No se aceptan devoluciones, de Eugenio Derbez
Por José Luis Muñoz , 30 abril, 2014
Creía uno extinguido el desopilante melodrama mexicano, circunscrito a día de hoy a las cadenas televisivas en forma de horrísonos culebrones, cuando Eugenio Derbez, un cómico muy popular en su tierra y especie de hombre orquesta, nos remueve con No se aceptan devoluciones del que es su autor absoluto—lo dirige, lo produce, lo escribe, lo monta, lo interpreta y sólo falta que lo proyecte—y consiguiendo que sea el film más taquillero de la cinematografía mexicana en EE.UU, 25 millones de espectadores en su estreno, circunstancia que suele ser inversamente proporcional a la calidad del producto. Así es que nos encontramos con una película en las antípodas del cine que, hasta bien poco, manufacturaban el tándem Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu, o la mala baba de Arturo Ripstein, o la dureza expositiva de Amat Escalante, el director de Heli.
Un donjuán llamado Valentín (Eugenio Derbez), educado por su padre Johnny Bravo (Hugo Stiglitz) para no tener miedo a nada—lo lanza por los risos de Acapulco y le obliga a dormir en criptas sepulcrales como parte de su aprendizaje—que huye constantemente del compromiso sentimental con las mujeres, ve alterada su placentera vida cuando una de las amantes, Julie (Jessica Lindsey), una rubia norteamericana, le deja al bebé que supuestamente tuvieron en común. En su intento de devolver la criatura, el donjuán cruza ilegalmente la frontera y busca a esa desmadrada madre gringa en su territorio. Como no la encuentra sino muy al final, tiene que cuidar de Maggie (Loreto Peralta), y para mantenerla en una especie de Disneyland ejerce, ya que no tiene miedo a nada, como especialista en Hollywood hasta que Julie quiere la custodia de Maggie y todo se complica en una especie de Kramer contra Kramer tan lacrimógena como la película de Robert Benton que interpretaron Meryl Streep y Dustin Hoffman.
Con colores chillones y humor de trazo grueso, Eugenio Derbez transita por la comedia popular sin más gracia que comparar el sueño americano con el realismo mexicano, la frialdad del otro lado de la frontera con la efusividad y calidez de acá, y utiliza con descaro toda clase de trampas entre risas y lágrimas y personajes patéticos, el que el mismo interpreta sin ir más lejos, hasta desembocar en uno de los finales más tramposos de la historia del cine, que en eso sí que tiene mérito el director. Tampoco se arredra Eugenio Derbez a la hora de copiar La vida es bella de Roberto Begnini cuando el padre envía cartas a la niña haciéndose pasar por la inexistente madre y convertir la vida de la huérfana de madre en un juego continuo.
Lo malo, o lo bueno de No se aceptan devoluciones, es que hay algo en la película, no se sabe bien cómo ni cuándo, que consigue atrapar; quizá tanta puesta de sol almibarada y tanto subrayado musical, o los ojitos de la niña güera, rubia, que a uno le recuerda ese cine con niños que tan buen resultado tenía en España del franquismo y la pandereta de la mano de Marisol, Rocío Dúrcal, Joselito o Pablito Calvo, o quizá sea el aspecto y la forma de hablar de Eugenio Derbez que resucita a Cantinflas con todas las consecuencias. Buena parte del público mexicano, al parecer, lo sigue añorando.
Título original: No se aceptan devoluciones
País: México
Año de producción: 2013
Duración: 115 minutos
Director: Eugenio Derbez
Estreno en España: 30/4/2014
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