LOS PUEBLOS QUE OLVIDAN SU HISTORIA… ¿CÓMO ERA ESO?
Por Alfonso Vila , 29 mayo, 2017
Hitler fue nombrado Canciller en 1933. No había ganado las elecciones, pero Hindenburg, el presidente de la república, que no lo quería como Canciller ni como nada (de hecho lo llamaba despreciativamente “el pequeño cabo”) no tuvo más remedio que aceptar su nombramiento. Hitler tenía un gran respaldo, no sólo el respaldo de los votantes nazis, sino el respaldo de los votantes de otros partidos de derecha, gentes “de orden” que veían en él una solución radical a los problemas de Alemania.
Rápidamente Hitler y los cabecillas de su partido hicieron dos cosas básicas: controlar la policía y acabar con el estado de derecho a golpe de decreto. El incendio del edificio del parlamento, el Reichstag, les vino de maravilla. Los primeros enemigos de los nazis no eran los judíos, sino los comunistas. Por miedo a la inminente revolución que sin lugar a dudas estaba a punto de desencadenarse en Alemania, muchos alemanes que en principio no tenían nada que ver con el nazismo, aceptaron todas las medidas extraordinarias que éstos impusieron y no se rasgaron las vestiduras cuando vieron que en unos meses el nuevo gobierno liquidaba el sistema democrático alemán. La república de Weimar tenía los días contados. Pero ni Hitler ni todos los demás eran tan tontos como para no tratar de justificar lo que hacían de dos maneras:
-Como algo provisional, como una especie de “estado de excepción” que terminaría tan pronto como hubiera pasado el peligro rojo.
-Como unas medidas no deseadas y que no había más remedio que adoptar por el grave peligro que corría el país. Peligro que se justificaba vagamente como “la amenaza comunista”, pero que resultaba suficientemente creíble para muchos alemanes corrientes, alemanes que realmente nunca habían tenido demasiado apego a la democracia pero que durante 20 años habían estando votando a los partidos de derecha, católicos o protestantes o nacionalistas, y que si no fuera por la crisis del 29 probablemente hubieran seguido votando con igual desgana y civismo a dichos partidos.
El incendio del parlamento, como ya he dicho, les vino de perlas. Pero lo cierto es que mucha gente clamó contra tal acto vandálico, y por tanto, fueron muy pocos los que protestaron cuando se pidió la pena de muerte para el autor (o supuesto autor) del incendio. Pero la cosa no se paró allí. Se organizó una verdadera caza de brujas contra los comunistas. No una “caza de brujas” simbólica. Me refiero a que los metían en la cárcel y los condenaban a muerte en juicios muy dudosos (pero legales, ya se habían encargado los nazis de crear tribunales especiales y cambiar todas las leyes que había que cambiar), y eso cuando no los mataban directamente en las calles o cuando sus cuerpos no aparecían en la espesura de algún bosque.
Se habla mucho del odio que sentía Hitler hacia los judíos pero lo cierto es que, en sus primeros meses en el gobierno, sus discursos y sus ataques iban dirigidos contra los comunistas y socialistas, de los que se podría pensar, si creyéramos lo que decía la prensa pro-nazi y conservadora de la época, que estaban conspirando para destruir el país.
La verdad, eso que no importa en absoluto, era que el terror rojo era una falsa alarma. Nadie estaba preparando una revolución en Alemania. La revolución en Alemania era factible (o lo parecía) en 1918 cuando los espartaquistas intentaron el asalto al poder. Pero desde la terrible represión que sufrió el comunismo alemán después de derrota de la rebelión espartaquista, el peligro rojo no puede ser considerado una amenaza seria para la república de Weimar. Y de hecho, en 1920, serán las fuerzas de izquierdas las que acudirán en defensa de la república haciendo fracasar rápidamente el golpe de estado del general Kapp. Hasta la llegada de Hitler al poder los comunistas y los socialdemócratas eran dos partidos de izquierda, que participaban en la vida política como los demás partidos y que, en líneas generales, no se caracterizaban por ser especialmente violentos y radicales.
