Philip Seymour Hoffman, un actor irrepetible
Por José Luis Muñoz , 3 febrero, 2014
Decir que Philip Seymour Hoffman era uno de los actores más brillantes de su generación puede resultar una obviedad. Al protagonista de esa redonda película negra que fue el testamento de Sidney Lumet y cuyo título es Antes de que el diablo diga que has muerto, su físico nada agraciado no le supuso ninguna barrera para formar parte de la élite de actores de su país. Rubio, corpulento y de ojos azules que podían mirar con ternura u odio acerado, su presencia magnética llenaba la pantalla y su nombre en los títulos de crédito de una película era una garantía de que, al menos, ibas a ver una buena interpretación: la suya.
Iba para el eterno secundario de comedias bobaliconas, pero se cruzó en su camino el gran Paul Thomas Anderson que le regaló tres buenos papeles en otras tantas películas: como técnico de sonido homosexual en Boogie Nigths, la película sobre el apogeo del porno; en Magnolia, haciendo del enfermero Phil Pharma; y en The master, dando la réplica a un Joaquim Phoenix, que literalmente se salía, como Lancaster Dodd, el fundador de la iglesia de la Cienciología. El óscar se lo llevó por su interpretación en Capote, pero fue sacerdote católico sobre el que sobrevuela una sospecha de pederastia en La duda, cura rijoso en Could Montain, pastor evangelista casado con la histérica Kate Bates en Jugando en los campos del señor, villano en Misión imposible II, oficial de la CIA en La guerra de Charlie Wilson o asesor político en Los idus de marzo. Versátil con un físico que a otro actor le hubiera encasillado.
Pero en donde daba el do de pecho era en el film testamento de Sidney Lumet antes citado, como hermano dominante de Ethan Hawke. Curiosamente en Antes de que el diablo diga que has muerto interpretaba con convicción absoluta el papel de un adicto a las drogas que, por su adicción, es capaz de organizar el atraco al comercio de su propia madre y que esta muera a consecuencia de las secuelas del mismo. Lo encontraron ayer, en su apartamento de Nueva York, con una jeringuilla clavada en el brazo, a los 46 años. La heroína ha truncado una carrera que se prometía larga y brillante.
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