Puro vicio, de Paul Thomas Anderson
Por José Luis Muñoz , 24 marzo, 2015
Hay directores de los que uno ve todo lo que hacen, aunque no siempre todo lo que salga de su cerebro esté a la altura de las expectativas que generan. David Cronenberg, David Lynch, Martin Scorsese, David Fincher, Woody Allen, por centrarse uno en los yanquis, aunque sepa que a veces, como todo humano, desbarren, porque Stanley Kubrick, John Ford o Billy Wilder fueron seres de otra galaxia.
No conozco la novela homónima de Thomas Pynchon que adapta Paul Thomas Anderson (Los Angeles, 1970) frase a frase, sin perder ni un párrafo. Quizá sea una novela inadaptable, que resulta muy bien leída y no admite una puesta en imágenes. Por otra parte me he perdido alguna película de Paul Thomas Anderson—Sidney y Punch Drunk-Love—, pero me han gustado Boogie Nigths, quizá demasiado sobrevalorada; me he rendido siempre que he visto Magnolia; me noqueó la épica Pozos de ambición, salvo en su final decepcionante; y me pareció The Master una de sus obras más inquietantes y la mejor interpretación de Joaquin Phoenix sin desmerecer la de Philip Seymour Hoffman. Así es que uno no se podía perder Puro vicio, a pesar de que me había dicho algún que otro espectador que era una película que no se entendía, ni que lo pretendía.
Puro vicio va de drogas y su consumo desmedido, de la época hippie y de un curioso investigador, Larry Doc Sportello (un recital de un excesivo Joaquin Phoenix), psiquiatra hippie cuya cabeza sufre alucinaciones fruto de su consumo abusivo de porros, que investiga la desaparición del magnate de la construcción Mickey Wolfmann (Eric Roberts), un judío que coquetea con la Hermandad Aria y quiere desprenderse de toda su fortuna, también por desórdenes con las drogas, en compañía de Shasta Fay Hepworth (Katherine Waterston), hippie que había sido novia de Sportello. Por el medio de esa caótica trama policial que obliga a Sportello a indagar en diversos ambientes: la hermandad del Colmillo Dorado, en donde circula el dinero negro, las drogas y la perversión sexual, dirigida por el odontólogo Rudy Blatnoyd (Martin Short), que también se pone; un club de felatrices comecoños perdido en el desierto californiano en el que trabaja la informante Jade (Hong Chau); o el grupo de nazis que capitanea Adrian Prussia (Peter McRobbie). Y andan por el descomunal embrollo un policía que odia a los hippies y viola sistemáticamente los derechos civiles, el detective Christian «Bigfoot» Bjornsen (Josh Brolin); Coy Harlingen (Owen Wilson), un chivato infiltrado en las organizaciones de estudiantes de izquierdas; Sauncho Smilax (Benicio del Toro), abogado de Sportello. Con semejante y variopinto zoológico, y un policía que responde al nombre de Borderline (Timothy Simons), comprende el espectador que Paul Thomas Anderson le está gastando una broma descomunal a costa de la novela de Thomas Pynchon.
El hándicap más grave de Puro vicio es que la broma se alarga de forma desmesurada, más de dos horas, nada menos que 148 minutos; que la mayor parte de los gags y los chistes escatológicos de pedos y caca carece de gracia; que los diálogos están hinchados, al ser textuales, por lo que Puro vicio es una larguísima película hablada de principio a fin, sin silencios, y que a uno le pesa la presencia en cada plano del film de Joaquin Phoenix, sus muecas y su aspecto desaliñado con patillas y melena, hasta acabar harto de él y de su personaje y hace que añoremos a El Nota (Jeff Bridges) de El Gran Lewobski de los Coen, un fumeta mucho más divertido.
Quizá un metraje más modesto, la mitad, y alguien al otro lado de la cámara con más sentido del humor y el ritmo que Paul Thomas Anderson—pienso que éste sería un argumento ideal para que lo dirigieran los Coen—habrían conseguido una película más digerible.
Puro vicio es una película excesiva e impostada que genera puro aburrimiento y que se salva parcialmente por sus personajes descacharrantes, como ese policía Bigfoot, con mucho el mejor de la función. Si Paul Thomas Anderson es magistral a la hora de administrar sus excesos en el drama—Magnolia, Pozos de ambición o The Master—, desbarra en cuanto aborda la comedia, aunque sea con los planteamientos del comic underground de Robert Crumb, pero las viñetas no son exactamente imágenes. Puede que sea el propio Paul Thomas Anderson el que mejor defina su film: meta en el mismo vaso a Raymond Chandler, el humor del dúo Cheech & Chong y trucos del cine de Jerry Zucker y Jim Abrahams, y agítese después de haber añadido el humo de mil porros. Un combinado indigesto.
Título original: Inherent Vice
País: EE.UU.
Año de producción: 2014
Género: comedia negra
Duración: 148 minutos
Director: Paul Thomas Anderson
Estreno en España: 13/03/2015
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