Adiós al poeta Ignacio Caparrós, un grande de la poesía
Por José Antonio Olmedo López-Amor , 16 marzo, 2015
Ignacio Caparrós Valderrama (Málaga, 1955), nació un 1 de febrero y falleció el pasado lunes 12 de enero a los 59 años. Con todavía mucha vida por delante, este inquieto poeta, autor —entre otros poemarios— de Heredero del aire (Alhulia, 2001), veía truncada una de las carreras poéticas más versátil, rotunda y meteórica de los últimos tiempos.
En sólo 21 años de carrera oficial Caparrós consiguió publicar más de 30 libros, entre los que se incluyen: poesía, ensayo, traducción y narrativa. En 1993, con La sombra de la sombra que soy —recopilación antológica de su poesía de juventud— el poeta malagueño inauguró una hoja de servicios en pos de la literatura, que había comenzado mucho antes pero que eclosionó públicamente a sus 38 años. Ese mismo año publicó Scherzo auspiciado por el Ateneo de Málaga. La prueba más fehaciente de que la poesía bullía como río subterráneo desde la juventud en Ignacio fue el primer premio que recibió, Premio Ciudad de Sueca (Valencia, 1977), un galardón obtenido a la edad de 22 años.
El poeta malagueño se licenció en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla, y años después consiguió por oposición ser profesor de Enseñanzas Medias, labor que desempeñó desde 1981 en diversas ciudades, como: La Laguna, Jerez de la Frontera, San Pedro de Alcántara o Rincón de la Victoria, hasta que en octubre de 1996 y por concurso de méritos, ocupó el puesto de director en el Centro Cultural Generación del 27 (dependiente del Área de Cultura de la Excma. Diputación de Málaga). Tal logro supuso un punto de inflexión en la vida del poeta, tanto para bien como para mal; debido a su brillante gestión del Centro Cultural, Caparrós se convirtió en un importante catalizador de la cultura literaria, no sólo a nivel nacional, sino internacional. Entre algunos de sus innumerables aciertos al frente de dicha institución se encuentran la creación de los premios: “Internacional Generación del 27”, “Nacional Emilio Prados” y “Provincial Ibn Gabirol”, este último ya extinguido. Así mismo, Caparrós fundó las colecciones: Ibn Gabirol de poesía, El Paraíso Desdeñado de ensayo, 27 de cuentos y Facsímil. También bajo su dirección nació la Revista Calas, por cuya publicación fue nombrado «Malagueño del Año» en enero del 2000, distinción que le fue nuevamente concedida en mayo del 2003 por su trayectoria literaria. En su afán divulgativo y creador, también fue responsable de la organización de congresos como: I centenario del nacimiento de Vicente Aleixandre, I centenario del nacimiento de Emilio Prados; la celebración de ciclos de poesía europea, en los que participaron poetas rusos, georgianos, búlgaros, portugueses e italianos; mesas redondas, encuentros literarios, lecturas poéticas, toda una gama de efervescencia cultural que sin duda consagró la vida del poeta a la literatura en todas sus facetas.
Toda esa vertiginosa agenda plagada de éxitos y reconocimiento, no tardó mucho tiempo en florecer envidias en personalidades y sectores que de alguna manera vieron eclipsados sus intereses por su eficiente gestión, y aunque parezca mentira, comenzaron a lloverle críticas y zancadillas. La negativa influencia —de, al parecer, sus numerosos detractores— generó sobre Caparrós una presión insoportable, algo que le “obligó” a renunciar al cargo de director del Centro Cultural Generación del 27 en el año 1999. Aquella traumática experiencia marcó al poeta de por vida, descubrió de bruces el lado amargo del mundo literario, y su personalidad creativa, afable e inquieta, ya no podía ocultar una honda preocupación, melancolía y angustia. Todo ese caudal de emociones contradictorias fue liberado en su poemario Del desencanto y otras pesadumbres (Algar, 2001), que fue merecedor del prestigioso premio “Ciudad de Valencia, Vicente Gaos de poesía”. Tuve el privilegio de leer y reseñar dicho poemario, y gracias a eso Ignacio se puso en contacto conmigo, me transmitió su agradecimiento y comenzamos una amistad epistolar relativamente fluida. Después de aquello me interesé mucho más por el resto de su obra, así descubrí que su talento lo llevó a traducir a poetas franceses como Valéry o Hart, e incluso descubrí su fabulosa traducción analógica de Las flores del mal de Baudelaire, un trabajo en el que invirtió dos décadas de su vida.
Mi admiración por su obra y su figura fue creciendo exponencialmente con relación a mis descubrimientos. Ignacio convertía la culminación de cada libro en un desafío; tanto en sus poemarios como en su única incursión en la prosa literaria Cuentos de la impotencia (AMC Editores, 1997), su ingenio transita terrenos de búsqueda estructural y lingüística, constatando con ello que no se limita como creador a contar una historia, sino que reside en su vocación como escritor una aspiración renovadora, creacionista, que lo empuja a hacer uso de estilemas casi experimentales.
Por ejemplo, su libro Aguas sin cauces (Fundación Unicaja, 2006), es en palabras del propio autor: “…un desafío a la lógica racional, tanto de la sintaxis, el lenguaje poético, como de la pulsión que lo sustenta. Aquí el verbo, músculo de la idea, no existe, como la esperanza del amor ante la experiencia que lo estimula y anima”. Ochocientos versos sin un sólo verbo en una brillante traslación de la agonía expresada en sus poemas maniatada deliberadamente en el lenguaje.
