Lauren Bacall, la muerte del glamour
Por José Luis Muñoz , 14 agosto, 2014
Las muertes en Hollywood nunca vienen solas. No despertábamos del shock que nos producía el suicidio de Robin Williams a los 63 años y nos encontramos con una nueva defección, el de una leyenda del cine que estuvo trabajando hasta su último suspiro: Lauren Bacall.
De la estirpe de las flacas y elegantes, en la que habría que meter a Greta Garbo, Katherine Hepburn y Audrey Hepburn, la Bacall valía tanto para la comedia—Cómo casarse con un millonario—, como para el western—en El último pistolero estuvo rodeada por John Wayne, James Stewart, Richard Boone y John Carradine—, pero cimentó su carrera en el cine negro junto a su marido Humphrey Bogart que le llevaba 25 años cuando ella tenía 20 y se casó con él. Siempre distante, gélida e intelectualmente provocativa, Lauren Bacall era la pareja ideal, parca en palabras pero con frases demoledoras y jugosas, del fumador irredento que mejor encarnaba las esencias del cine negro. De izquierdas, como Bogart, declaró en la comisión McCarthy durante la caza de brujas, y cuando el cáncer se lo llevó buscó a otro que se la pareciera en físico y talento: Jason Robards.
Esta mujer de hielo, de origen judío (su nombre real era Betty Joan Weinstein Perske y era prima hermana de Simon Peres) y nacida en Nueva York en 1924, tan bella y elegante —la apodaban The Look—como distante, sólo recibió un oscar honorífico en 2009, el que se otorga a los que no lo han conseguido a lo largo de su carrera, y estuvo recientemente entre nosotros para recibir el premio Donostia. La intérprete de tantas obras maestras como Cayo Largo, El sueño eterno o Tener y no tener, trabajó con los mejores de Hollywood, Howard Hawks, Delmer Daves, John Huston, Jean Negulesco, compartió planos con Paul Newman en Harper, investigador privado y permaneció tan en activo hasta el final de sus días que intervino en dos películas de Lars Von Trier, Manderlay y Dogville, y hasta apareció en un episodio de Los Soprano. Su secreto era envejecer dignamente sin recurrir a los cirujanos: Creo que toda tu vida se refleja en tu cara y hay que estar orgulloso de eso.
Tuvo Lauren Bacall una larga y feliz vida dedicada casi al completo a la pasión de interpretar. Nos queda su glamour de femme fatal, su estilizada figura, casi siempre embutida en vestidos negros, y el humo de sus cigarrillos mientras lanzaba sus cáusticas frases.
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