15 bajo cero en Stalingrado
Por Víctor F Correas , 2 febrero, 2015
Lleva algunos días sin afeitarse. Su rostro demacrado es algo mejor que el de la mayoría de sus soldados. Para eso es mariscal.
El frío corta las caras de los presentes, y eso que están a cubierto en su refugio, donde las ratas ni siquiera quieren estar. Él casi no lo siente. Como tampoco muchos de sus soldados. Los que siguen con vida envidian a sus 150.000 camaradas muertos. Ellos no volverán a pasar frío ni a temer más por su futuro. En el fondo tuvieron suerte. Que se lo cuenten a los 90.000 desgraciados que han caído en manos de los rusos. Se compadece por ellos porque sabe que no les espera nada bueno. ¿Misericordia?, se pregunta sonriendo irónicamente. Habiéndose llevado por delante la vida de cerca de medio millón de tovarichs, misericordia es un término que no recoge el manual del Ejército Rojo. Esos camaradas añorarán Stalingrado, cree Fiedrich Wilhelm Ernest Paulus. Seguro que hace más calor que en Siberia, donde acabarán buena parte de esos prisioneros. Es lo que hay. La guerra es la guerra.
Frente a él, el general soviético Vasili Zhukov espera el momento. Está contento, no lo puede disimular. El camarada Stalin le ha transmitido su emoción, que es la de todos los hijos de la madre patria rusa. «A esos hijos de mala madre, ni agua». Agua poca, desde luego. La que no está congelada, está podrida. Así que ni ese consuelo tendrán los vencidos. Observa al mariscal que se rendirá ante él con cierta admiración. Al fin y al cabo sabe lo que ha tenido que aguantar. Y desde luego le está echando un par. Con Hitler bramando desde Berlín eso de ni un paso atrás, nada de capitulaciones ni de vergonzosos comportamientos. “El Sexto Ejército cumplirá con su deber histórico en Stalingrado hasta que no quede un solo hombre”. Palabra de Führer. Él allí, rodeado de comodidades, con las manos sobre un buen fuego crepitando en una gran chimenea. Y se va a rendir. Con un par. Zhukov no da ni un rublo por von Paulus. Es un traidor. Un traidor que ha evitado más sufrimiento a sus soldados, pero a ojos de Hitler no es más que eso.
Fiedrich Wilhelm Ernest Paulus presenta sus respetos a Zhukov. El Sexto Ejército de la Wehrmacht se rinde. Y lo hace convencido de que es lo mejor para todos. Siente lástima por sus camaradas prisioneros, igual que la viene sintiendo desde hace semanas. Sin ropa de abrigo que ponerse y ni un mísero bocado de pan que llevarse a la boca. Los últimos caballos desaparecieron hace ya bastantes días y muchos llevan cuatro sin probar bocado alguno. Así se lo transmitió al Führer. Ni siquiera podían replegarse a sus posiciones; los hombres caían agotados. Esto es Stalingrado, no Berlín. Y quién sabe si volverá a Berlín. Le gustaría. Algún día. Ahora se rinde. Sin más. Quizás los rusos sean más piadosos que el Führer. Quiza.
En Stalingrado, hace 72 años, el mariscal de campo Fiedrich Wilhelm Ernest Paulus rinde las últimas tropas alemanas al Ejército Rojo poniendo fin a la batalla de Stalingrado, que costó la vida a más de dos millones de muertos entre civiles y soldados.
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