65 Festival de Cine de San Sebastián. Quinta jornada.
Por José Luis Muñoz , 1 octubre, 2017
Vamos acabando el festival con un nivel de cine sobresaliente. La película rusa “Loveless”/ “Sin amor“, que se proyecta en la Sección Perlas, es una de las mejores, sino la mejor, de las vistas por este crítico desplazado a Donostia. No es una sorpresa. Desde “El regreso” el ruso Andrey Zvyagintsev, que no ha podido estar en el pase por problemas de salud (sí la impresionante, por talento y físico, actriz Maryana Spivak y el protagonista masculino Alexey Rozin) es uno de los directores de mayor prestigio y más galardonados de su país. Nuevo film sobre la desaparición de un niño como la estremecedora película rumana “Pororoca”. Un matrimonio formado por Zhenia (Maryana Spivak) y Boris (Alexey Rozin) se está divorciando de forma traumática: es decir con gritos, reproches e insultos que entran dentro de la violencia verbal; cada uno de ellos tiene un amante con el que prácticamente viven (la pareja de él, Masha (Marina Valsiyeva) incluso embarazada); ese matrimonio destruido tiene un hijo de 12 años llamado Alexey (Matvey Novikov) no deseado por ninguno de ellos, especialmente por la madre (que literalmente lo detesta desde que lo parió), y no saben qué hacer con él, quizá meterlo en un orfanato; el niño, en una de las secuencias más dolorosas, escucha entre lágrimas tras una puerta lo que discuten a gritos sus padres y desaparece.
El director ruso rueda una película estremecedora sobre un par de villanos desalmados que ni cuando reciben la noticia de que su hijo ha desaparecido son capaces de dejar al margen el odio que se profesan (ella araña y abofetea a su marido en otra de las secuencias culminantes) y sobre un sistema en descomposición, el ruso, cuya policía no mueve un dedo por encontrarlo (sí una ONG cuya labor se centra en los niños desaparecidos y se implica a fondo). Andrey Zvyagintsev dibuja esa relación tóxica (quizá Zhenya haya heredado su mal carácter de su asocial madre, protagonista de otra de las tensas secuencias), filma con naturalidad las escenas de sexo de los protagonistas con sus respectivos amantes, utiliza una banda sonora impactante y consigue un ritmo no tan moroso al habitual en él (a este rendido espectador sus 127 minutos se le pasaron volando).
La película se abre y se cierra con la misma imagen: un árbol, junto a un río, en un paisaje nevado desolado, de una de cuyas ramas pende la cinta que colgó ese niño víctima de esa historia cuando desapareció, y entre esas dos imágenes exactas han pasado siete años de olvido e indiferencia y la cinta sigue pendiendo de esa rama. El director de “El regreso”, obsesionado por las disfunciones familiares en cada una de sus películas, padres que no se comportan como tales con sus hijos, construye una de sus mejores películas, rayando la perfección absoluta. “Nelyubov”, su nombre en ruso, deja al espectador en estado de conmoción profunda. El arte está para conmover y no dejar indiferente. Eso es cine. Arte que conmueve y estremece. Apunten ese título, “Loveless”/ “Sin amor”.
¿Se puede ver cine después de ese shock? Se intenta. En el Principal, en Nuevos Directores, irrumpe el cine británico con una producción de la BBC de formato televisivo pero impecable. “Apostasía” de Daniel Kokotajlo aborda el espinoso tema de las sectas a través de los Testigos de Jehová que el realizador conoce desde dentro. Una madre fanática permite que una de sus hijas muera y distanciarse de la otra, embarazada, que se ha salido de la ortodoxia de la secta. El rígido protocolo de actuación de los Testigos de Jehová ordena que los familiares aíslen a sus miembros que han cometido apostasía. El de Daniel Kokotajlo es un trabajo cinematográfico riguroso sobre el poder de las sectas en el seno familiar y sobre el vaciado mental de los sectarios. Esa madre, que es víctima de sí misma, no tiene otro asidero vital que su iglesia y sus creencias apocalípticas que pregonan una y otra vez el fin del mundo. Film correcto, bien interpretado por Siobhan Finnerari, Molly Wright y Sacha Parkinson al que habría que reprocharle cierta atonía.
