Eduardo Zeind Palafox
Investigador de mercados en BILD SMC
El sociólogo, como todo ser humano, al observar capta primero imágenes, después series de objetos y luego las peculiaridades de esos objetos. Vemos el mar con cielo y el cielo con gaviotas, y gaviotas que vuelan y una gaviota que desciende a pescar. Pero se cree que primero se captan objetos, después las cualidades de ellos y por último series de objetos. Tal hacen los poetas y por eso profieren bellas, necesarias necedades. Nuestro pensamiento, si primero captáramos objetos, seria naturalmente inductivo. Pero no por captar primero imágenes es deductivo. Las imágenes no son objetos, pero tampoco son generalidades: son fragmentos de cosmologías.
Las imágenes que captamos, o cosmologías fragmentadas, diariamente crean necesidades intelectuales, físicas, espirituales, etc. Tales necesidades configuran la manera en que comprendemos e interpretamos la realidad. La realidad está hecha de los objetos que las necesidades nos hacen captar, pero también de las que no captamos. Está hecha de ilusiones y de verdades.
Lo captado y lo no captado, creemos, forjan la dialéctica. Afanamos el bien y haciéndolo se engendra el mal. Afanamos la luz y haciéndolo se engendra la sombra, por ejemplo. Dicha dialéctica o diálogo interior, con el pasar de los años, forma el lenguaje que usamos todos los días. A la palabra “luz”, que es contraria a la palabra “sombra”, yuxtaponemos la palabra “honestidad” y a la palabra “bien”, enemiga del “mal”, yuxtaponemos la palabra “felicidad”. “Honestidad” y “felicidad”, términos puestos sobre imaginarios, sobre antítesis paralogísticas, forman mitos, y éstos son los que determinan cómo observamos la realidad. Imposible será saber cuándo nació la razón mitológica, que también llamamos “histórica”.
La razón, gustosa de las historias y acostumbrada a los mitos, tiende a elevarse, a alejarse de la realidad. Infiere, va de lo material a lo material, de la textura al fuego, pero después, al no hallar en el entendimiento datos de los sentidos que le permitan seguir retrocediendo o ascendiendo en las series causales palpables con los ojos o con los oídos, inventa causas metafísicas. La metafísica, ciertamente, no es útil para el químico, pero sí para el sociólogo.
La sociología carece de epistemología, es decir, no ha definido claramente cuál es el objeto que estudia, por lo que no cuenta con un modo específico de acercarse a las cosas que le interesan, como el lenguaje, la historia, la economía. Sin objetos de estudio estables, distintos, no puede, como afirma Bourdieu, “revelar relaciones”, es decir, señalar leyes, necesidades, causas, efectos o enlaces entre los pueblos, clases sociales, etc. Sin revelar relaciones no puede sistematizar, y sin sistemas de pensamiento no puede forjarse “hábitos intelectuales”.
Un hábito intelectual es un método para buscar esquemas en los objetos (Gramsci buscaba el esquema filosófico-político-económico-histórico y Marx, por ejemplo, el esquema resultante de las luchas de clases). El psicólogo, a través del esquema metafórico, busca en el habla ideas, imágenes, pero el lingüista, a través del esquema gramatical, busca en ella peculiaridades sintácticas, por ejemplo. Sin hábitos intelectuales y sin objetos de estudio claros se padece, dice Bourdieu, la “anarquía conceptual”.
Antes de determinar cuál es el objeto de estudio del sociólogo hay que describir brevemente cuáles son las relaciones intelectuales posibles para el humano entendimiento. Hay la relación entre el sujeto y el objeto, entre el sujeto y las cualidades de los objetos y entre el sujeto y las relaciones entre los objetos (imágenes). Podemos pensar, así, los conceptos sobre las cosas, el ser de las cosas. También podemos pensar las cualidades de las cosas, como los colores o las texturas. Además podemos pensar la relación, digamos, que hay entre el agua y el pez o entre el Protestantismo y el Capitalismo, como Weber.
