Jerusalem. Cuando vuelven los gigantes.
Por Francisco Collado , 3 noviembre, 2022
Todo el maelstrom narrativo, toda la vorágine dramática de “Jerusalem”, orbita alrededor de ese zíngaro anarco, nihilista y dionisiaco y narrador de hisorias bajo cuya piel habita José Vicente Moirón. Un Johnny “El Gallo” Byron al que disfraza de una fisicidad apabullante. Un personaje que destila carisma, truhanería y vocación de mito en las palabras y el gesto del actor pacense. La trama se desarrolla en una zona boscosa donde malvive ¿o no? este gurú desenfrenado y licencioso que hace del exceso un arte. Jez Butterworth no pone bridas a este drama nada convencional, no trata de gobernar el bocado del caballo para que trote libre y salvajemente. Este concepto desaforado es tomado por el director, Antonio C. Guijosa, para pergeñar un eficaz y fastuoso espectáculo de casi tres horas que fluyen con celeridad en un tempo narrativo ágil y festivo. Al espectador no le importa que Byron venda “productos” a la muchachada o que la chica que surge de debajo de la caravana sea sospechosamente joven. Esta historia de lumpen, de seres marginales y hedonistas, tiene más de mitológica que de científica. Más de paganismo ancestral que de sesudas interpretaciones sociales. La alegoría se construye sobre la potente escenografía de Mónica Tejeiro, dotada de textura por la acertada iluminación de Rafael Cremades.
La caravana-útero de la cual surge el arcano maestro de ceremonias, una barahúnda de artilugios varios, sacos o latas, un televisor destrozado, que componen el hábitat anarquico de esta troupe de desclasados, con la hábil guardarropía de Rafael Garrigós. Alrededor de este vórtice de energía ¿positiva? que personifica “El Gallo” Byron, una troupe de parias pululan y se agitan en precisas coreografías que utilizan todo el espacio dramático, chicas que aparecen bajo la misteriosa caravana, extraños individuos disfrazados, yonquis, buscavidas y toda una variopinta Corte de los Milagros, encarnados con soltura y naturalidad por los actores, pese a la dificultad técnica que solicitan en teatro estos personajes extremos, que siempre navegan entre la frontera del histrión o el peligro de la desmesura. En algunos instantes el esperpento valleinclaniano sobrevuela personajes y actitudes de esta mitológica campiña inglesa donde el caos es una ceremonia y los sueños que trata de robarnos la sociedad biempensante se recuperan a golpe de farlopa, whiskies o invocando a los Gigantes para tener esperanza en un mañana. “El Gallo” es un dragón que se resiste a ser vencido por San Jorge, un Odiseo que ha encontrado su Ítaca en una caravana que ha nombrado “Waterloo”, con una señal vieja de ferrocarril. Y no va a dejar que se la arrebaten…
Teatro del Noctámbulo ofrece un espectáculo apabullante en lo dramático y en lo humano, arrancando retazos de vida (y acidez) a personajes de amplia humorada negra que pululan por el boscoso pueblo de Wiltshire. Jerusalem es una elegía, a ritmo de LSD a esa Inglaterra rural en extinción, plena de tradiciones. Un hachazo frontal a la conformidad y el estatismo, vomitado desde el profético megáfono de “El Gallo”, un hombre con sangre poderosa.
Un hermoso inicio con Phaedra (Lucía Fuengallego) sobre la caravana, interpretando el himno (letra de William Blake y música de Hurbet Parry) da paso a un desenfreno que gravita en torno a la vivienda sobre ruedas de esta mitológico flautista de Hamelin, pasado de rulas, que celebran el Día de San Jorge en medio de un lirismo destroyer y desatado. Carmen Mayordomo compone al pícaro esudero Ginger, con vocación de disc jockey, en acertada composición. Con desenvoltura y sabiduría en los tres personajes que dibuja.El resto del elenco cumple con fidelidad la creación de los complejos personajes de la obra genésica, para ofrecernos un cuento pervertido y desaforado de jubilosa coreografía. Un canto a la libertad atávica y la anarquía vocacional, al apego a lo telúrico. Pese a todos. Teatro del Noctámbulo mantiene a Johnny “El Gallo” palpitando en su Edén, con una producción de alto nivel artístico que nos hace añorar (paradójicamente) esa Arcadia inexistente. Una arriesgada y ambiciosa apuesta, solventada con creces por la compañía.
A veces, son necesarios estos druidas para invocar a los Gigantes…
Traducción y versión de Isabel Montesinos
Dirección Antonio C. Guijosa
Reparto:
José́ Vicente Moirón
Carmen Mayordomo
Gabriel Moreno
José́ F. Ramos
Alberto Lucero
Lucía Fuengallego
Alberto Barahona
Iluminación:
Carlos Cremades
Espacio Sonoro:
Álvaro Rodríguez Barroso
Escenografía:
Mónica Tejeiro
Vestuario:
Rafael Garrigós
Maquillaje y Peluquería:
Juanjo Grajera
Coreográfa
Cristina Rosa
Video realización
Antonio Gil Aparicio (EMBLEMA FILMS)
Ayudante de Dirección
Manuel D
Co-producción Teatro del Noctámbulo, Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura y Teatro López Ayala de Badajoz
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