Naturalmente siempre existían enfrentamientos aislados, y siempre existía una tensión latente por motivos económicos e ideológicos con la clase burguesa, y en espacial contra el “Gran Capital”. Pero comparemos la situación de Alemania con la situación de la Italia de 1922, la Italia de los meses previos a la llegada al poder de Mussolini. Habían numerosas huelgas en todos los sectores, con constantes ocupaciones de tierras y fábricas y un sin fin de luchas callejeras y de actos violentos. Los campesinos del valle del Po estaban prácticamente amotinados, los comunistas y socialistas preparan una huelga general que podía paralizar el país entero. Ahí sí se puede hablar, desde el punto de vista de la burguesía conservadora, de “el peligro rojo”. La situación en la Italia pre-fascista era un auténtico polvorín. Nada que ver con la tranquila y civilizada Alemania. Incluso si lo comparamos con la España anterior al golpe de estado de 1936. Ahí también se ve una situación muy parecida a la de la Italia de 1922. La derecha en bloque culpa a la izquierda que preparar una revolución bolchevique. Olvidan que gran parte de la violencia la ejercen ellos. Que gran parte del problema lo provocan ellos con su intransigencia y con su incapacidad para aceptar la victoria en las elecciones del Frente Popular. Olvidan que muchos de esos “rojos” no son otra cosa que liberales republicanos, muy respetuosos con la democracia y para nada interesados en una hipotética dictadura del proletariado. Pero sí, es cierto, la situación es crítica, con constantes asesinatos, batallas campales entre grupos, huelgas, expropiaciones, rumores de revoluciones inmimentes, un descontrol político muy considerable, con un sistema que parece que se va a hundir de un momento a otro. Y todo esto es suficiente como para que el terror a una revolución roja provoqué un caldo de cultivo ideal para un golpe de estado. Pero miremos la Alemania de 1933… El problema es el paro, no los desordenes callejeros. El problema es la crisis económica, no los intentos de la izquierda por derribar el sistema político.
Y pese a todo a Hitler y a sus ayudantes la excusa les funciona de maravilla. Los comunistas y socialistas son un peligro real, un enemigo que hay que vencer sea como sea y sin la menor demora. Y con eso, sin resistencia alguna, se cargan un sistema parlamentario, con sus partidos, y se cargan todos los derechos que conlleva ese sistema, algunos tan básicos como tener derecho a un juicio justo.
Y parece sorprendente que nadie proteste. Pero es cierto. Nadie. Ni una voz en contra. ¿Tan poco apego tenían los alemanes a la democracia?
Veamos que sucedió con los policías alemanes. Robert Gellately, en su libro “No sólo Hitler: la Alemania nazi entre la coacción y el consenso”, dice algo que me parece muy esclarecedor:
“Este tipo de individuos se mostraron particularmente deseosos de congraciarse con el régimen cuando vieron que no iban a perder sus importantes cargos en beneficio de los aficionados del partido nazi o de las SS”.
Robert Gallately se refiere a los antiguos jefes de policía de la república de Weimar y en como se integraron con naturalidad absoluta en el nuevo estado. La mayoría de ellos eran anti-comunistas y se sintieron muy felices cuando las nuevas autoridades les dieron carta blanca. Ya he dicho que Hitler y los líderes nazis obraron con mucha cautela. Dejaron en sus puestos a policías eficientes y se ganaron su confianza. No hicieron nada que pudiera molestar al ejército. No crearon más alarma social que la justa. Incluso presumieron del fin de la violencia en las calles (lo cual es lógico: en la mayoría de los casos la provocaban ellos). Hasta los jueces podían estar, al menos en un primer momento, contentos con ellos: se vieron reforzados en su autoridad gracias a los decretos nazis destinados “a proteger al estado y a los ciudadanos”. Y además, dado que todas estas medidas que anulaban la libertad, la seguridad, los derechos legales de los ciudadanos eran provisionales, como no se cansaban de repetir los portavoces del gobierno, ¿quién podía temer algo de ellos? Si uno era decente, si creía en la ley y el orden, no tenía nada que temer…
Los que tenían que tener miedo eran los otros… Pero para ellos, los nazis, que eran unas grandes personas, tenían la solución adecuada…
El estado protege la vida de todos los ciudadanos.
