Nota escrita en un Vips de Veracruz…
Todos se quejan de los precios altos, del desempleo, pero nadie de la incompetencia. Las empresas mexicanas afirman que es difícil conseguir gente calificada. Los padres de familia envían a sus hijos a las universidades mexicanas, que pueden ser privadas o públicas, para que éstos encuentren en el futuro un trabajo. Los jóvenes, que no gustan del estudio, sostienen que estar sentados varias horas en las aulas de clase es cosa inútil. ¿Quién tiene la razón?
Hay muchos licenciados, maestros y doctores que saben lo mismo o menos que gente que puso sus límites académicos en los tiempos de la preparatoria y hay muchas empresas mexicanas que en el extranjero no serían llamadas empresas, sino vestigios del trueque egipcio.
Abundan, habrá notado cualquier observador satírico de los medios de comunicación, los presidentes, los fundadores, los empresarios, pero faltan los eruditos, los doctos, personas con juicio. ¿Qué pasará cuando toda la gente con juicio que queda en el mundo se muera? La indocta sapiencia popular dice que todos, a determinada edad, seremos juiciosos. Lo dudo, y mucho.
La mayor parte de los profesores universitarios, y lo digo fundamentándome en la experiencia que tengo en los quehaceres profesorales, no sabe leer, ni escribir, ni expresar las ideas que adquiere al pasar los ojos por los libros de texto que sendas instituciones académicas le suministran. Tales profesores confunden a los alumnos, que no saben distinguir entre las experiencias de vida del profesor, las experiencias profesionales del profesor y las experiencias científicas del profesor, si algunas tiene.
Una cosa es conocer la economía, otra haber firmado un contrato millonario y otra comprender las causas y los efectos que producen los contratos sociales. ¿Cuántos firmantes han leído a Rousseau? Una cosa es conocer las teorías lingüísticas, otra haber escrito artículos sobre las teorías lingüísticas y otra muy diferente el ser literato y haber escrito párrafos que hayan revolucionado el lenguaje. ¿Cuántos lingüistas de México han leído a Proust en francés o a Joyce en inglés? Una cosa es conocer la medicina, otra el haber operado a cientos de enfermos y otra totalmente distinta el meditar el funcionamiento histórico de la medicina. ¿Cuántos con la cabeza de Michel Foucault hay en las facultades de medicina de nuestro país?
¿En qué nivel está la educación en México? ¿Cuánto hay que saber, como preguntan en Oxford, para dejar de ser una bestezuela? Respondamos la pregunta inicial: en el nivel más bajo, al que llamo “nivel panorámico”. Y en tan pueril nivel están alumnos, profesores y empresarios mexicanos.
Recuerdo que Santa Teresa sólo se fiaba de los “letrados” y de los “buenos libros”. Cito a Santa Teresa porque ella nada tenía que ver con el comercio, que hoy todo lo envilece. Antaño, cuando no había especialización, había saberes bien distintos, y médicos y abogados, comerciantes y políticos, dominaban sus ciencias y artes. Hoy, en cambio, todo está pensado para que pueda ser vendido. En nuestros días es incompetente el médico que no sabe hacer negocios, el político que no sabe hacer negocios y el economista que no sabe hacer negocios. La economía, por cierto, no sirve para hacer negocios, sino para lo contrario: para que no sea necesario negociar la igualdad. Sin leyes económicas reales, concretas, siempre acaba favorecido el más fuerte, según ha demostrado el famoso economista Nash y el pensador John Rawls, que perfeccionaron las ideas de Hobbes y compañía.
Así las cosas, vemos que no hacen falta empleos, sino oportunidades para hacer negocios, ni profesionales competentes, sino buenos vendedores de sí mismos. Lo dicho explica perfectamente por qué son los pícaros y mentirosos los que triunfan en nuestro país. ¿Pero qué pasa cuando el pícaro mexicano, tan rico y famoso, tan guapo y fuerte, tiene que competir con el chino de Cambridge, con el africano de La Sorbona o con el sueco de Harvard? Que pierde, que por bufón es tenido.
Nadie ignora que los técnicos de Harvard, su capa social más despreciable, es la que entabla diálogos académicos con los “doctores” mexicanos, que son doctores sólo porque poseen un título que acredita antes su “doctrina” que su erudición, título inútil en los “momentos de la verdad”, si me permiten echar mano del vocabulario de los negocios.
Conozco decenas de doctores que sólo leen libros basura. Pero lo malo no es leer libros basura, sino no saber que la basura es basura. Bien está que usted coma hamburguesas, pero mal que crea que son alimenticias y que podrá ganar maratones gracias a ellas. Los universitarios mexicanos no saben que leen basura y creen que leyendo porquerías serán capaces de codearse con la élite mundial, élite que ha leído y releído a Aristóteles, a Platón, a Shakespeare y a Cervantes no para vender más, sino para profundizar en el panorama mundial, que es más complejo de lo que parece y más profundo de lo que creen los comerciantes, que todo lo reducen a aduanas, impuestos, inversiones y derechos. “The translation of all human expression into the vocabulary of business narrows the understanding and damages the culture”, dijo L. Wieseltier.
El saber de la mayoría de los doctores mexicanos es el saber de los jóvenes universitarios del mundo científico sajón y el saber de la mayoría de los licenciados mexicanos es el saber de cualquier vago con ínfulas de artista europeo. ¿Qué hace un mexicano con maestría en el extranjero? Trabaja en el ámbito técnico… nunca llega al teórico.
Ya son varios los padres de familia mexicanos que me han dicho, más o menos, lo siguiente: “No creo que sea necesario, según veo, que mi hijo vaya a la universidad. Lo mejor será que aprenda un oficio”. ¿Qué hacer para solucionar tan gran problema? Leer, estudiar y burlarse cruelmente de todo ignorante. ¡Es el colmo, seamos honestos, que en pleno siglo XXI los latinoamericanos sigamos teniendo el mismo problema, el del analfabetismo! Analfabeto y salvaje es cualquier doctor mexicano que no puede conversar amena y eruditamente con un Habermas, por ejemplo. ¿Qué hay que exigirle a todo profesor universitario? Cinco cosas: que escriba artículos, que escriba libros, que dé conferencias, que tenga saberes humanísticos y científicos y que desde la filosofía dedique sus horas solamente a la investigación teórica.
Concluyo contando algo penoso. Alumnos franceses, cierta vez, me dijeron en Cholula lo siguiente: “Profesor Zeind… los alumnos mexicanos celebran grandes fiestas, beben, fuman, fornican, pero son aburridos, necios. Nada importante se puede hablar con ellos”. ¿Qué se hará?
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