‘La ciudad de las estrellas’ (2016) de Damien Chazelle
Por Irene Zoe Alameda , 13 enero, 2017
Cartel de la película ‘La ciudad de las estrellas’.
Se estrena hoy en España La La Land (retitulada La ciudad de las estrellas en nuestro mercado), y llega avalada por una interminable lista de premios y un éxito de público sin precedentes. Es difícil (casi diría imposible) encontrar a alguien a quien no le haya conmovido –como mínimo- o entusiasmado esta historia de amor entre dos soñadores en Los Ángeles de hoy en día: Sebastian (Ryan Gosling), un pianista de jazz que ambiciona regentar su propio club, y Mia (Emma Stone), una aspirante a actriz que decide escribir y protagonizar su propio guión.
A juzgar por los filmes más exitosos de este año, es evidente que la irrealidad, la fantasía y la ensoñación gozan del favor de unos espectadores occidentales probablemente agotados de un ambiente sombrío e inquietante, como si se buscase con ahínco un espacio de evasión. En este contexto, la obra del jovencísimo guionista y director Damien Chazelle (Whiplash) nos llega en un momento óptimo a unas audiencias desconectadas en lo político, en lo social y en lo económico, pero irrebatiblemente unidas en nuestro aprecio por la música y nuestra fe en el amor.
https://www.youtube.com/watch?v=zBRkZZ6K1YU
Chazelle y su aliado, el compositor Justin Hurwitz han reconocido que se propusieron en sus años universitarios resucitar la magia del viejo Hollywood. El riesgo de la apuesta era máximo ya que, como el director ha reconocido, “cuando un musical no funciona, el resultado no puede ser más vergonzoso”. No obstante, la perseverancia de casi una década de trabajo ha merecido la pena, pues han logrado una obra luminosa y original, que reúne el dramatismo y la intimidad del cine indie y la espectacularidad y realidad aumentada (se emplean lentes de CinemaScope de los años 50) de los números de Ginger Rogers y Fred Astaire.
La sensación de confianza y de ser transportada a un lugar imaginal nuevo es probablemente lo más sobresaliente de esta cinta. En el primer minuto el director nos sitúa de forma abrupta en el espacio alternativo en el que vamos a habitar junto con Sebastian y Mia, como si nos pusiera ante las narices una especie de contrato (la “suspensión de la incredulidad”) inaudito y extremo, a la vez que deslumbrante. Y es ese número musical del comienzo, en el que unos conductores atrapados en un atasco en una autopista de Los Ángeles se ponen a cantar y a bailar por encima de los coches, el responsable de que nadie se mueva de su butaca hasta el final (y de que quiera volver a ver la película otra, y otra vez).
www.irenezoealameda.com
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