Adiós, reina, Adiós
Por Víctor F Correas , 18 septiembre, 2015
Sucede que cuando el hartazgo, el hastío y las ganas de mandarlo todo a escalfar cebollinos se apoderan de uno, revienta. Momentos puntuales, el resultado de aguantar, de masticar lo imposible de masticar hasta decir basta.
Y cuando se dice basta, entonces se sale con aquello de que salga el sol por Antequera o por donde le dé la gana. De esos momentos está surtida la historia de este país. La colección es tan amplia que podemos elegir cualquiera de ellos. El de hoy es uno de esos; la consecuencia de la inoperancia, de la dejadez, de no saber hacer las cosas –el eterno drama español. Pasan los siglos y no aprendemos-; de echar la vista atrás, a los acontecimientos recientes, y ver que la deriva tiene peor pinta que un pollo después de veinte días en el mismo escaparate. Que se lo cuenten a Juan Topete, a Rafael Primo de Rivera o a Juan Prim, entre otros; que estaban hartos de soportar las tropelías del Gobierno de Madrid, de la crisis económica que asfixiaba al país, de la pérdidas de la Guerra Hispanoamericana. Había llegado el momento de derrocar a la reina Isabel II. Los últimos movimientos conocidos tras la muerte del presidente del Gobierno O’Donnell, con un aumento de liberales partidarios de sacar del trono a la reina, dio a los mencionados la excusa perfecta para rubricar la proclama que querían transmitir al país; porque al país iba dedicada. Y sería desde Cádiz, hoy hace ciento cuarenta y siete años, en el mismo lugar donde cincuenta años antes el general Riego se levantó en armas contra el padre de Isabel, el nada recordado y menos querido Fernando VII, desde donde las palabras de su manifiesto inflamarían al resto de la nación; desde donde se diría a los españoles que las fuerzas navales con base en la ciudad negaban obediencia al Gobierno de Madrid y a la reina hasta que la nación no recobrara su soberanía; pidiendo a los españoles que acudieran a las armas para vivir con horna. La liaron parda, vamos, al prender la mecha de una revolución que ya no se detendría hasta ver meses después cómo la reina Isabel II cruzaba la frontera con Francia para no regresar nunca más a España. Lo que vino después es historia. Y da para llenar muchas, muchas páginas.
Este dieciocho de septiembre tampoco da para mucho más. Como curiosidad cabe reseñar que hoy se cumplen doscientos veintidós años de la colocación de la primera piedra del edificio del Capitolio en Washington D.C. La puso George Washington, que para eso era el presidente de los EE.UU.
Y otra más: el día de hoy de hace ciento sesenta y cuatro años asistió al nacimiento de un periódico llamado The New York Daily Times. Teóricamente independiente, y así se presentaba ante los lectores, su primer editorial destilaba un cierto aroma republicano. Seis años después, la cabecera pasó a llamarse The New York Times’, que es como se la conoce en la actualidad.
De la gente que la palmó y vino a este valle de lágrimas en el día de hoy, resaltar el nacimiento de Tomás de Iriarte, que nació tal que hoy hace doscientos sesenta y cinco años. Sí, es el mismo del que ayer dije que murió hace doscientos veinticuatro. La vida, que tiene estos guiños.
Y poco más. Hay días tan aburridos que lo mejor es dejarlo aquí. Para qué molestar más. ¿O no?
Sed buenos y felices, si podéis.
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