De la muerte, la vida
Por Alba González Pérez , 19 marzo, 2018
Dicen aquello de que en esta vida tan sólo tenemos dos certezas, que el sol sale cada mañana y que algún día abandonaremos este mundo, estemos preparados o no para ello. Con semejante premisa, los que habitamos este plano físico pareciera en ocasiones que vivimos en una suerte de videojuego dividido en fases, donde cada vez hay más prisas por cumplir con los objetivos para pasar a la siguiente etapa; Algunos utilizan trucos y adelantan el proceso, otros abandonan el camino antes de tiempo.
La muerte, marca la vida. Ésta, como una pesada losa nos recuerda cada día que estamos aquí «de prestado». Tan profunda cuestión ha tratado de ser entendida y descifrada miles de veces a lo largo de la historia; si le preguntas a un médico te dirá que es tan sólo un efecto terminal que resulta de la extinción del proceso homeostático en un ser vivo, producido por causas naturales o inducidas. Pero a tan complejo proceso de dejar de existir hay otras voces que alimentan lo esotérico de tan tétrico asunto. La separación del cuerpo físico para dejar paso al alma y su evolución ha sido uno de los mitos más extendidos, tal es así el cariz del asunto, que toda cultura que se precie ha tenido su ritual para dar paso a un nuevo mundo. Desde las amortajadas momias del antiguo Egipto pasando por los neandertales que hace más de 75.000 años ya enterraban a sus congéneres con rituales tan exhaustivos que incluían enterramientos en poisción fetal y pinturas ocres para marcar al fenecido.
Si tan pesada carga hace del ser humano un ser temporal ¡qué sería de la vida sin la muerte! dos antagonistas que se retroalimentan. En pleno siglo XXI son muchos los que niegan la mayor y así como ven lejano este hecho, se olvidan de que el cambio forma parte de la vida misma y ahí tenemos a un nutrido grupo de profesionales de aquello de hacer política que mientras se aferran a la silla, ven venir a tan desdeñoso personaje vestido de negro. Ignoran la premisa pero no el desenlace. La izquierda española está marcada y a menos que cambie su estrategia política, su discurso no llega al obrero; tal vez quizás su error se basa en aquello de el obrero ya no existe. Renovarse o morir, renovarse o sentir la guadaña política.
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