Le cuesta al cine alemán meterse en su espinoso papel en la Segunda Guerra Mundial, así es que se agradece la originalidad del planteamiento de Robert Schwentke en “El capitán’ que va a la Sección Oficial con posibilidades de salir con algún premio. El hábito hace al monje, o el peor victimario es el que previamente ha sido víctima. Herold (Max Hubacher) es un soldado raso desertor que roba un uniforme de capitán. Lejos de utilizar su identidad impostada para huir de la debacle que se produce en Alemania en los coletazos de la Segunda Guerra Mundial, se cree su papel, recluta a su alrededor a un grupo de desertores, a los que convierte en banda de malhechores, y masacra de forma salvaje y con absoluta impunidad a todos los recluidos en un campo, desertores como ellos paradójicamente, aprovechando el caos del final de la contienda. Película potente, vigorosa y testosterónica que habla de la banalidad del mal, la relatividad de la muerte cuando se convierte en algo cotidiano y el avasallamiento del poder cuando va acompañado de la violencia extrema, cuando ésta se convierte en mera rutina. Lo peor de la condición humana asoma en esta película que subraya la sentencia de Thomas Hobbes de que el hombre es un lobo para el hombre. “El capitán” está fotografiada en un blanco y negro espléndido, cuenta con una banda sonora potente, buenos efectos especiales, muy buenos intérpretes (hiela la sangre la expresión glacial de Max Hubacher especialmente, un certero retrato de la psicopatía) y con secuencias impactantes (el protagonista que se pierde en un bosque por un sendero sembrado de esqueletos, una pesadilla de El Bosco). “El capitán” posiblemente marchará con algún premio.
“La gran enfermedad del amor” de Michael Showalter es una simpática comedia sentimental que recoge la verdadera historia de amor entre Kumail (Kumail Nanjiani), un entertainer pakistaní y chófer de Uber que se resiste al matrimonio concertado que impone su cultura, y Emily (Zoe Kazan), una simpática muchacha de Chicago que acude a uno de sus shows. Muchas risas, sobre todo por la química existente entre el actor pakistaní, que se interpreta a sí mismo, y la irresistible simpatía de Zoe Kazan y su característica voz nasal, y algo de drama (la chica enferma gravemente y eso es la excusa para que Kumail conozca a los peculiares padres de ella interpretados por Holly Hunter y Ray Romano). Comedia sin más pretensiones que agradar, presentada en el festival de Sundance, que consigue su objetivo. Si el cine puede ser un entretenimiento digno, ésta es una muestra de ello.
Esta tarde es cómoda porque no me muevo del Principal, así es que no hago otra cosa que entrar y salir de la sala, comentar las películas con mis colegas en las colas y ocupar mi asiento en la fila 3. Y puedo resistir el empacho cinematográfico gracias a unas alcachofas con foie y una merluza a la vasca que saboreé en Okendo sin perder la esperanza de ver aparecer a Mónica Bellucci. Nada. Hube de conformarme con su figura troquelada que a punto estuve de llevarme.
“The Wife”, que se estrenará en España como “La buena esposa”, es la aportación sueca a la Sección Oficial aunque sus actores sean norteamericanos o ingleses en su totalidad. Björn Runge trata en 99 minutos el tema del fraude literario, algo no tan incorriente en el mundo de los escritores y que no es cosa de ahora. ¿Quién escribe realmente muchas de las obras notables? “The Wife” podría enlazar precisamente con el film de Joseph Losey, a quien se homenajea en Donostia, “Eva”, o más recientemente con “El escritor’ de Roman Polanski. John Castleman (Jonathan Pryce) es galardonado con el Premio Nobel de Literatura y emprende viaje a Estocolmo con su esposa Joan (Glenn Close). Lo que empieza siendo un motivo de alegría se ensombrece a medida que se conocen los secretos inconfesables del Nobel de Literatura. Una realización correcta y un film que se sustenta en las magistrales interpretaciones de Glenn Close, Jonathan Pryce y de Christian Slater como malévolo biógrafo no oficial de Castleman.
Y llegamos a la última película del festival que quien esto escribe verá, la versión sobre la vida de Pablo Escobar (Javier Bardem), uno de los villanos más sanguinarios que se recuerdan, un falso Robin Hood colombiano, que ha rodado el español Fernando León Aranoa (“Los lunes al sol”) siguiendo el libro que la popular presentadora colombiana Virginia Vallejo (Penélope Cruz) escribiera sobre su romance con el rey de la droga. Rodada con pericia, buen ritmo, con buenas escenas de acción, dosificación de la violencia (y es mucha, sobre todo en esa cárcel que él mismo se construye y en donde ajusta cuentas con sierra eléctrica), perfectamente ambientado en su rodaje colombiano, rural y urbano, y con un presupuesto holgado (helicópteros, vehículos militares), sería una buena película sino hubiera un error de casting, y no me refiero a Javier Bardem que, sin estar a la altura de Benicio del Toro en el mismo papel, emula la transformación física de Robert De Niro en “Toro salvaje” (barriga cervecera y papada incluida, ¿o son unos extraordinarios efectos de maquillaje?), sino a Penélope Cruz que, en cuanto aparece, estropea la escena. Quizá se deba también a esa incomprensible copia en inglés con subtítulos en castellano que se ha proyectado en el festival (escuchar un inglés con acento colombiano todo el rato chirría).
Y aquí, con marea alta en el Urumea y olas en su desembocadura para hacer surfing nocturno, con el cuadro de esa ría iluminada por las farolas y la vistosa fachada del teatro Victoria Eugenia como fondo, termina el mejor Festival de San Sebastián al que haya asistido.
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