Homofobia cómplice
Por Fernando J. López , 28 abril, 2015
Cuatro chicos agredidos, en dos ocasiones y en una sola noche, en plena Gran Vía.
No es nada, claro. Solo una agresión física, un ataque intolerable contra la libertad individual sucedido este mismo sábado, una muestra -dolorosa y física- de la homofobia que ha repuntado con fuerza en los últimos tiempos y que hace difícil de creer que este sea el siglo XXI. Una homofobia que a veces se conforma con el ataque verbal -el consabido maricón que también deja sus propias heridas- y que en otras ocasiones se atreve -sobre todo si va acompañada: los violentos son siempre unos cobardes- a convertirse en golpe o en paliza.
Una situación aislada, leo. ¿De verdad lo es? Y aunque así fuera, nadie tiene por qué sentir miedo por ser quién es. Y nadie debe esconder su identidad. Yo, desde luego, no pienso hacerlo. A pesar de que haya muchos cómplices con la barbarie.
Complicidad de parte de la policía -quiero pensar que hay quien disiente de esa pasividad- que minimiza estas agresiones y apenas reacciona ante ellas.
Complicidad de muchos medios de comunicación LGTB, que han abandonado la beligerancia y el activismo para pasarse a la venta de cremas, la construcción de falsos iconos y el despelote frívolo de tal o cual actor o cantante.
Complicidad de los que siguen con su manido discurso pro-armario, que si es mi vida privada, que si no importa a nadie, que si soy discreto: cuanto menos visibles seamos, más débiles nos hacemos.
Complicidad del sistema educativo, donde apenas se roza la identidad sexual y solo se trabajan cuestiones como homosexualidad o transexualidad cuando los profesores -a modo personal- deciden implicarse y hacerlo. Por desgracia, pese al apoyo que ofrecen asociaciones como COGAM o Triángulo, siguen siendo una minoría
Complicidad de ciertos programas televisivos -todos sabemos cuáles- que siguen vendiendo una imagen estereotipada, meliflua y falsa del colectivo homosexual, reduciéndonos a un chiste de mal gusto o, en el mejor de los casos, a un conjunto de locas a las que no se puede tomar en serio.
Complicidad, en fin, de quienes no se implican. Porque la violencia solo se puede erradicar con tenacidad. Con trabajo firme. Y con el compromiso de todas y de todos. Mientras no lo hagamos así, mientras sigamos esperando a que sean otros quienes cambien la realidad, nuestras calles seguirán teñidas de la ignorancia de la que nace la homofobia. Porque no hay nada de miedo ni fobia en quien odia, solo estupidez, cobardía y estrechez mental.
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