LOS APLAUSOS DE LAS OCHO Y OTRAS CUESTIONES

Según ha terminado la ceremonia de los aplausos de las ocho de la tarde, me entero de que el pasado jueves las infantas de España, a través de la cuenta de Casa de S.M. El Rey, han publicado un comentario del estilo de “llevamos como millones de niños más de un mes en casa y sin ir al cole por esta pandemia”. Este comentario desde la Casa Real ahonda más en la fosa social en que se está metiendo el señor Felipe de Borbón; tras la última decisión de quitarle a su padre, comisionista emérito, la retribución presupuestaria y renunciar a la herencia que por parte de padre pudiera corresponderle, aun reconociendo implícitamente que conocía la situación desde hace un año, en el mejor de los casos. Y critico el comentario por la hipocresía que manifiesta, tan hipócrita como el de tantos famosos que quieren solidarizarse explicando cómo pasan los días confinados en sus casas. Y son de todos los pelajes ideológicos, aunque tienen en común que su confinamiento es en casas grandes, con jardín, con gimnasio y con las suficientes comodidades para que la reclusión casera sea bastante llevadera.

No es que quiera rechazar los mensajes de apoyo de los personajes públicos, pero si quisiera una mayor discreción y humildad por parte de algunos artistas, deportistas, intelectuales y demás famosos o famosetes. Su opulencia es doliente para las personas y familias que viven en espacios reducidos, con poco o ninguna luz natural, en viviendas incómodamente habitables.

Y así como la ceremonia de los aplausos se va diluyendo por días, en el sentido de que el aplauso nos llama más a la sonrisa y a la sociabilidad vecinal, que al recuerdo de aquellas personas que, día tras día, con medios precarios, cuando los tienen, trabajan para que los afectados por el maldito virus puedan recuperarse. Este recuerdo es para todas las personas que hacen posible que la sanidad funcione: personal sanitario y personal que trabaja en los espacios sanitarios y el recuerdo debe representar la reivindicación que se manifestaba por las calles con la “marea blanca”, a la que algunos insultaban y hoy, sin saberlo, aplauden lo que representa.

Iniciaba este artículo haciendo referencia al ceremonial de los aplausos de las ocho de la tarde: creo que el ánimo que se quiere transmitir no debiera eximir, sino todo lo contrario, de reflexionar sobre las situaciones que esta pandemia está mostrando a la luz: viviendas infrahumanas, personas y familias que comen gracias a organizaciones benéficas y comedores sociales; en definitiva una desigualdad social, que quiere mitigar la caridad y la filantropía de quienes tienen demasiado, hija de unas políticas de recortes del  Estado del Bienestar que nunca debiéramos olvidar quien las trajo, a quien favorecieron y quienes las votaron.

Hoy hay que seguir reivindicando la lucha contra la desigualdad social y aquellos recortes que impusieron quienes entendieron que la sanidad pública, la educación pública, las pensiones públicas, el transporte público, en definitiva que todo lo público no es sino un negocio y que si no es rentable debe ser privatizado. Pero si quienes lo impusieron todavía no han entendido que hay cuestiones –las que representa el Estado del Bienestar- que son derechos y no negocios muy mal vamos porque, además, son quienes quieren dar permanente lecciones patriotismo y constitucionalismo, eso sí, entendidos estos conceptos solo con los oropeles de las banderas y los uniformes, no con la sensatez que dicta la Constitución de 1978 en su artículo 10.2: “Las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce, se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionnales sobre las mismas materias ratificados por España.”

Aplausos sí, memoria y reivindicaciones, también.