionan como deben de ser.
Para terminar, ¿alguien duda de que otra política es posible , y de que solo la información y la transparencia podrán hacer que la política vuelva a ser algo noble e imprescindible para la sociedad?
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