Otro ejemplo de su inquietud indagadora como poeta, fue la publicación del poemario Titúlame (Alhulia, 2010), cien poemas carentes de título en un proyecto atípico con el que incitaba al lector a adivinar ese nombre de los poemas oculto en su argumento. Lo anecdótico de este libro es que Caparrós ofrecía 5.000 euros ante notario a la persona que le enviase los cien títulos correctos antes de una fecha determinada, algo que se convirtió sin duda en un reclamo para su venta, ya que el libro, que se editó inicialmente con una tirada de 1.000 ejemplares, llegó a su segunda edición. Por este y muchos más ejemplos que se encuentran en su bibliografía, podemos decir que su actitud como autor se basaba en una pregunta retórica: «Por más nimio e intrascendente que sea algo, es susceptible de ser poetizado… ¿Por qué no hacerle un poema a un tapón o a un mojito?”.
Caparrós colaboró en diversas revistas y diarios y fue solicitado en varias ocasiones para dar pregones en fiestas populares; ha impartido conferencias y organizado recitales en instituciones y colectivos del ámbito español y europeo. Participó asiduamente en el “Circuito literario” del Centro Andaluz de las Letras (CAL) de la Junta de Andalucía y en el programa “Encuentros literarios” del Ministerio de Cultura. Colaboró en catálogos de pintores como: Celia Berrocal, Pepe Aguilera, Manolo Fuertes, José Arjonilla, Pepe Bornoy, Ana Roldán, Concha Cuevas, Antonio Carmona, etc.
También fue admitido como miembro de la Academia Malagueña de Ciencias y Humanidades “Santo Tomás”.
A continuación expongo una lista con algunos de los premios literarios con los que fue galardonado:
Tercer Premio de Poesía, “Bujalance”, (Córdoba, 1992); Tercer Premio de Poesía “Ciudad de Archidona”, en 1994; Primer Premio de Poesía “Ciudad de Archidona”, año 2000; Premio de Poesía Bilaketa “Villa de Aoíz” en 2001; Premio “Acordes” (Espiel, Córdoba), Premio “Conrado Blanco” (La Bañeza, León); Premio “Villa de Galisteo” (Cáceres, 2002); Premio Internacional “El Olivo” (Jaén, 2003); Segundo Premio de Poesía Amorosa “Noctiluca”, Rincón de la Victoria (Málaga, 2004); Primer Premio del Certamen de cuentos “Vigía de la Costa”, Benalmádena (Málaga, 2005); Segundo Premio “La pluma en verde”, 2009; Premio de Poesía Provincia de Guadalajara, 2009; Segundo Premio de Poesía “Ateneo de Alicante”, 2013.
Además fue incluido en las antologías:
Veinte poemas de amor. (Cuadernos de Sándua, nº 27. Córdoba, 1998).
25 poetas en la Casa del Inca. (Montilla. Córdoba, 2001).
Bilaketa. Poesía. (Aoiz. Navarra, 2003).
De punta a cabo. (Cuadernos de Caridemo, nº 11. Málaga, 2003).
Después de todo. (Homenaje de Bilaketa a José Hierro. Aoiz. Navarra, 2004).
Poesía andaluza viva. (Guadalajara. México, 2007).
Su poesía se encuentra premiada por toda la geografía española y diseminada en algunas de las mejores editoriales:
Máscaras del Silencio, (Huerga y Fierro Editores, Colección Fenice, nº 51, Madrid, 1998). Libro finalista del Premio de la Crítica Andaluza y del Premio Nacional de la Crítica de 1999.
Templos vacíos “Premio Salvador rueda, 2007”. Ayuntamiento del Rincón de la Victoria. Málaga. (Editorial Renacimiento. Sevilla, 2007).
Traducción de la Oda a Príapo de Alexis Piron, de Las siete bienaventuranzas de autor anónimo y de la Oda a la vagina de Clovis Hugues. (Editorial Visor. Colección “Amaranta”, nº 1. Madrid, 2006).
Uno de los rasgos característicos de Ignacio Caparrós a la hora de componer sus poemas, fue la costumbre que durante casi cuarenta años llevó a cabo asistiendo religiosamente a la mesa número 1 del bar Flor, ubicado frente a la plaza de toros La Malagueta, donde el literato y docente acudía cada mañana a observar y escribir; algo que sin duda lo emparentaba con otro gran poeta de misma costumbre, José Hierro.
En el año 2013 me confesó tristemente que desde que aceptó la responsabilidad de gestionar el Centro Cultural Generación del 27 se sentía perseguido y censurado, además, se encontraba gravemente enfermo y aun así, volcaba sus fuerzas en el que él mismo pensaba, sería su último poemario.
El pasado año obtuvo los premios Rafael Morales por El susurro de las piedras y el Premio Juan Bernier de Poesía del Ateneo de Córdoba, por Contrastes.
En una entrevista concedida al diario «Sur.es» en 2013, Caparrós afirmó que tenía 32 poemarios inéditos.
El último poemario del que Ignacio me habló resultó ser Droga dura (Diputación de Málaga, 2014), 166 páginas de testamento lírico, ya que falleció poco después de presentarlo. Sin duda, su legado literario y social es hoy de un valor incalculable, su trayectoria ha demostrado que con voluntad, la literatura puede generar riqueza económica y por supuesto espiritual; su obra es y será digna de estudio, además de un referente poético con el que sus admiradores siempre estaremos en deuda.
Mas la verdad ignora su simiente,
como la mano el fruto de su angustia.
Y así, en este ara abyecta
para el ruin sacrificio de deseos y afanes,
me inmolé en la palabra, relegado,
como ladrón de nubes que atesoran tormentas.
Y supe que vivir consiste en aprender
a morirse sin otro empeño
que entregar en sazón los frutos del espíritu.
(Fragmento del poema que clausura el libro La fruta, la mano (Alhulia, 2003)
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