Los escritores nunca mueren
Por José Luis Muñoz , 25 junio, 2014
Los escritores nunca mueren. Por esa razón quizá escriban. Tampoco mueren los actores de cine que vemos una y otra vez la mar de vivos en la pantalla transmitiendo sus emociones. Lo mismo de los pintores, que viven en sus cuadros; los escultores que transmiten fuerza o belleza en sus esculturas; los músicos que nos hacen vibrar. Ahora, con las nuevas tecnologías, hasta podemos disfrutar de un concierto en directo con un Michael Jackson holografiado. Por eso decimos que nos gustan las novelas de Thomas Mann, las películas de John Ford, las interpretaciones de Marilyn Monroe, las composiciones de Gustav Mahler, los retratos de Gainsborough, etc., siempre en presente, sencillamente porque las obras que han surgido de los artistas siguen vivas y tienen carácter de legado universal. Cuando mueren, y ahí está nuestro egoísta drama, dejan de producir obras de arte que nos deleiten. Todos nos quedamos sin poder contemplar el proyecto que tenía Stanley Kubrick de esa película épica sobre Napoleón que murió con él.
Acaba de morir Ana María Matute. El sillón K de la Real Academia y Premio Cervantes era una escritora sabía, elegante y discreta, además de buena mujer, sensible, alegre y risueña. Alguien que veía la pulsión literaria, ese deseo irracional que aboca al escritor hacia una historia, con ilusión de niño porque nunca había dejado de serlo hasta los 88 años. La escritora de Olvidado Rey Gudú, Primera memoria, Los Abel y tantas otras novelas publicará, post mortem, una novela acabada que será, sin duda, un nuevo destello literario. Su muerte es un mero accidente en su vida literaria. Los escritores son sus libros. Y los libros siguen vivos. Los de ella y los de cualquiera que abramos.
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