La relación que más importa al sociólogo deberá ser, creemos, no la que hay entre el sujeto y el objeto, ni la que hay entre el sujeto y las cualidades de los objetos, sino la habida entre los objetos (mundus intelligibilis). Hacer conceptos universales y descripciones, luego, será trabajo necesario e insuficiente para el sociólogo. Sintetizar, en cambio, lo visible y lo oculto (acto y lengua), es su quehacer. El campo de la sociología es el campo de las proposiciones sintéticas “a priori” porque el ser humano imagina, urde mundos imaginarios, antes de levantarlos sobre la tierra.
Decía Dilthey que captamos las relaciones de los objetos del mundo gracias al “movimiento del espíritu” (Bewengung des Geistes). La palabra “espíritu”, ciertamente, debe ser explicada. Entendemos que el espíritu es el conjunto de categorías mentales, sentimientos y deseos, por ejemplo, que debemos movilizar para comprender lo exterior. Lo exterior puede ser dominado gracias al pensamiento abstracto, como el físico o el matemático, pero también puede ser fuerza a la que nos adaptamos. Ejemplos de esto son el observar, sublimados, el mar o las montañas (contemplación, adaptación), y el estudiar la química del agua y de las piedras (control, modificación).
Dicho movimiento del espíritu, como la filosofía, ostenta dos rasgos: el afán de universalidad y el de intelectualidad. Universalizar es homogeneizar, hallar semejanzas entre todas las cosas. Intelectualizar es moldear lo universal del tal modo que pueda ser asido por nuestro entendimiento. Asido, es decir, sometido a las leyes de la lógica.
Al universalizar, dice Hessen, creamos “concepciones del universo”, y al intelectualizar creamos “concepciones del espíritu”. La lógica de Aristóteles, de Descartes, de Spinoza y de Leibniz, por ejemplo, creó una grandiosa “concepción del universo”, un lenguaje mítico (constitutivo, diría Kant) para explicar cualquier objeto. La lógica de Platón, de Kant, al contrario, creó una grandiosa “concepción del espíritu”, un lenguaje mítico (“regulativo”, diría Kant) para explicar cualquier movimiento intelectual. Ambas lógicas pueden ser explanadas mediante la crítica de la “razón histórica” (Kritik der historischen Vernunft).
La “razón histórica”, pensamos, procede del esfuerzo humano por enarbolar sólidamente tres ideas: la de Inmortalidad, la de Libertad y la de Dios, como ha enseñado connotadamente Kant. La idea de inmortalidad, que incluye las ideas de “duración” y de “conciencia”, incumbe a la Psicología. La idea de libertad, que incluye las ideas de “causalidad” y “espontaneidad”, incumbe a la Cosmología. La idea de Dios, que incluye las ideas de “origen” y de “fin”, incumbe a la Teología.
La relación entre el sujeto y el objeto es psicológica, inductiva. La relación entre el sujeto y las cualidades generales de los objetos es teológica, deductiva (Dios posee infinitas cualidades, dijo Spinoza). La relación entre el sujeto y las relaciones de los objetos es cosmológica, sintética. El objeto de estudio del sociólogo, que no atiende individuos ni mundos teóricos, es la cosmología. Con todo, la sociología no debe soñar, a decir de Bourdieu, con la “impecabilidad metodológica”, pues velis nolis se ocupará de asuntos psíquicos y conceptuales.
Es menester crear una epistemología cosmológica, esto es, teorías, métodos y técnicas enderezados no a describir las cualidades de las sociedades o a clasificarlas, sino a reconstruir con conciencia lo que ellas han hecho y a construir conjuntos con las semejanzas de lo hecho. Conjuntar no es clasificar, pero sí “revelar relaciones”.
Los conjuntos formados con la clarificación de lo inconscientemente hecho por las sociedades no acatarán las premisas de la lógica ni de las matemáticas. Lógica y matemáticas son construcciones nacidas en la tradición intelectual occidental, hábitos mentales de gente acostumbrada al materialista rigor científico, a la consecutio (inadmisible para Napoleón, para Alejandro Magno y para todo revolucionario, esclavo o proletario). Lo hecho por las sociedades no fue matematizado ni silogizado, sino creado por eso que llaman los sociólogos del jaez de Bachelard “arquetipos latentes de la imaginación imaginante”.–
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