Historias de oficina 8 y 9
Por Sonia Aldama , 28 abril, 2014
EN CASA DE LA IRMA (VIII)
Las chicas volvieron a sus puestos muy sorprendidas por el atrevimiento de su compañero. No entendían nada y deseaban comentarlo con detenimiento. Juan Carlos trató de explicarles lo que había sucedido pero ellas no querían saber nada. Salieron tarde de la oficina y Belén propuso tomar algo para hablar de lo que había ocurrido. Empezaron en el bar de las comidas «El satélite» pero terminaron en casa de Irma, las tres borrachas y muertas de risa.- Chicas, quién hubiera dicho que ese hombre tendría valor para hacer una cosa así- dijo Sofía que ya casi no podía vocalizar.- Y lo que es peor: ¡grabarlo!- contestó Irma mientras apuraba el vaso de ron con limón.Belén trató de levantarse del sofá pero se resbaló con la alfombra y volvió a quedarse medio tumbada con la copa en la mano derecha, exclamando:- ¡Brindo por la venganza!Sonó el timbre, Irma se levantó sorprendida, ya eran las dos de la madrugada, pensó que tal vez era su ex-marido que venía a suplicarle de nuevo que volviera con él.Cruzó el salón tratando de no chocarse con la mesa hortera que le trajo su cuñada de Tailandia, pero se dio un buen golpe en la rodilla. Abrió la puerta y allí estaba Juan Carlos, sonriente. Dijo:
– Vengo a daros una noticia que va a cambiar nuestras vidas.
Saldama
EN CASA DE LA IRMA (IX) –
¡Olé! ¡Otro para la fiesta! – exclamaron Belén y Sofía al verlo, mientras levantaban las copas y trataban de brindar.
Pero ninguna acertó con la copa de la otra.
– ¿Cómo sabías que estábamos aquí? – preguntó Irma, mientras trataba de conseguir que la cabeza no le diera vueltas, y hacía pasar a Juan Carlos.
– Me lo he figurado; os había oído decir que ibais a tomar unas copas, y como eres la única que vive sola… – contestó él
– Menuda juerga tenéis aquí montada… – añadió sonriendo.-
A ver chicas – dijo Irma – Que Juan Carlos tiene una noticia que va a cambiar nuestras vidas.
Belén y Sofía estaban desgañitadas de la risa, habían intentado beber cada una de la copa de la otra, pero sólo habían logrado derramarse el ron con limón por encima.
– Tengo que presentarte a mi novio, que es un chico fenomenal – dijo Sofía, arrastrando las sílabas.
– Y yo te tengo que presentar al mío, que está como un tren… Si alguna vez te hace falta, te lo presto… ¡Hip! – contestó Belén.
– Tía, qué maja eres, cómo te quiero – dijo Sofía.
– Ay, yo también, eres una tía estupenda – respondió Belén.
Las dos se abrazaron y se pusieron a llorar.
– Hay que ver cómo están… Si es que no saben beber… Bueno, cuéntamelo a mí, ya se lo explicaré mañana a ellas… Yo estoy perfectamente – dijo Irma mientras se caía sobre un sofá, mareada al haberse girado para mirar a Juan Carlos.
– Pues verás… – empezó él, sentándose en una silla – Hacía tiempo que tenía un plan para cortarle las alas a la Caponati; se trataba de hacerle creer que me gustaba, y una vez que se lanzase a por mí, rechazarla violentamente para que se enfadase. Yo llevaba la grabadora que os he enseñado esta tarde, y la idea era grabarlo todo, y cuando amenazara con echarme, soltarle que iba a denunciarla por acoso sexual. Pensaba que entre todos podríamos buscar la mejor forma de aprovechar para mejorar nuestras condiciones, amenazando con denunciarla o denunciándola directamente. Como Sofía es una sindicalista de tomo y lomo… Y eso es lo que ha pasado hoy, en el sótano; pero no ha habido manera de explicároslo, no me habéis dejado deciros ni media palabra…
– Es que pensábamos que te habías pasado al enemigo – dijo Irma, con ojos vidriosos – La grabación que nos has enseñado da la sensación de que os estabais enrollando.
– Quita, quita… – contestó Juan Carlos, cruzando los dedos.
