22 días
Por José Luis Muñoz , 28 junio, 2014
Recordemos cómo eran nuestros hijos, o nuestros nietos, con 22 días. Lo pequeños, inocentes y vulnerables que eran. Pues bien, la última víctima de esa práctica tan habitual como criminal llamada desahucio—porque dejar a una familia en la calle porque lo han perdido todo y hacerles que pierdan su casa es un crimen—ha sido un bebé de 22 días, acompañado de su madre que se recupera del parto, un niño de 9 años que se llevará a la tumba la tristeza infinita de este día grabado a fuego en su retina, otro de 3 y un padre pacífico e impotente que no sabe qué hacer con su familia salvo sumirse en la desesperación más absoluta. Para más inri, como si esos padres con sus tres hijos fueran peligrosos terroristas armados hasta los dientes, varias dotaciones de policías antidisturbios—que pagamos con nuestros impuestos—, cumpliendo con su obligación, imagino que con náuseas en el estómago y ganas de dejar la placa y no decir nada de su heroica actuación a sus esposas e hijos que los esperan en casa, aporrean a los que intentan evitar que esa familia, y el bebé de 22 días, se vayan a la calle.
Todo esto sucede en un país en donde hay miles de viviendas vacías que no se van a ocupar nunca y en el que, cada vez más, hay más gente durmiendo en la calle porque la han echado de sus casas.
Aunque en este caso concreto no se trató del desahucio de una casa hipotecada—la familia sin recursos ni trabajo ocupó una vivienda vacía de una entidad de ahorro y allí llevaba viviendo algún tiempo—la actitud del sistema viene siendo la misma con los que se quedan sin recursos: desalmada. Sin alma, sin corazón, sin sensibilidad social, ejerciendo la violencia, las familias siguen siendo expulsadas de sus viviendas sin miramientos y sin tener en cuenta sus circunstancias personales.
Las cadenas de televisión, salvo las públicas y oficiales, han resaltado los 22 días de ese bebé que empieza con mal pie su existencia y que quizá, como ocurra con los otros dos niños, sea retirado de la custodia de sus padres porque estos no pueden hacerse cargo de sus hijos por haberse quedado sin trabajo, sin dinero y ahora sin casa en un diabólico ejercicio de cinismo de un sistema tan preocupado por el nasciturus desde que es una simple célula como despiadado por los que nacen.
Un sistema así, como el que permite una atrocidad como la que se cometió ayer, no merece mantenerse ni un segundo más.
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