¿Sabemos ligar sin abusar?
Por Mikel Imedio , 22 agosto, 2016
“Si quieres tener una vida sexual libre, tenla, pero lo que no podéis hacer es ir por ahí insinuando y provocando a todos los tíos, y luego pretender que no se os diga nada…algunas parecen que lo van pidiendo a gritos… ¿Y sabes lo que te digo? Que quién busca, encuentra…”.
Esto decía uno de los entrevistados por el Informe Noctámbul@s (Observatorio cualitativo sobre la relación entre el consumo de drogas y los abusos sexuales en contextos de ocio nocturno) y parece formar parte del discurso mayoritario en las reglas de seducción heterosexual. Tenemos un gran problema de violencia sexista al salir de fiesta, según el mismo informe en nuestro país se da una “falta de reconocimiento de las prácticas sexuales no consentidas en estos contextos en tanto que formas de violencia sexual”.
Antes de continuar me gustaría aclarar que únicamente voy a tratar este problema desde una óptica heterosexual y voy a asumir que las mujeres son las víctimas y los hombres los agresores por ser la situación mayoritaria que apuntan todos los estudios.
No tenemos clara la diferencia entre ligar y abusar, parece que para salir de fiesta las mujeres tienen que asumir que hay una alta probabilidad de ser agredidas o que se abuse de ellas. Un abuso sexual se define como un atentado contra la libertad sexual sin violencia o intimidación. Es bastante grave que tengamos normalizadas estas actitudes cuando salimos de fiesta y no las entendemos como un delito, a pesar de que según nuestro Código Penal se prevean penas de prisión para estos delitos.
¿Por qué las mujeres tienen que sufrir cada vez que quieran salir de fiesta? ¿Por qué no pueden disfrutar de la fiesta sin preocuparse? La respuesta puede estar en uno de los grandes mitos de nuestra socialización de género: la hipersexualidad masculina. Asumimos que los hombres no somos capaces de controlarnos y son las mujeres las que tienen que mantener el control para evitar un abuso o una agresión. Se convierte en una excusa que termina por responsabilizar a las mujeres, principales víctimas de abusos y agresiones durante las fiestas.
Esta situación de desigualdad se ve agravada por el consumo de drogas y la interpretación parcial que se hace según quién abuse de su consumo. Por un lado, para las víctimas se convierte en un agravante con esa idea de “si no quieres tener problemas, no te pases”. Por otro lado, para los agresores se convierte en un atenuante, como si eso exculpara su comportamiento. Si todos salimos de fiesta a desinhibirnos ¿por qué la mitad de la población (casualmente las mujeres) tienen que estar pendientes de qué y cuanto consumen mientras que la otra mitad (casualmente los hombres) se pueden pasar todo lo que quieran sin responsabilizarse de sus actos? Todo esto sin entrar en el tema de la “sumisión química” (drug-facilitated sexual assault en inglés), que daría para otro artículo.
Otro tema importante es como entendemos el consentimiento. En el artículo de June Fernández “El ‘no es no’ se queda corto” señala el principal problema de este lema: sitúa la carga de la prueba en las víctimas, es decir, son las mujeres las que tienen que poner los límites. Para enfrentar este problema voy a tomar de ejemplo una ley pionera en Estados Unidos conocida como “sí significa sí”. En esta ley establece la necesidad explícita de consentimiento por ambas partes sin que el silencio, la falta de resistencia, relaciones existentes o anteriores signifiquen consentimiento. De esta forma la carga de la prueba recae sobre el agresor.
Después de ver todos estos datos me surge la pregunta de cómo enfrentar este problema tan arraigado. La respuesta es casi obvia: con un modelo de seducción basado en la empatía y diversión igualitaria. Pero, ¿Cómo se lleva a cabo? Como hombre la respuesta la encuentro en dudar de las formas de seducción que tenemos normalizadas y preguntando a la persona que tenemos delante. Muchos criticarán esta actitud por ir en contra del objetivo de salir de fiesta, de desinhibirse, no estás buscando “comerte el coco” sino pasar un buen rato y “pillar cacho”. No les voy a quitar razón: esta actitud va en contra de despreocuparse, pero creo que merece la pena.
Merece la pena que nos lo pensemos dos veces antes de ponernos pesados porque vamos pasados de vueltas, merece la pena que nos lo pensemos antes de tocar culos a diestro y siniestro, merece la pena que nos lo pensemos antes de robar besos, merece la pena que pensemos si estamos cometiendo un abuso, merece la pena ponernos en la situación de la persona que tenemos delante.
Al fin y al cabo, la otra persona también quiere pasar un buen rato sin pensar en otra cosa y no está buscando que la agredan o que abusen de ella. Creo que tenemos dos opciones: irnos a la cama con un dilema en la cabeza o hacer daño a otra persona y que le cueste dormir, confiar en alguien o sentirse segura en no sé cuánto tiempo. Creo que merece la pena pensárselo dos veces.
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