Uso y abuso del caso Wenstein
Por José Luis Muñoz , 14 febrero, 2018
Creíamos que el mundo de Hollywood había cambiado, pero no. En el Hollywood de los años dorados, si eras chica y no eras Bette Davis o Joan Crawford, debías pasar por una serie de camas, una especie de meritoriaje sexual, para conseguir un papel y debías seguir metiéndote en la cama con viejos y gordos productores, ser sobada por directores (dicen del mago del suspense que era de esos, un sobón de rubias) para que tu carrera no se torciera. En ese Hollywood Babylonia de moral laxa los abusos sexuales no extrañaban a nadie y hasta los muy machos como Clark Gable debían bajarse los pantalones para iniciar su carrera. Era el precio que se pagaba por la gloria pasajera y la felicidad impostada que dejaba de vez en cuando bellos cadáveres en la cuneta como el de Marilyn Monroe.
Lo que parecía historia, unos hábitos de un pasado machista execrable, resulta que son actualidad en cuanto se ha destapado el escándalo de Harvey Weinstein, el productor del que hemos visto cientos de películas, y que ha sido acusado por una serie de actrices de haber abusado de ellas siguiendo el viejo patrón de Hollywood de que para conseguir un papel en una película, si eres mujer, antes tenías que pasar por una serie de camas y comportarte como una avezada hetaira. El tipo, según diversos testimonios que salen con muchos años de retraso a la luz, acosaba y violaba a discreción a sus actrices, era tan depredador sexual como lo fue el presidente del FMI Dominic Strauss-Kahn, e imponía a su alrededor la ley del silencio para que sus tropelías no fueran denunciadas aunque ahora resulte que todo el mundo las conocía.
De acusaciones de ese tipo han sido objeto actores como Kevin Spacey, que confiesa su homosexualidad y aun agrava más su caso de acoso sexual a menores, y eso hunde en el infierno por una buena temporada, o quizás para siempre, su carrera artística. Las acusaciones se multiplican y alcanzan a directores como Oliver Stone, que no podía controlar sus manos ante Salma Hayek, Dustin Hoffman acusado por Meryl Streep en el rodaje de Kramer contra Kramer, y de ellas no se salva ni el propio presidente de Estados Unidos, el twittero Donald Trump, un tipo rijoso al que una serie de damas acusan de tener la mano demasiado larga y entrar sin llamar a la puerta en los vestidores de las concursantes de belleza.
El movimiento Me Too se extiende como una plaga y un sinfín de actrices se sube al carro de las denuncias por acoso sexual en lo que se está convirtiendo en una cacería sin datos contrastados. Y ahí entramos en el terreno resbaladizo de definir lo que es acoso sexual. Se entiende que es acoso cuando el que lo ejerce, hombre o mujer, porque también hay mujeres que acosan, lo hace desde una posición de fuerza, y esta puede ser física, la forma más burda, o laboral, cuando se exige una prestación sexual a cambio de un ascenso o la permanencia en una empresa, por ejemplo, o a cambio de un papel en una película si nos circunscribimos al mundo cinematográfico.
Lo malo es que el movimiento de denuncia, muy loable en sus principios, está tomando un cariz ultraconservador y puritano que supone un retroceso en las libertades sexuales conseguidas a base de mucho esfuerzo, y se está confundiendo seducción con acoso. La mirada, la insinuación sexual o decirle a alguien que te apetece tener sexo no puede ser considerado acoso salvo que se haga de una forma insistente e intimidatoria. Algunas personalidades francesas como la actriz Catherine Deneuve o la escritora Catherine Millet han salido al trapo con un manifiesto crítico a esa cadena de denuncias y les han llovido chuzos de punta por parte de las feministas. Se están confundiendo los términos y puede estar naciendo un puritanismo reaccionario que demonice el sexo, el cuerpo humano (y ahí están las ridículas prácticas censoras de redes sociales como Facebook) y hasta cuestione la libertad artística a raíz de sucesos lamentables y condenables. El caso del famoso cuadro de Thérese Dreaming de Balthus, tachado de incitación a la pederastia que se ha pedido se retire del Metropolitan Museum de Nueva York, sería un buen ejemplo. Quizá ahora lo tendría muy difícil Vladimir Nabokov para publicar Lolita, Nagisha Oshima para rodar El imperio de los sentidos o Robert Mapplethorpe para hacer sus fotos de penes erectos.
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