El discreto encanto del perdedor
Por Fran Vega , 28 mayo, 2016
Cuando termine la final del raro concurso futbolístico que se celebra hoy, la copa se quedará en alguna vitrina de la capital de este reino de vino tinto con sifón y comenzaremos a pensar en el siguiente trofeo deportivo que nos alivie la realidad. Se festejará en las calles y habrá quienes brinden y celebren, como habrá quien se apene y se lamente de la sin duda trágica derrota que siempre acompaña a un adverso marcador.
Y comprobaremos una vez más que siempre es más interesante la experiencia del perdedor. La del ganador no encierra mística ni misterio, pues nunca hay laberinto en la alegría de quien gana, cuyo ánimo se transcribe en abrazos y sonrisas, en chocar esos cinco, en reconocerse los méritos, en ocultar prudentemente los deméritos y en bailar congas o cosas aún peores hasta que el amanecer aconseje el cierre y los adioses. Nada que no conozcamos. Nada que incluso no hayamos vivido en nuestras anodinas y anónimas vidas.
Pero la liturgia del perdedor es mucho más exigente y atractiva, porque encierra individualidades y procesos internos que pocas veces se exteriorizan y que no aparecen nunca en las crónicas deportivas a las que tan perezosamente estamos acostumbrados. Cierto que veremos aún sobre el césped algún rostro de tristeza, algún abrazo entre lágrimas contenidas y tal vez muecas de rabia frente a sus propios seguidores, con sus bufandas y banderas y sus escudos y colores derrotados. Pero cada uno de quienes pierdan el partido vivirá su propia desolación no compartida y arrastrará su ánimo de forma indefinida y quizá imprevista hasta límites imposibles de saber.
Cualquiera puede imaginarse lo que se siente al ganar un campeonato con la repercusión que el fútbol tiene en nuestros tiempos, un deporte que si desapareciera originaría tremebundas y terribles guerras coloniales, y no es difícil suponer el orgullo inalcanzable que la victoria representa. Pero la voracidad que nos es propia implica que en poco tiempo los triunfadores estarán ya pensando en los siguientes objetivos y en nuevas metas que lograr. No digan que no es una vida plomizamente aburrida.
Sin embargo, el perdedor recordará durante décadas la noche aciaga en que pudo ser y no fue, el pase errado, la falta discordante, el penalti fallado y el balón que entró sin que el portero la rozara o peor aún si la rozó. Durante noches pensará en qué hubiera ocurrido de tirarse en plancha sobre el área, si debió poner la zancadilla a tal o cual rival o si pensó con equívoco la jugada de los últimos minutos en un estadio que jamás olvidará. Su derrota le acompañará mientras viva.
No soy de un equipo ni de otro, me da lo mismo quien gane y quien pierda y ni siquiera veré un espectáculo cuyas normas no comprendo. Pero mañana buscaré en los diarios alguna imagen que atestigüe qué grande y minuciosa es la vida del discreto perdedor.
Fran Vega
https://cronicasdelhelesponto.wordpress.com/
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