“Le Voci di Dentro” o el maravilloso accidente de la mentira
Por Mara González , 17 mayo, 2014
Toni Servillo en Le Voici Di Dentro
Con motivo del Festival de Otoño a Primavera 2014 se celebran eventos relacionados con las artes escénicas. Gracias a eso también se recibe en los Teatros del Canal de Madrid al polifacético y curtido actor italiano Toni Servillo para ofrecer al público una versión escénica impecable de un texto de Eduardo Filippo, Le Voci di Dentro. La representación sólo tiene lugar durante los días 15, 16, 17 y 18 de este mes y las entradas están prácticamente agotadas, salvo por algunas localidades de visibilidad reducida. Esto puede ser debido, a lo mejor, al éxito que ya tubo el actor y director con la Trilogia della villeggiatura en este mismo festival en 2009, pero también puede ser que tras el reciente Óscar a mejor película extranjera que recibió La Gran Belleza y que él mismo protagoniza, le traigan suspendido en brazos, querubines similares a los que adornan frescos y cúpulas en la bella Italia.
Una vez más, eso sí, el actor y director teatral Toni Servillo se gana los laureles de aquellas grandes figuras dramáticas entre las que se encuentra el autor Eduardo Filippo. Ese dramaturgo, cómico y director de teatro original de Nápoles, como el anfitrión de la representación, ha sido una figura del teatro italiano en el siglo XX. Le Voci di Dentro está enmarcada en el periodo de entreguerra, aunque fue escrita en 1948. Lo que tiene especial mérito es que sus diálogos reflejaran con pureza tanto las desgracias vividas por los testigos de esa época como el ambiente de afabilidad y comedia humana que redunda entre los personajes italianos nacidos en esa cultura, en esa tierra, que comparten el mismo “sentiero” (camino). El teatro es el camino de Servillo, quien entró temprano en el juego de la escena de forma autodidacta y que ya con 18 años fundaba su primera compañía, Teatro Studio. Tras algunas propuestas muy interesantes en el cine, poderle ver actuando en escena junto a su hermano (Peppe Servillo) y los actores de las compañías Piccolo Teatro di Milano y Teatri Uniti di Napoli, es un privilegio, a la vez que un manifiesto de la selecta agenda teatral de nuestra capital.
La escena es un trasunto de lo que va a ocurrir después. De hecho su simpleza sintoniza con el orden de individuos que componen este drama cómico que alcanza su conflicto mas pronunciado poco después de la primera media hora. Sobre la tarima de madera, tomados de un gris plata muy claro, vemos el suelo y los escasos muebles del atrezzo: en primer término una mesa de cuatro comensales con dos sillas. La de la derecha está fuera de su lugar desordenando la plácida blancura del conjunto. A los pies de esta última quedan dos zapatillas hermanas, también descoloridas, del color del suelo (casi no pueden verse). Atrás del todo, vigilante, una despensa simple, con dos portezuelas arriba, abajo unos cajones. Más tarde las mentiras y la imaginación se entremezclan con los personajes que pueblan el escenario y entonces vemos que detrás de todo y de todos existen varias verdades. Cosas como la pobreza y el atrevimiento pícaro del hambriento, la envidia, los celos… esos pecados que acometen a todos lo hombres, aparecerán súbitamente, sin avisar, entre los muertos y la memoria de la Italia pensante que no puede dormir con tantas inquietudes. De hecho cuando sobreviene la noche, el fondo del escenario trae remembranzas oníricas con esas columnas de sillas volantes que aparecen y desaparecen tras la solidez de un muro. Y no es otro que el defecto de los muros por parecer invariables lo que me recuerda haber visto las puntas de los zapatos de Alberto Saporito (Toni Servillo) salirse fuera del límite del proscenio y entrar en el área de las butacas tocando levemente nuestro terreno de observantes ingenuos, siempre incrédulos.
Pronto se libera una batalla entre vecinos que no tienen nada en común, salvo la ley. Los Saporito contra los Cimmaruta: el racionalismo contra lo onírico. Ambas familias, eso sí, se encuentran confusas tras haberse estrellado la mentira contra el humano. Así se constata que a veces la mentira debe quedar íntegra y no evitarse, pues la necesitamos. En obras así se percibe muy bien lo que he querido describir como el maravilloso accidente de la mentira. El mismo que llena de sentido la vida del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Este accidente no es otro, al fin y al cabo, que la propia obra de arte (literaria, musical, pictórica, teatral o del tipo que sea) que juega a ponernos máscaras y nuevas personalidades para perseguir a nuestro propio “yo” en medio de un laberinto de escenas y voces.
El italiano es un lenguaje robusto como un árbol, pesa kilos de aire fresco que quedan a ras de suelo, flotando entre los pies de los espectadores. O quizá sea que esta ha sido mi primera obra teatral en italiano. Los subtítulos me hacían falta, pero el lenguaje y el actor me alentaban a abandonarlos. Escuchar a los Servillo y compañía declamar en ese lenguaje orquestal probablemente sea otra de sus grandezas. Otra de ellas, el talante confiado y apasionado de Servillo: como hacían Bogart, Topol, como hace y dice Robert De Niro, de órdago.
¿Cómo terminar este texto si en escena se ve a dos hombres vencidos mirándose sin decir ni “pío”?
Llaman a una puerta, sólo Alberto lo percibe. “¿Quién es?” grita. “Adelante, adelante”.
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