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Historias de oficina. Libro 2. Capítulo II

Por Sonia Aldama , 12 junio, 2014

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LA FUGA (II)

Belén empezó a hacer un extraño ruido:

–          OOOOOMMMMMMMMM…

–          ¿Se puede saber qué haces? –preguntó Irma.

–          Shhhhhh, calla, mi “yo interno” me dice que debemos entrar por esa puerta – contestó Belén con los ojos cerrados.

–          ¡Pero si eso es el servicio de las chicas! – exclamó Juan Carlos.

–          Pues suéltate el pelo y no se notará – dijo Sofía dándole un capón – o es que no te has dado cuenta de que desde que la Caponati está entre rejas te ha crecido el pelo.

De un salto salieron de detrás de la columna y empujaron la puerta de color marrón con un letrerito gris que decía damas:

–          ¡Ay! Ten cuidado hombre, que me pisas – refunfuñó Sofía mirando a Juan Carlos.

–          Lo siento, es que con los pelos en la cara no veo nada – se disculpó Juan Carlos.

Una voz desconocida, para casi todos, saludó:

–          ¡¡Hola!! ¿Qué tal? ¿Éstas son tus amigas? ¡Uy! Preséntamelas…

–          Hola Josefa Fernanda, pues esta es Irma, Sofía y Juana… – presentó Belén, mientras Juan Carlos se tapaba un poco la cara con el secador de manos.

–          Encantada… bueno, ya sé que sois de los nuevos ricos, ji,ji – dijo Josefa Fernanda guiñándoles un ojo – ¡Uy! Que tarde se me ha hecho – comentó mirando su reloj de diamantes – Me voy corriendo a mi curso de adornos florales.

–          Bueno, y ahora que se ha ido la petarda esta, ¿qué hacemos? ¿te dice algo tu “yo interno”? – preguntó sarcásticamente Irma a Belén.

–          Pues sí… nos vamos a escapar por ahí – contestó Belén señalando una ventana de cristal y aluminio que había justo encima del dispensador de jabón.

Sofía se asomó por la ventana para comprobar que fuera no había nadie, cuando se dio cuenta de que justo debajo de la misma había un perro sarnoso observándola.

–          No podemos salir… hay un perro con cara de pocos amigos… – sentenció, encendiendo un cigarrillo.

–          A ver, a ver.. huuummmm – se asomó Juan Carlos – Esto lo soluciono yo …. tuuuuuuuso, tuuuuuuso…

–          ¿Pero este tío qué hace? – se reía Irma – si soy yo el perro, en lugar de espantarme me parto de la risa.

–          Tuuuuuuuso… ¡Hala!, ya se ha ido. Venga, podéis empezar a salir… no sé que haríais sin mí – zanjó Juan Carlos, con orgullo, recogiéndose el pelo.

Empezaron a salir por la ventana uno detrás de otro. En ese instante apareció por la calle un coche rojo descapotable, se paró justo enfrente de ellos y les saludó. Era el Alipio.

Belona de España.

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