La encrucijada nacional
Por José Luis Muñoz , 2 febrero, 2016
A nadie le sorprende—y menos que a nadie al propio PP, aunque algún dirigente haga aspavientos—, el alumbramiento de esa nueva trama de corrupción del PP valenciano que acaba de saltar a los medios de comunicación y que se salda, de momento, con cincuenta investigados, eufemismo de imputados. Valencia, seguida a corta distancia de Madrid, es uno de los epicentros de ese reino de Taifas que el partido que llora en estos momentos su soledad absoluta, porque no tiene a nadie que lo quiera, ha ido construyendo en los territorios que tuvo el poder absoluto para corromperlo absolutamente todo. Los cuatreros de lo público eran los que abogaban por las bondades de lo privado. Lógico. Lo que sí sigue sorprendiéndome, y eso lo he decir, es que, a pesar de todos los pesares, de la ciénaga de absoluta inmundicia en la que se mueve el partido que ha gobernado en los últimos años España, tenga éste una base de votantes tan fieles que no se arredran a la hora de depositar su voto a una formación que les ha efectuado los mayores recortes sociales, económicos y culturales de las últimas tres décadas, y que ha robado sistemáticamente el dinero que el ciudadano les confía. Ese votante, ciego, mudo y sin olfato, también es responsable de lo que le suceda a la hora de depositar su voto y no se da cuenta de que está confiando en el que le está vaciando el bolsillo, y no hablamos de calderilla sino de miles de millones de euros, esos millones que no se destinan al rescate ciudadano (para la banca siempre hay dinero) sino para engrasar a los corruptos y a la maquinaria del partido que se sirve de ellos para recaudar fondos de forma ilícita. No creo que haya ningún partido político en Europa, ni en la vituperada Latinoamérica de las repúblicas bananeras, a las que se parece cada vez más este reino bananero que nos toca sufrir, con miembros destacados de la corte real sentados en el banquillo (pero no el elefante blanco), que enfrente tantísimos procedimientos judiciales como el que lidera Mariano Rajoy, un récord triste y vergonzoso. Cuando la corrupción ha sido tan generalizada, y no se ha investigado dentro del propio partido a pesar de la denuncia de militantes honestos o de arrepentidos (una figura común a toda organización mafiosa), es que ésta ha sido sistémica, es asumida dentro de su engranaje, y no pueden hacer oídos sordos, ni esconder la cabeza como los avestruces, las sucesivas cúpulas dirigentes del partido conservador que tiene el triste récord de tener a sus cuatro tesoreros, todos, imputados, investigados según el argot que se inventaron con la reforma cosmética del código penal para suavizar lo que se les está viniendo encima.
Si incomprensible me puede resultar ese voto fiel al PP, a pesar de su política antisocial nefasta y su cota de corrupción insoportable, pero cada uno es libre de dispararse a los pies o a la cabeza, no lo es menos las voces, dentro de la vieja guardia, y rancia añadiría, del PSOE, que parece estar abogando por dejar que el PP siga gobernando o lo haga en coalición con ellos o con Ciudadanos. Los Corcuera de la patada en la puerta, los Vázquez vaticanos aduladores del papa Wotjyla y los González amigos de Slim, representantes del ala más derechista del partido (Bono guarda un discreto silencio quizá por su amistad personal con Pablo Iglesias), a un paso de engrosar, por sus ideas, en el partido de la gaviota, prefieren que el PP siga machacando y laminando a la sociedad española a una alternativa progresista y de izquierdas que contaría con un considerable apoyo social de millones de votantes.
