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Cartografía de la inseguridad

Por Emilio Calle , 4 mayo, 2014

Sin título (7)

No somos pocos los que, por razones conocidas, tratamos de evitar (en la medida de lo posible, y no es cosa sencilla) las tiranías monopolistas de Bill Gates, como por ejemplo, su navegador. Esto nos permite conocer iniciativas tan preciosistas como la que Mozilla Firefox (navegador gratuito y de código abierto) nos ofrece estos días y que, en forma de “doodle”, nos brinda la oportunidad de descubrir, indagar y hasta ser partícipes de lo que ya empieza a parecer algo imposible: ser nosotros conjuntamente quienes cimentemos Internet. Bajo el título “La web que queremos: una carta abierta”, los responsables de Firefox, además de un vídeo exquisitamente ideado, aportan un mapa donde podemos consultar datos exactos sobre las mayores preocupaciones de los usuarios de la red, que los autores de la idea dividen en varias categorías, como pueden ser “privacidad”, “accesibilidad”, “aprendizaje” o “control del usuario” entre otras, además de establecer comparativas de lo más reveladoras sobre las diferencias de esos mismos conceptos en diversas partes del mundo. Presidido por un contador que nos informa de la cantidad de gente opina segundo a segundo (mientras escribo esto, ya superan los 87 millones de datos), cualquiera puede señalar, a tiro de un solo clic, qué temas le parecen más importantes o decisivos. Esa valoración personal queda de inmediato registrada y mostrada en la cartografía virtual en la búsqueda de un criterio común. Pese a las divergencias que existen entre continentes, en todos ellos la mayor preocupación (con muchísima diferencia sobre las demás) es invariablemente el tema de la privacidad. No es para menos. La intimidad parece a punto de extinguirse para siempre. Y no por las turbias maquinaciones de la NASA, ni por saber que los grandes líderes europeos o los mandatarios de la OTAN no mandan ni un solo mensaje sin que se entere quien no está autorizado, ni al constatar cada día cómo detalles de nuestra vida son secuestrados por las grandes compañías, que nos los devuelven como correo basura, agrediéndonos sin desmayo en cada página que visitamos con la publicidad que ellos deciden atendiendo a nuestra edad, nuestro sexo o hasta nuestros gustos culinarios, sólo porque una vez tuvimos la infeliz idea de consultar una receta. Todo está expuesto y es maleable.

Porque cuando uno realmente entra en barrena es al comprobar que somos nosotros quienes amplificamos esas inquinas, quienes, mientras nos quejamos de la agresión, vivimos usando esas mismas reglas. Y todos apelando al mismo juego. En aras de defenderse de ataques terroristas o cualquier otro peligro que nos arrastre hasta el caos, los gobiernos leen todo lo que escriba cualquier persona. Una cuestión de seguridad. Todos tenemos peligros que nos rodean, ya sean grandes o pequeños. Y ya es cada vez es más frecuente conocer a gente a la que amigos, familia o cualquier otro garante de una confianza que se las ha ofrecido sin reservas, aprovecha esa debilidad para adentrarse en la intimidad ajena, husmear a su antojo, y salir disparado con lo que más le conviene. Como por ejemplo, esos padres que, accediendo a los chats privados de sus hijos, aseguran estar buscando que sus retoños no se estén drogando, o bebiendo más de la cuenta. O los correos entre parejas. Nada debería haber tan sagrado como nuestra privacidad. Y nada está siendo tan pisoteado en estos extraños tiempos. El término “violación de la intimidad” es muy preciso, pues de una violación se trata, y con el agravante de que en este caso los violadores encima se creen con derecho a apelar a la moral, a la ética, o a la honestidad para así justificar sus actos. Quien piense que exagero, que le pregunte a alguien que haya tenido el infortunio de sufrir alguna de estas agresiones, a cualquiera que tenga constancia de que su intimidad había sido arrojada a un vertedero por aquellos en quienes confiaba, y que le pida que confiese la verdadera naturaleza que esa intrusión forzada les hizo padecer.

Es muy de agradecer, y muy recomendable, el poder recorrer esta visión panorámica que nos ofrece Mozilla. ¿Cómo es la web que queremos? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a implicarnos para que sea ese espacio de libertad al que la mayoría de nosotros aspiramos? Casi ninguno disponemos de las herramientas informáticas que hagan defensa de nuestra identidad. Por tanto, es un compromiso de alto voltaje personal. Pero si no somos capaces de respetar la intimidad de aquellos a los que supuestamente amamos, ¿cómo podemos exigir que el sistema no se ampare en dudosas coartadas para rebuscar en nuestra vida todo aquello que les apetezca?

Vamos, atrévanse a mirar el mapa, y aprovechen para ser sinceros a la hora de confesar si no están participando en dos bandos a la vez. Porque la de la intimidad es una batalla que no podemos perder.

Sin ella, este será un mundo vacío, acabado, sin misterio.


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