9 de noviembre. Una fecha escrita en rojo en el calendario
Por Víctor F Correas , 9 noviembre, 2015
Llegamos a una de esas citas con la historia que el calendario marca en rojo. De esos días que disfrutas como un gorrino en un lodazal, como afirma un escritor al que servidor admira, y mucho; de esas jornadas repletas de acontecimientos, de hechos, sucesos y situaciones que convulsionaron la historia de la humanidad. Uno de esos días fue este nueve de noviembre.
Comenzamos por lo más reciente. Y eso fue tal que hoy hace veinticinco años. Porque muchos lo vivimos y aún conservamos nítidas las imágenes que las distintas televisiones escupieron sin parar. Imágenes de hombres, mujeres y niños aupados a un muro y mirando al horizonte con ojos de esperanza; de jóvenes derribando ese muro con rabia, echándolo abajo con lo que tuvieran más a mano: ya fuera una maza, un martillo o sus propias manos. Todo valía para acabar con un símbolo de la sinrazón, de la opresión y de la ausencia de libertades; imágenes de decenas, cientos de miles de alemanes abrazándose con otros cientos, decenas de miles de alemanes, pues al fin y al cabo todos eran alemanes. Los que celebraron la caída del muro de Berlín.
La siguiente, una de citius, altius, fortius, que para la barbarie siempre hay espacio. La cosa ocurrió hace setenta y seis años y comenzó en la noche del nueve de noviembre. El detonante fue la muerte de Ernst vom Rath, secretario de la embajada alemana en París, a manos de un adolescente de ascendencia judía. La popular y espontánea revuelta, según se presentó, fue bestial, una auténtica locura que perseguía la venganza en forma de odio, sangre y destrucción. A saber: más de doscientas sinagogas quemadas, cerca de siete mil comercios de judíos destrozados y quemados, docenas de judíos asesinados, cementerios, hospitales y escuelas saqueados… Ante la pasividad de la policía y brigadas de bomberos. Sed de venganza del pueblo alemán, que así se vendió. Al día siguiente, más de treinta mil judíos fueron detenidos y enviados a campos de concentración. Eso, los más afortunados. Los menos murieron tras un linchamiento cruel a manos de los que tres días antes eran amigos y vecinos suyos. Pero más que una respuesta popular, fue Joseph Goebbels, ministro de propaganda alemán, quien azuzó convenientemente a las tropas de asalto y funcionarios nazis para dar rienda suelta a su odio. Lo hizo con un incendiario discurso para conmemorar el aniversario del infructuoso Punch de la Bürgerbräu Keller de Munich.
Que ocurrió hoy hace noventa y un años. De dicha cervecería salió una multitud determinada a tomar el control de la ciudad. Alemania vivía una época de decadencia en todos los órdenes y era preciso revitalizarla con un golpe de timón. Eso pensó el Partido Nacional-Socialista Alemán de los Trabajadores, cuyo líder era un antiguo cabo del ejército alemán llamado Adolf Hitler. Cerca de dos mil quinientas personas, más calientes que el palo de un churrero –de eso se encargó Hitler, con un discurso que azuzó a la masa presente- fueron frenadas por la policía en la Odeoplatz sin compasión alguna. Incluso el mismo Hitler fue herido. Después, una vez juzgado, acabó en prisión junto a otros dirigentes del partido. El resto es historia.
Y no podía faltar Napoleón, que un dieciocho de brumario de 1799 –esto es, el nueve de noviembre según el calendario republicano francés- dio un golpe de estado que pondría fin al Directorio –forma política de gobierno compuesta por cinco directores’- para instaurar el Consulado –tres fueron los cónsules: el mismo Napoleón, Sièyes y Ducos- henchido tras su campaña en Egipto. Después no tardaría mucho en proclamarse Primer Cónsul y ser el dueño absoluto de Francia. De Europa también lo intentaría, aunque ahí se quedó, en el intento.
Y hoy hace ochenta años vino a este mundo Carl Sagan, quien seguramente de estar vivo todavía estaría convencido de que el universo es demasiado grande como para pensar que estamos solos es él; y la palmaron Charles De Gaulle, presidente de Francia desde 1958 a 1969 –hace cuarenta y cuatro años-, y Dylan Thomas, escritor y poeta de excesos que le llevaron a la tumba. Tenía treinta y nueve años cuando se largó de este valle de lágrimas tras una sobredosis de alcohol y abuso de medicinas tal que hoy hace sesenta y un años.
Sed buenos y felices si podéis… U os dejan.
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