Pablo Iglesias se equivocó en las formas (alguien debería decirle que se meta la soberbia dónde le quepa, y que sea más modesto) cuando lanzó esa OPA hostil al PSOE proponiéndole un gobierno de coalición y progreso que incluyera también a Izquierda Unida, pero no en el fondo. Si el PP es incapaz de gobernar el país, porque no tiene socios ni a derecha ni a izquierda por la nefasta gestión de la corrupción, es la suya una presencia que mancha, indecente, como subrayó Pedro Sánchez en su cara a cara con un Mariano Rajoy descolocado, las fuerzas progresistas y de izquierdas de este país deben de ponerse de acuerdo, dejar a un lado los personalismos y hablar de programas de confluencia para enderezar el rumbo y devolver a la ciudadanía los derechos perdidos y paliar su desastrosa situación económica con programas de emergencia social que se reclaman, lo que se viene llamando rescate ciudadano en contraposición al rescate bancario. Quizá la levadura izquierdista de Podemos e IU sirva para que el suflé del PSOE se hinche y no se desinfle tras la cocción al horno. Pero la operación de entendimiento va a encontrar muchas dificultades para poder llegar a buen fin por la oposición frontal de todos los poderes fácticos que abogan para que el PSOE se vaya diluyendo en el PP. Europa, la de los mercados, el IBEX 35 y las fronteras a los emigrantes, no ve bien esa alianza entre un partido de centro izquierda y dos formaciones de izquierda que modulan su discurso político acercándolo a la socialdemocracia que representaba el PSOE en los inicios de la Transición. Y el Cuarto Poder, la prensa, carga con toda su batería mediática contra esa posible coalición vaticinando toda clase de males, el Armagedón de Grecia más Venezuela. Con todos los medios de comunicación escorados a la derecha, incluido el antiguamente progresista El País, que, con sus editoriales, está haciendo de izquierdas al ABC (tildar de próximo a la CUP al PSOE porque Pedro Sánchez quiere consultar a sus bases los posibles acuerdos con Podemos e IU es lo más estrambótico que he oído y es una de sus últimas lindezas, y respeto más a la CUP, por supuesto, que a CDC o al PP a los que considero profundamente antisistema porque pretenden ahogarlo en su propio beneficio esquilmándolo con el latrocinio sistémico), y ningún medio favorable excepto, con matices, la Sexta y periódicos digitales como Público o El Diario.es, la campaña de descrédito ya ha comenzado (Podemos quiere romper la unidad de España, es el mantra repetido hasta la náusea, cuando precisamente es todo lo contrario: Podemos puede garantizar, mediante la convocatoria del referéndum que todos los catalanes exigimos, el encaje de Cataluña en España que ahora cuelga de un hilo gracias a la nefasta política del PP que ha fabricado independentistas a un ritmo exponencial), y ese pacto de progreso, si es que nace, va a tener miles de palos en las ruedas.
Malo es el panorama político de las dos formaciones hegemónicas, desgastadas, aunque no suficientemente, por los partidos emergentes. Al PP le urge una refundación, un pase a la reserva de su clase dirigente (expulsarlos sería lo más saludable), una investigación interna a fondo para delimitar las responsabilidades políticas, aparte de las judiciales, que han llevado al partido a este callejón sin salida, y dar paso a gente honesta, que la hay, como Cristina Cifuentes o la propia Soraya Sáez de Santamaría, personajes inmaculados y de una inteligencia sobrada. El PSOE no lo tiene menos fácil con esas voces claramente discordantes en su seno (a la vieja guardia se le une la voz crítica de Susana Diez, tan popular en Andalucía como impopular en el resto de España, que clama por gobernar con mano de hierro el partido fundado por Pablo Iglesias) y un cisma entre el ala derechista e inmovilista y una izquierda proclive a converger con Podemos e Izquierda Unida. El escenario de unas elecciones generales favorecería al PP, que restaría votos a Ciudadanos, y a Podemos, que sacaría rédito de la crisis interna del PSOE y conseguiría el ansiado sorpasso que nunca consiguió Izquierda Unida.
Y, mientras, aunque hayan pasado los años, seguimos con esas dos Españas machadianas, incapaces de entenderse, a garrotazos en el ruedo ibérico.
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