«GOT», T8, Episodio 3: pasaje después de la batalla
Por Emilio Calle , 30 abril, 2019
* Contiene Spoiler
Y se desataron las hostilidades.
En la ficción narrada y también entre parte de los espectadores.
Más allá de las un tanto injustas críticas y burlas en torno a que en algún momentos apenas se podía ver nada con claridad durante esa batalla que ya forma parte de la gran historia de la televisión, y que supone otra cima en los logros de la serie, el tercer episodio es muestra del arrojo, del compromiso y de la singularidad de esta propuesta. Sin apenas diálogos, casi manejando un tono de documental, su director Miguel Sapochnik filmó ese combate sin el menor atisbo de concesiones dramáticas que no fuesen consecuencia directa de los acontecimientos. Ni tan siquiera se tomó el trabajo de darle una pátina de heroicidad o excesivo protagonismo a la muerte de muchos de los personajes más queridos de la serie, otra queja que resuena, aunque parece un poco fuera de lugar si se tiene en cuenta que aquí nadie muere en duelo de habilidades o con tiempo de proclamar solemnidades, todos son destrozados por la acción simultanea de montones de enemigos en vertiginosas oleadas de desenfreno. No era de recibo pasar mucho tiempo con nadie cuando a pocos metros era visible otra pérdida fundamental. Implacable, como el alma suicida de los caminantes blancos, «La batalla de Invernalia» muestra sin afectación alguna el desarrollo, hipnótico y muy aterrador, de ese esperado encuentro. La brutalidad del enemigo, su estrategia destructiva sin importar que lo que se intente para frenarlos no tarda en tomar con su imbatibilidad nuestro desasosiego (estremece esa secuencia donde, tras quedar detenidos por una muralla de fuego, comienzan a inmolarse uno tras otro hasta sofocar parte de las llamas con sus cuerpo logrando que los demás puedan seguir avanzando). Contagia la creciente desesperación e impotencia de los defensores, comprobando que todas sus estrategias para vencer y resistir lo único que logran es acelerar su derrota, como ese desolador momento en que el rey de lo caminantes devuelve a la vida a todos los caídos hasta ese momento, así que vuelve a tener a todo su ejército al completo a los que ahora se suman los cientos de víctimas que han provocado en las filas contrarias. Y de lo desproporcionado se puede pasar a lo más humano de la intimidad, como esa desoladora duda que asoma y que nos deja a la intemperie de la tristeza ante la posibilidad de que Samsa y Tyrion parezcan a punto de suicidarse antes de ser atrapados por los enemigos, que ya surgen incluso de las propias criptas. El duelo de los dragones, que podía haber cobrado un excesivo protagonismo dado lo impresionante de las imágenes que genera, es tratado del mismo modo esquemático y acortado, lo que perfecciona el clima de confusión y asfixia en el que se quedan encerrados tanto los protagonistas como los espectadores. Nos han colocado en el centro del centro de ese descomunal encontronazo, y desde esa posición de privilegio, podemos ir atesorando detalle tras detalle del horror, del valor, del pesar, de la locura y de la voracidad de la muerte con los que se va cimentando una victoria que parece imposible ya desde esa magistral presentación del ejército enemigo (muy lejos, en un horizonte de oscuridad, vemos la celeridad con la que desaparecen las armas en llamas de los primeros que salieron de la formación para enfrentarse a ellos, algunos de los cuales regresarán vivos, pero aterrorizados, desertando, corriendo a esconderse ante el pasmo y el escalofrío de sus aliados).
Porque por imposible que pareciera, al final el más inesperado de los protagonistas acabó con la guerra por su cuenta y riesgo.
Ahora mismo resulta una tarea absurda tratar de establecer el verdadero papel de Arya Stark (Maisie Williams, fabulosa en todo momento) en el desenlace que ya caerá sobre todos con la misma fuerza que esas avalanchas humanas del ejército de los caminantes blancos. Pero que tras demencial periplo durante la batalla, sea ella quien halla en la treta y la añagaza el modo de acabar con el rey enemigo (y con él, se desmoronaron todos los enemigos) supuso un delicioso sobresalto.
Y aquí se hace notar una facción de fans a la que no le termina de convencer que este capítulo no fuera uno de los grandes momentos, incluso el más importante, del final de la serie. Habrá que ver si ellos acaban como personalmente creo que estamos muchos espectadores: muy agradecidos de que esta matanza, de que esta durísima batalla filmada con maestría, ya se haya quedado atrás y por fin se diriman cara a cara, deuda por deuda, los conflictos que han logrado que «Juego de Tronos» se haya convertido en el fenómeno que es. Y no está de mas recordar a los escépticos que si creen que, solo por citar un ejemplo, Cersei ya está finiquitada, a lo mejor terminan con la palabra «vergüenza» escrita en la frente y marcada en lo que consideran una afrenta por no haber relegado este capítulo para rematar el final de la serie.
«La batalla de Invernalia» ha terminado, sí.
El invierno se ha ido.
Pero todos los reinos están en llamas.
Y no hay uno sólo de sus protagonistas, aspire o no al trono, que no esté ardiendo.
Quitando a los escépticos de turno, ¿alguien duda después de este capítulo que lo mejor esta por llegar?
La calma viene después de la tormenta.
Pero en los Siete Reinos, ha sido el horror el que precede al descarnado destino al que, de un modo u otro, todos se han visto abocados a causa de la codicia por ocupar el Trono de Hierro, ya libre de hielo, pero cada vez más cubierto de sangre.
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