¡Váyanse ustedes a la mierda!
Por José Luis Muñoz , 12 febrero, 2021
Menuda polvareda se ha armado con ese arranque de sinceridad por parte del vicepresidente segundo del gobierno de España que, a corazón abierto, sin paños calientes, ha vertido en una entrevista su opinión sobre una democracia más que perfectible como es la nuestra. La cultura política de uno de los fundadores de Podemos no es la de un político al uso, y esa es una de sus señas de identidad, guste o no, que él mantiene. No ha entrado el vicepresidente por el aro de la diplomacia (hipocresía) que suele acompañar al político y está acostumbrado a decir lo que piensa con la boca grande, aunque muchas veces la cague (comparar a ese Carles Puigdemont palaciego y versallesco en su retiro de Waterloo con los republicanos que hubieron de exiliarse de la dictadura liberticida) o ponga en evidencia a sus socios de gobierno que tienen que tragarlo tal como es aunque alguno habrá que piense como él pero no se atreva a explicitarlo.
Ha dicho unas cuantas obviedades públicas y notorias que si se preguntaran a pie de calle hallaríamos una máxima coincidencia. Tenemos un exjefe de estado en fuga, refugiado en una teocracia islamista, cuya conducta moral, en todos los sentidos, debiera avergonzar a todo español decente al margen de su ideología política y que no está sentado en este momento en el banquillo de los acusados por su privilegiada condición de inviolable (Ningún español, decía en sus memorables discursos navideños, está por encima de la ley, salvo él). Soportamos un sistema judicial con jueces que dictan sentencias sencillamente incomprensibles (la absolución de los guardias civiles de Tarajal, cuya actuación provocó la muerte de 15 emigrantes; no han prosperado las denuncias contra la brutalidad de las fuerzas de orden público enviadas a Cataluña por el famoso referéndum del 1 de octubre de la que hay un sinfín de documentos gráficos; las sentencias a todas luces desproporcionadas, tras un proceso judicial que fue vergonzoso y escorado desde el principio a la condena, a los acusados del Procés (y soy todo menos independentista, que conste); las condenas a penas de cárcel a raperos por sus letras (soeces, incendiarias, de mal gusto, faltonas, ofensivas, sí, pero nadie te obliga a escucharlas) contradiciendo la libertad de expresión; y un Consejo General del Poder Judicial completamente bloqueado, anómalo, en tiempo de descuento, sin legitimidad alguna, porque debería haberse renovado hace dos años, y que no lo hace por el veto de un partido político interesado en que siga con esa composición claramente conservadora que le favorece. Ha existido una policía patriótica, pagada por los ciudadanos y dirigida desde el ministerio del interior, que se ha dedicado a espiar y confeccionar informes falsos para destruir al adversario político, entre ellos al propio vicepresidente del gobierno.
Podía haber hablado mucho más Pablo Iglesias que se quedó corto al no señalar la infiltración ultraderechista y golpista que sigue habiendo en las fuerzas armadas (las cartas al Rey de generales y mandos en activo que no han sido depurados por la ministra Margarita Robles por sus claros llamamientos a alterar el orden constitucional; los chats tabernarios de los militares retirados que querían fusilar a media España); las evidencias palmarias de ilegitimidad de un partido político que lleva décadas financiándose ilegalmente, corrupto hasta el tuétano, y la presunta complicidad de un buen número de sus dirigentes que han ostentado altos puestos de responsabilidad en el gobierno de la nación; la ley mordaza, de la que él mismo vicepresidente del gobierno, que tanto se queja, es responsable de que aún no se haya derogado y siga vigente. Así es que sí, España es una democracia de facto, pero tienen un montón de agujeros, demasiados, que habría que empezar a zurcir de forma urgente.
Es evidente, a los ojos de cualquier observador, que la democracia española es perfeccionable, que sigue teniendo déficits muy considerables para homologarla con otros países de nuestro entorno con mucha más cultura política porque tienen democracias más consolidadas que la nuestra, mucho más antiguas. Las palabras de Pablo Iglesias han desatado un vendaval mediático y político, y no ha tardado ni dos horas en que la caverna del PSOE (Joaquín Leguina, José Luis Corcuera, Nicolás Redondo hijo), esa vieja guardia rancia y obsoleta que está más próxima al PP que al partido fundado por el histórico Pablo Iglesias y representa al pleistoceno de la formación, haya saltado firmando un manifiesto, con dirigentes del PP, para pedir a Pedro Sánchez, al que defenestraron entre aplausos en su momento y desautorizaron por todos los medios, que destituya a su vicepresidente por exponer con claridad su opinión sobre el sistema democrático español, por decir una serie de obviedades que todo el mundo sabe y conoce porque aparecen, un día sí y otro también, en esos mismos medios que ahora se rasgan las vestiduras porque un vicepresidente del gobierno amplifica lo que ellos dicen. “¡Váyanse ustedes a la mierda!”, como dijo mi admirado José Antonio Laboderta.
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