“La invitación”, los gurús de la era 2.0
Por Mario Blázquez , 10 abril, 2016
Esta película de Karyn Kusama se alzó con el premio a la mejor película en el Festival de Sitges del año pasado. La sinopsis que podemos leer en los diferentes soportes publicitarios maneja una información que la película va desgranando poco a poco y que omite ciertas situaciones. Es esta una moda que últimamente no entiendo, la de sinopsis que cuentan incluso elipsis de las películas, y trailers que, directamente, las revientan. Pero bueno, ese sería otro debate. Lo que sí puedo decir de “El invitado” es que es de esas películas que cuanto menos se sepa de ella más se puede disfrutar. La historia relata que una pareja, Will y Eden, perdieron a su hijo años atrás, y dicha tragedia afectó su relación. Eden desaparece sin dejar rastro ni explicación. Will vuelve a saber de ella de repente, cuando un día recibe una extraña invitación para una reunión de viejos amigos en su antigua casa, la que precisamente compartía con ella. El regreso de Eden resulta bastante inquietante, puesto que se presenta con una nueva pareja y con diversos cambios en su manera de afrontar la vida y el pasado.
El film basa su efectividad en jugar con el desasosiego y convertir al espectador en Will, como narrador homodiégetico de la narración, como si acudiera a esa turbia reunión con el mismo conocimiento de los hechos que el protagonista. Salvo la primera escena del accidente con el coyote, que nos adelanta una pista de sobre qué hablará la película, todo el escenario de la historia transcurre en una casa tan acogedora como lóbrega, tan laberíntica como conocida para el protagonista. Esto nos puede remitir a “El ángel exterminador” de Luis Buñuel, “La soga”, de Hitchcock, o la más reciente “Martha Marcy May Marlene” de Sean Durkin.
A lo que asistimos en “La invitación” es a una de esas reuniones de amigos en las que hay una mezcla explosiva de gente y que sólo gracias a unas reglas básicas de convivencia pueden llegar a su fin sin altercados. Algunos no se han visto desde hace tiempo, y son ya tan desconocidos como esos nuevos que llegan acompañándoles. Pero la idea aquí va mucho más lejos de todo ello. Will parece ser el único que observa algo raro, hasta plantearse si es que todos están confabulados en alguna oscura intención, o se trata realmente de una paranoia suya sin fundamento.
Quizá el mayor acierto en la película, y para que salga airosa, es su capacidad de contención, de ser capaz de no llegar al clímax final hasta que la situación ya se hace insoportable y haber conseguido captar el interés hasta casi las tres cuartas partes del film. Porque aunque «La invitación» tiene un final cerrado, hay muchas lecturas subyugantes del relato. La era del exceso de información, donde estamos tan perdidos en ese mar de comunicación persuasiva que se necesita un elemento al que aferrarse a ciegas, en el que confiar, y es algo que puede resultar muy atractivo si encima el dolor media. Ahí aparecen esos gurús que, de manera sutil y sin que lo parezca, conducen de manera espeluznante las vidas de sus víctimas, ejerciendo su supuesta y peligrosa sabiduría.
La cinta mantiene la tensión durante todo el metraje, sólo al final, una vez llegado el clímax, es donde flaquea un poco y peca de convencional. Su resolución es más predecible y menos etérea que todo su desarrollo. Un enfoque algo más original y arriesgado hubiese dejado a este film en un lugar mucho más inolvidable. Pero pese a sus defectos, es desde luego una película de suspense muy superior al cine de terror estúpido que acostumbramos a ver, o a los thrillers manidos que pueblan la cartelera.
Recomendable aceptar “La invitación”, pero acudir habiendo leído lo menos posible de ella.
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