No voy a hablar de Venezuela
Por José Luis Muñoz , 16 marzo, 2015
Pero sí voy a hablar de China, por ejemplo, país ejemplar en materia de derechos humanos, en donde no hay libertad de expresión, asociación, reunión, ni nada que se le parezca; en donde poblaciones enteras son obligadas a migrar en cumplimiento de los planes estatales de reubicaciones masivas; no hay ninguna regulación para preservar una atmósfera salubre (la contaminación causa miles de muertes al año en el país asiático); se practica la tortura a los detenidos y se siguen condenando a miles de ciudadanos (tantos como en el resto de todo el mundo) que son ejecutados inmediatamente (antes existía la práctica ejemplar de que los familiares de los reos pagaran la bala y después los cuerpos de los ejecutados eran despiezados y vendidos para trasplantes o para siniestras exposiciones artísticas que dan la vuelta al mundo) después del juicio condenatorio sin posibilidad de apelación de la sentencia. Pues bien, con ese país tan respetuoso con los derechos humanos mantiene el nuestro relaciones políticas y económicas excelentes, con exportaciones por valor de más de tres millones de dólares en 2014 e importaciones por valor de casi trece millones.
No voy a hablar de Venezuela, pero sí voy a hablar de México, país que registra desde hace muchos años una corrupción endémica, el derecho a la vida es una entelequia a juzgar por los cien asesinatos al día que se producen al día (55.325 desde que asumió el poder Enrique Peña Nieto), miles de personas han desaparecido (22.000 en los últimos seis años), una parte importante de las fuerzas policiales están implicadas en delitos gravísimos de extorsión, secuestro, asesinato o connivencia con bandas de narcotraficantes, no se garantiza la integridad de los reclusos en sus hacinadas cárceles, etc. etc. Y parecidas cosas podrían decirse de países limítrofes como Guatemala y Honduras, devastados por la violencia de las maras.
No voy a hablar de Venezuela pero sí voy a hablar de Arabia Saudita, un país tan avanzado en el respeto de los derechos humanos que se rige por la sharia, difunde urbi et orbi el nefasto salafismo, decapita por espada a reos condenados a muerte sin garantías jurídicas, aplica la pena de latigazos por blasfemia, condena a las mujeres a prisión por adulterio (en Irán se lapida a homosexuales y adúlteras), las mujeres tienen sus derechos restringidos, etc., país con el que el nuestro ha firmado un sustancioso contrato para construir el AVE a la Meca que reportará millones de dólares de beneficios. O Qatar, sin salir de la órbita de los países del Golfo, que explota a su población emigrante que trabaja en condiciones de semiesclavitud y patrocina alguno de nuestros más punteros clubs de fútbol mientras financia, según palabras del ministro de Cooperación y Desarrollo alemán Gerd Müller, a los asesinos sanguinarios del Estados Islámico.
No voy a hablar de Venezuela, pero sí de Estados Unidos que, a pesar de sus buenos datos económicos en los que el paro roza sólo el 5%, el 15% de su población, 45 millones de seres humanos, viven en el umbral de la pobreza, ha legitimado la tortura, puesto que no ha castigado a los políticos que la utilizaron (Bush, Cheney, Rumsfield) en las cárceles secretas y públicas de la CIA, mantiene ese limbo jurídico en donde no hay derechos humanos que es Guantánamo, no ha juzgado a los responsables que destruyeron un país, Irak, por bastardos intereses económicos, en contra de toda legalidad internacional y sobre burdas mentiras, mantiene unas relaciones comerciales y diplomáticas magníficas con el siniestro régimen de Teodoro Obiang de Guinea Ecuatorial, entre otros (no digamos con China), sigue manteniendo el castigo bárbaro y medieval de la pena de muerte en muchos de sus estados y no castiga la brutalidad policial que se emplea, casi siempre, contra la población negra, y a hechos recientes me remito.
Pero sí voy a hablar de Venezuela, del viraje de Nicolás Maduro, que no es Hugo Chávez aunque habla igual que él, hacia fórmulas dictatoriales a pesar de haber ganado democráticamente el poder; de la represión de su población con docenas de muertos en las manifestaciones; de detenciones arbitrarias y sin juicio; de su estado de violencia endémica en las calles que arrastra de mucho antes de que se pusiera en marcha la revolución bolivariana; del estado de desabastecimiento general por su desastroso manejo de la economía.
Pero no hablemos sólo de Venezuela, que se está haciendo, sobre todo, por espurios cálculos electoralistas que todos conocemos.
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