– Hombre, ha habido un momento, cuando estaba pegada a mí en el sótano, en el que casi me pone cach… ¡Digoooooooooo…! ¡Que no, que no! Bueno, que la grabación ha salido mal, y no veas qué mal rollo, yo ya me veía en la calle… A última hora la Caponati me ha hecho pasar a su despacho para decirme que mañana no vaya a trabajar. Cuando he salido de su despacho he fingido que me iba de la oficina, dando un portazo, pero me he quedado dentro. Quería ver lo que hacía, ya que ella nos espía siempre. Entonces he oído que hacía una llamada, y… No te lo vas a creer.
– Dime, dime – pidió Irma, echándose adelante mientras se ponía en la frente una bolsa con hielo.Mientras tanto, Sofía y Belén habían dejado de jugar entre ellas, y también estaban escuchando lo que decía Juan Carlos, con una expresión embotada en el rostro.
– Pero entonces… ¡Hip!… – dijo Sofía, tambaleándosele la cabeza – …el mariquita éste, ¿no se ha enrollado con la jefa?
– Ya me extrañaba a mí… – soltó Belén – Este tío no tiene pelotas…-
¡Pffft…! – se le escapó la risa a Sofía – ¡Es un tocapelotas sin pelotas!
Las dos se despanzurraban de la risa, tiradas en la alfombra. Juan Carlos puso cara de querer asesinarlas, pero Irma, que contenía las carcajadas a duras penas, le pidió que siguiera.
– Bueno, pues ha llamado a su madre… Resulta que su padre es Elías Caponati, un mafioso siciliano… Está en la cárcel, y la madre necesitaba dinero para la fianza. La Caponati va a sacarlo de los presupuestos de la empresa, y agárrate, que no es la primera vez. Ya lo ha hecho antes, desde hace años.
– ¡Será cabrona! – exclamó Irma, indignada – ¡Y luego dice que no hay dinero para subirnos el sueldo!
Del suelo subió un tarareo que entonaban a medias Belén y Sofía, entre risas y sorbo y sorbo de lo que quedaba del ron:
– Io sono il Capone di la Mafia… ¡Ji, ji, ji…! – cantaban a dúo, recordando una canción de los Hombres G cogidas del hombro.
– Éstas están fatal – señaló Irma.
– Tranquila, que yo las despabilo rápido – dijo Juan Carlos, sonriendo malévolamente – ¿Dónde tienes el cubo de la fregona?
– Qué bestia eres, Juan Carlos – contestó Irma, que seguía con la bolsa de hielo apoyada en la frente – Ponles la cabeza debajo de la ducha, con eso bastará.
– De acuerdo – se regocijó él.Un rato más tarde, Sofía y Belén se estaban secando la cabeza con sendas toallas, mientras maldecían por lo bajo a Juan Carlos y a toda su parentela.
– Por lo menos podías haber usado agua caliente, animal – se quejó Belén.
– No es igual de eficaz… – rió Juan Carlos, reclinándose en el sofá.
– Bueno, a ver si lo he entendido – dijo Sofía, que daba sorbos a un café que le había traído Irma – Te has quedado en la oficina hasta que se ha ido la Caponati, te has colado en su ordenador, y has imprimido las facturas falsas con las que ha ocultado las veces que se llevaba dinero…
– Eso es – respondió Juan Carlos – Van extendidas a nombre de empresas que no existen. Son una prueba contundente.
– ¿Por qué no has venido antes? – preguntó Irma.
– Porque la Caponati no se ha ido hasta la una de la mañana…
– Qué tía, y luego está allí plantada desde las ocho… – intervino Belén.
– También me he encontrado con una nota en la que decía que nos iba a echar a todos y sustituirnos por trabajadores de ETT – siguió Juan Carlos – Se dio cuenta de que el intento de electrocución era obra nuestra… Hasta lo de hacerme bajar al sótano parece que fue para sonsacarme si teníamos previsto algo más contra ella…
– Sí, bueno… – rió Sofía, mirando a las demás pícaramente – Aunque claro, si llega a caer algo…
Todas se rieron, mientras Juan Carlos ponía cara de circunstancias.
– Bueno, ¿qué hacemos? – preguntó, para ver si se callaban.
– Yo creo que mañana deberíamos ir a la oficina y humillar a la tía ésta – dijo Irma, echando de menos tener pipas a mano.
– ¡Eso, eso! – exclamó Belén, que se acordaba del teléfono – ¡Que se joda!
– Ahora podemos hacer con ella lo que queramos… – sonrió Sofía, echando un vistazo a las facturas y encendiendo un cigarro.
Quedaron todos en encontrarse en la puerta de la oficina, a las nueve.
José Carlos Castellanos
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