México, amante de la violencia y enemigo de la humanidad
Por Eduardo Zeind Palafox , 4 abril, 2016
Por Eduardo Zeind Palafox
Es vergonzante que nuestro país, donde el cristianismo aderezado con humanismo tuvo que aprender a convivir con lo diverso, necesite que organizaciones de índole internacional vean, amonesten y publiquen los agravios que sufren todos los días los derechos humanos, que en nuestras tierras, si no andan pintados de rojo, ensangrentados, parecen tesoro sólo valorado por el extranjero.
Los periódicos nos dicen que el gobierno mexicano ha suspendido o pospuesto numerosas veces la visita del veedor francés Michel Forst, de la ONU, que es capaz, según cuentan, de captar lo que nuestros políticos, de la clase de los peores, no pueden, a saber: los orígenes de la violencia que hoy hace que el “estado” tiemble.
La CNDH (Comisión Nacional de los Derechos Humanos) dice que la ONU, como toda corporación de cariz global, es sólo complementaria, no sustitutiva, no apta para hacer lo que nuestras instituciones tienen que hacer. ¿Qué tienen que hacer? Ser platónicas.
El nombre “Platón” viene de “platús”, que significa ancho, esparcido. Toda institución debe ser fondo social, protectora de libertades y fuente de obligaciones. No es real la institución que no posee a una todo lo dicho. La violencia mucho mina a las familias y a las comunidades indígenas, que según Joseph Stiglitz son sostén de los países subdesarrollados, que no ofrecen protección contra el desempleo, la enfermedad, la mala suerte o la vejez.
La violencia, además, aleja a los jóvenes de las escuelas, que en varios países occidentales se han transformado en bazares de empresas multinacionales, que poseen voces más altas e influyentes que las de los profesores, recordando las palabras de la excelente crítica Naomi Klein.
¿Qué hacer si la policía es corrupta y si los libros ya no son índices de sabiduría, sino catálogos de pueriles productos? Salvar el espíritu. ¿Qué sucedería si durante un año, sólo uno, todas las universidades del país enseñaran a filosofar, es decir, a no ser idólatras de los objetos? ¿No será mejor empobrecer los bienes de fortuna para aumentar los de naturaleza, la memoria, la voluntad y la inteligencia?
Con tinta perenne habría que escribir en todos los papeles que se leen las famosas palabras de Cervantes (LVIII, II): “por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. Vivamos en las cosas y entre las cosas, mas no ciegos y presos de las cosas. El mexicano, necio que vive para las cosas, necio que desdeña las letras, a los mejores, pierde honra, único sello que admite Clío, que pone y quita de los anales del porvenir héroes, naciones y guerras.
¿Heredaremos a los que nacerán mañana un país comido por los gusanos de la tierra y no adornado con héroes dignos de la epopeya? Volvamos a las Humanidades para volver a ver y a sentir, para no necesitar, como siempre, que otros nos conduzcan adonde quieren.
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