Una vida de ficción
Por Silvia Pato , 29 octubre, 2014
Uno tiende a creer que lo ha visto ya todo, pero se equivoca. En el mundo en el que vivimos, en el que todo es una mercancía, una herramienta como Internet provocará que sea accesible comprar cualquier cosa, de cualquier modo, en cualquier lugar del mundo. Si pueden imaginarlo, pueden hacerlo.
Los amantes de la ciencia ficción vemos en la realidad que nos rodea continuas referencias a películas y libros del género que ya conocemos. Recordamos secuencias, escenas y párrafos, asombrándonos de cómo unos creadores, hace tanto tiempo ya, resultaron ser visionaros.
Esta reflexión viene motivada por un nuevo servicio que muchos desconocíamos: contratar una pareja virtual. Aunque más de uno habrá arqueado las cejas al tener conocimiento de ello, en Asia es un negocio en auge y, al parecer, muy lucrativo. De todas formas, circunscribirlo a una zona geográfica en tiempos de globalización resulta bastante absurdo.
El servicio, disponible en páginas como TaoBao, se basa en elegir a una novia virtual, con las características físicas y personales que uno desee, y durante siete días mediante chat y similares, tendrá asegurado un saludo mañanero, un buenas noches, mensajes amorosos y conversaciones llenas de comprensión y cariño. Como reglas básicas, no hay información privada, ni video, ni fotografías, salvo la primera imagen que facilitan del amante virtual cuando se contrata este producto; y todo por un precio que oscila entre los cuatro y los ochenta y dos dólares.
Las aplicaciones para este tipo de noviazgos son variadas. Así, nos encontramos con la estadounidense Invisible Girlfriend que, además de hacer vivir a uno la farsa de que tiene pareja, fue creada con la idea de servir de coartada para no acudir a aquellas reuniones familiares o compromisos sociales de toda índole que uno pueda encontrarse en su vida diaria. Los mensajes y llamadas de su Invisible Girlfriend siempre van a estar ahí para justificar su comportamiento.
Llama la atención una de las cosas que contrasta con todas las historias de ciencia ficción que hemos leído. Mientras en estas las voces femeninas eran generadas por ordenador o se interactuaba con robots, en los servicios de parejas virtuales nos tropezamos con mujeres reales contratadas al efecto. Cierto es que todas estas plataformas ofrecen su versión masculina, pero no lo es menos que su demanda es bastante inferior.
Esta forma de convertir nuestras vidas en una ficción y de cruzar el límite de la realidad prolifera mucho más de lo que nos podamos creer. La cosificación y las normas de mercado que rigen nuestros tiempos, provocan además, como efecto secundario, que infravaloremos y menospreciemos aquello que nos hace humanos. Creyendo que las relaciones personales se resumen en eso, en complacencia, en vanidad y en egoísmo, y excluyendo de ellas lo que más las enaltenece, como es el compartir las risas, las lágrimas y los momentos efímeros de la vida, con comprensión, empatía y grandes dosis de ternura, difícilmente nos superaremos a nosotros mismos.
Subestimando conceptos como el amor o la amistad no llegaremos muy lejos. Sin olvidar que, ante todo, a quien más necesitamos es a nosotros mismos, todos deberíamos contar con alguien que nos inspire a ser mejores, a evolucionar, a crecer, a desplegar las alas para conseguir aquello que el mundo nos dice que es descabellado, y ese tipo de inspiración únicamente funciona si es sincera, íntima, honesta y real.
Cuando las relaciones personales son de verdad, y no ficticias o interesadas, los mensajes, las redes sociales y todo lo que el universo digital conlleva son una bendición, y nunca un sustitutivo, para seguir manteniéndolas, cuidándolas y alimentándolas, pero habrá que haber hecho un esfuerzo real con anterioridad. Quien pretenda contratar un servicio de relaciones virtuales para conseguir aquello que requiere paciencia, años y respeto por el valor de las personas que elegimos que nos rodeen va a empezar el peligroso juego de engañarse a sí mismo.
¿Qué está pasando para que este tipo de actitudes se vea normal? ¿Qué está sucediendo para que la ley del mínimo esfuerzo esté devorándolo todo? ¿Qué está contribuyendo a este aumento de la intolerancia a la frustración? ¿Qué extraño peso tienen los convencionalismos disfrazados de tal forma bajo las nuevas tecnologías que parece que no existen cuando existen más que nunca?
Por más que nos quieran hacer creer que todo está en venta, por más que a cambio de una suscripción uno pueda soñar con otra existencia, hay algo que deberíamos repetirnos a menudo:
Lo verdaderamente importante en la vida no se puede comprar con dinero.
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