67 Festival de cine de San Sebastián 6
Por José Luis Muñoz , 25 septiembre, 2019
Bajo en el 13 desde mi favela de Altza. Me sorprende que el autobús articulado no se salga en las constantes revueltas que tiene la carretera que desciende de la colina al llano. Charlo, por el camino, con un cinéfago mayor que yo en cuanto al festival de San Sebastián: 40 ediciones lleva frente a mis cuatro. Ya no le pongo notable alto al festival. Él menos. Hablamos de las películas que nos han gustado, y de las que no, que son más. Si el festival tuvo buen nivel hasta el tercer día, luego se torció y bajó en picado. Zinemaldia tiene tres hándicaps que se llaman Cannes, Venecia y Berlín. Esos tres festivales europeos se llevan la mejor cosecha cinematográfica del año.
En el Victoria Eugenia una historia de padre e hija interpretada por Eduard Fernández y su hija Greta Fernández. Ella es una hija coraje, que, con un trabajo basura, sobrevive con un bebé, al que su padre natural ignora, y un hermano pequeño a su cargo. Eduard Fernández, padre y abuelo, recién salido de la cárcel, hace dejadez de sus obligaciones familiares. Belén Funes dirige con buen pulso a ese elenco familiar en esta tragedia sobre esa lucha en soledad de una joven que está en edad de divertirse y tiene sobre sus hombros más obligaciones de las que puede soportar. Un final muy bueno, en sede judicial (la hija demanda a su padre para tener la custodia de su hermano pequeño) y desolador sobre la soledad emocional de esa muchacha que se autodefine como normal y enmudece cuando la parte contraria le pregunta qué puede ofrecer a su hermano pequeño: su silencio es puro desgarro. De tal palo, tal astilla, y lo digo por la hija de Eduard Fernández, un actor con triple presencia en Donostia: el Millán Astray de Amenábar, el que estaba en mi mantel de papel del restaurante Okendo hace unos días y el padre de la protagonista de La hija del ladrón, que así se titula la película.
Mi desayuno en Baluarte es el de siempre, más un zumo de naranja, y me doy luego un paseo por la escollera de San Sebastián azotada por un bronco Cantábrico con mar de fondo. Es marea alta y el mar trepa furioso por el río Urumea levantando espumarajos y cortinas de agua que empapan a los paseantes. Embobado me quedo contando el oleaje (dicen que la séptima ola es la más potente) y me voy luego al Kursaal con pasaje a Cuba.
La cinematografía de la isla por excelencia suele ser muy buena. Agosto, una película iniciática que gira alrededor del adolescente Carlos, no defrauda. Buen cine e historia bien hilada con el telón de fondo de los balseros. A Carlos las cosas se le tuercen: la chica con la que sale, Elena, le da calabazas; la abuela, a la que cuida con enorme cariño, se le muere; el padre se larga, quizá como balsero, a buscarse un futuro mejor. Y todo en agosto, cuando acaban sus obligaciones escolares. Escenas emotivas como la iniciación sexual del adolescente con una mujer madura, una balsera, a la que no volverá a ver y que se entrega a él previendo el negro futuro que le espera en su arriesgada travesía, o esa charla muy íntima con la abuela octogenaria que le explica a su nieto sin tapujos sus aventuras sexuales con los novios que tuvo en su larga vida. Dirige con soltura y buen oficio Armando Capó este film que va a la sección Horizontes Latinos y es su primer largo. Oficio y talento.
Como en Okendo, para variar. Quizá deberían hacerme un abono por la publicidad que vengo haciendo del local desde que acudo al Festival de San Sebastián. Sustituyo salmorejo por pochas de Navarra con verduritas y lonchas de jamón. Me pimplo media botella de Rueda blanco y media de agua. Sigo apegado al arroz con leche. Me regalan el café. Ya no busco a nadie.
Echaba en falta el cine negro y lo recibo en pleno rostro con Adiós, un thriller hiperviolento de Paco Cabezas. Como resultado de un atraco a un clan rumano por parte del clan gitano los Taboa, muere accidentalmente la niña pequeña de los Santos. La venganza será terrible y la cosa se complica con una red corrupta de agentes de la ley que pone al descubierto una mujer policía íntegra a la que no le tiembla el pulso al enfrentarse a sus superiores. Escaso humor (ese alargo que se queda corto para trepanar la carne de una víctima con una perforadora eléctrica) en un thriller de acción que no da respiro y tiene secuencias antológicas como ese asalto policial a las 3000 Viviendas de Sevilla. En ese escenario límite, en una atmósfera de miseria absoluta de un barrio marginal arrasado por la droga y la desesperanza, sitúa Paco Cabezas, su director, este film más que negro que rebosa sangre, demasiada para mí gusto. La película acaba con una balacera propia de Tarantino o Peckinpah. Mario Casas pone cara a ese padre vengador que se cobra en sangre la muerte de su hija, Natalia de Molina es la policía recta, Ruth Diez la atribulada madre de la niña muerta y Carlos Bardem uno de los jefes policiales. El cante jondo es su impresionante banda sonora de un film que bascula entre el negro y el western. No queda muy claro el papel de esa mujer policía que se apunta al bando de los vengadores, pero la película nada tiene que envidiar en su factura a cualquier thriller made in USA. Por algo Paco Cabezas se ha labrado una muy sólida carrera en Estados Unidos.
Me está sorprendiendo el día de hoy que vaticinaba flojo. La jornada acaba bien a las 19 horas sin moverme del Principal (bueno: me levanto del asiento, salgo, veo cómo está el mar en la Concha, hago de nuevo cola y ocupo la misma butaca que he dejado vacía media hora antes). De la marginalidad del barrio de las 3000 viviendas sevillano paso a la exquisitez de un palacio italiano a orillas del lago Como. Joseph Cassidy (Mick Jagger) es su dueño; invita a su residencia a un oscuro crítico de arte llamado James Figueras (Claes Bang), no Jaume Figueras, el conocido crítico de cine de Fotogramas, aunque casi, y a su misteriosa acompañante, a la que acaba de conocer íntimamente, Berenice Hollis (Elizabeth Debicki) con el encargo de que consiga una obra del mítico pintor Jerome Debney (Donald Sutherland) que vive al lado de su residencia: el problema es que toda la obra de Debney ha sido destruida por las llamas y el pintor no está por la labor de pintar un nuevo cuadro. El italiano Giuseppe Capotondi capta la atención del espectador con este relato titulado The Burn Orange Heresy (en España se llamará Una obra maestra) que, desde la sofisticación más absoluta, se inclina hacia el género negro con personajes oscuros, el crítico y su circunstancial amante, que no enseñan sus cartas. Ese James Figueras sin escrúpulos bien podría ser un personaje de Patricia Highsmith. Hay algún error de bulto en el guión, precisamente en una de sus escenas culminantes, perdonable porque esta película sobre el mundo del arte, y las falsificaciones tan comunes en él, atrapa desde el minuto 1, y ver a su Majestad Diabólica y al actor premiado y homenajeado por el festival Donald Sutherland es siempre un placer.
Paseo junto al Club Náutico, ese edificio anclado en la Concha con aspecto de trasatlántico, y reparo en un monumento a los 400 donostiarras con nombres y apellidos asesinados por los golpistas en el 36. No lo ha visto la niña de ayer que blanqueaba el fascismo.
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