Así de contundente se mostraba el recién nombrado jefe de la policía alemana en una de sus primeras entrevistas. Estamos en 1933 y se van a crean los primeros campos de concentración. Están destinados en un principio para comunistas, delincuentes y otros individuos indeseables, pero no son lo que nosotros sabemos que son, no, en su momento se presentan como simples centros de “reclusión cautelar”, donde los prisioneros no tienen nada que temer, ya que, lo repetimos: el estado protege la vida DE TODOS los ciudadanos. Y por si no lo creen leen lo que dice el jefe de policía a continuación:
El estado protege la vida de todos los ciudadanos [vamos a repetirlo una vez más porque la frase no tiene desperdicio: TODOS. Lo dice bien clarito]. Por desgracia, sólo es posible proporcionar esa protección a determinados individuos, y las personas en cuestión deben ser sometidas a reclusión cautelar bajo la protección directa de la policía. Las personas en cuestión, a menudo de religión judía, por su actitud ante la Alemania nacional, así como por los ultrajes infringidos a los sentimientos nacionales, se han hecho tan odiosas al pueblo que se verían expuestas a la cólera de éste, si no lo impidiera la policía.
¿Saben cuál es el significado de la palabra “Cinismo”? No se molesten en mirar en un diccionario para buscar la definición exacta. Estas palabras son cinismo puro. Una de las más viles y miserables muestras de cinismo que he leído en mi vida. ¿Pero de qué me sorprendo? Ya es hora de decir el nombre de nuestro caritativo jefe de policía: Himmler. El jefe de las SS. Uno de los principales planificadores de la “Solución final”. Sabiendo esto es fácil entender porque de repente se cuelan, “como quien no quiere la cosa” los judíos entre los enemigos del pueblo. Ya he dicho que en un principio toda la maquinaria nazi se disparó contra los comunistas y socialistas casi exclusivamente. Pero cómo no se le va a helar a uno la sangre cuando lee que los campos de concentración se crean para que la policía pueda proteger a los enemigos de Alemania de las iras de los propios alemanes? Ante esto surgen inmediatamente varias preguntas:
Primero: ¿Pero cuántos asaltos a juderías, asesinatos de judíos, quemas de sinagogas, etc. Se producían en Alemania en 1933? A juzgar por las últimas palabras de Himmler, podríamos pensar que la policía no hacía otra cosa que tratar de contener las iras vengativas de una masa enfurecida de alemanes. Pues no. La verdad es evidente. En 1933 los judíos alemanes no estaban perseguidos por nadie. Llevaban una vida de lo más normal. Muchos estaban perfectamente integrados en la sociedad alemana y otros vivían según sus costumbres, un poco al margen y un poco (o mucho, según el caso) “mal vistos”, pero no perseguidos, porque hay una diferencia entre una sociedad con un alto grado de antisemitismo y una sociedad que persigue a los judíos, y esa línea roja no se pasó hasta que llegaron los nazis al gobierno. Un detalle: cuando los nazis trataron de boicotear los comercios judíos, en uno de sus primeros ataques directos y coordinados contra ellos, este boicot fracaso: los alemanes querían seguir comprando en establecimientos judíos. Y lo hacían por una simple razón económica. Puede que estuvieran mal vistos, pero tenían los mejores precios. Y otro dato más: Las comparaciones son odiosas, lo sé. Pero inevitables. Los judíos rusos de la última época zarista, por ejemplo, sufrían constantes ataques y saqueos y vivían confinados en guetos. Pero al Zar no se le ocurrió ordenar a su policía que tuviera especial cuidado en proteger sus vidas. Claro que el Zar, para bien o para mal, decía lo que pensaba y actuaba según esto mismo. No decía lo que su pueblo debía oír en cada momento y no actuaba según intereses concretos y puntuales.
Segundo: Olvidemos a los judíos. Si la mayoría de la policía tiene un amplio historial en detener, torturar y asesinar a comunistas, socialistas y otros enemigos del pueblo, ¿qué no van a hacer ahora que los tienen entre cuatro paredes, lejos de las miradas curiosas del público, totalmente desarmados y desprotegidos? Francamente, no creo que ninguno de los inquilinos forzosos de esos centros de “reclusión cautelar” (ojo: ¡Cautelar!, eso significa que no están ahí sólo por los delitos cometidos, y cualquier cosa, como una crítica al gobierno, puede ser considerada un delito, sino en previsión de los que puedan cometer en el futuro) se sintiera mínimamente amparado por la policía. Y a buen seguro que todos preferían salir a la calle, a enfrentarse a la “cólera” del pueblo.
¿Pero de qué me sorprendo? ¿Acaso no hemos leído las declaración de Hitler sobre Checoslovaquia en 1938 o su razón para declaran la guerra a esos “violentos” polacos en 1939?
Himmler es un miserable cínico. Pero tenía un buen maestro.
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