De anaquel en anaquel
Por Silvia Pato , 8 octubre, 2014
Me gusta perderme en las bibliotecas. De estantería en estantería, de anaquel en anaquel, la mirada se desliza a través de los volúmenes que albergan otros mundos, otras historias, otras gentes, otras sabidurías. Ya sea diversión, conocimiento, inquietud, ansiedad o placer, cada uno de esos tomos se presenta como una promesa de futuro, una aventura a vivir, un pensamiento que reflexionar.
Una de las consecuencias más placenteras de padecer semejante debilidad es la de encontrar libros de los que nadie ha hablado, que nadie te ha recomendado, que no figuran en las listas de los más vendidos ni tienen costosas campañas de promoción en marquesinas, televisiones o periódicos. Tal vez, matizando todavía más, deberíamos decir que no somos nosotros los que encontramos esos libros, son ellos los que nos encuentran, son ellos los que nos están esperando.
Existe cierta vena aventurera y transgresora que nos hace coger ese tesoro recién descubierto y llevarlo bajo el brazo para casa con una satisfacción indescriptible. Somos conscientes de que nuestra apuesta, o bien nos decepcionará soberanamente, o bien nos mantendrá enganchados a sus páginas hasta que no podamos con el peso de nuestros párpados. Cuando esto último sucede, todo lector cae presa de una especie de euforia. Por un lado, se siente embargado por la alegría de haber descubierto una joya; por otro, desea difundir ese secreto hallado a los cuatro vientos, recomendarlo a sus amigos y hablar de su hallazgo con una dicha tal que pareciera que nadie más hubiera leído jamás esa obra.
¿Creen que un amante tal de esos placeres va a elogiar únicamente la letra impresa y despreciar las otras formas de lectura? Esa postura, tan difundida sin embargo en nuestro tiempo, dice mucho del verdadero lector que la pronuncia. La realidad es que todos esos instantes de felicidad se multiplican en Internet.
Pese a todos aquellos que opinan que estamos matando los libros, que el negocio editorial está sucumbiendo por culpa del universo digital, hay que admitir que, quien desea leer, vive una época paradisíaca.
Todo lo que imaginas está al alcance del ordenador de tu casa. Ofertas de editoriales de todos los tamaños, con todo tipo de géneros, a todo tipo de precios y estrategias de difusión, el acceso a obras de autores que, por motivos económicos y del mercado tradicional difícilmente ven la luz en papel, así como el maravilloso mundo de las obras de dominio público provocan que uno, al igual que se pierde por los pasillos de las bibliotecas de su ciudad, también lo haga en las digitales y encuentre en ellas tesoros que le llenarán de gozo, le cogerán por sorpresa y provocarán que siga alimentando su amor por los libros y su pasión por la lectura. Con frecuencia, terminará comprando ese descubrimiento digital en papel, y con frecuencia también se sentirá decepcionado al descubrir que es físicamente imposible.
Probablemente, aunque el reino de la imagen fagocite todo lo demás, se subestime siempre una de las virtudes del universo virtual, un lugar donde nos pasamos horas leyendo y donde nos aguardan millones de lecturas aún por descubrir. Solo por eso, nunca escuchará a un verdadero bibliófilo despreciar la Red, después de todo, es otro de sus paraísos.
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