Adoptar el conservadurismo (Karl Polanyi)
Por Ignacio González Barbero , 26 mayo, 2014
Por Daniel Lara de la Fuente.
Pocas presentaciones requiere a estas alturas del partido Karl Polanyi. Azote del liberalismo económico y del marxismo más miope– y no necesariamente ortodoxo- a partes iguales (hecho que se suele pasar por alto), quizá su más fecundo legado político al pensamiento emancipatorio sea la acuciante necesidad de conservadurismo en lo antropológico, toda vez que los perniciosos sueños húmedos en torno al “hombre nuevo” devinieron en una desagradable pesadilla, con su correspondiente miserable fracaso.
La totalidad de su obra, destinada a refutar y alertar de los peligros que implica creerse concienzudamente la universalidad en términos históricos del homo oeconomicus- a pesar de lánguidos intentos recientes actuales por parte de Steven Pinker o Antonio Escohotado, los cuales parecen optar por taparse los oídos-, ofrece herramientas indispensables para entender algo tan fundamental como lo que indica César Rendueles en su Sociofobia, esto es, las aspiraciones de las corrientes antagonistas paridas por los estragos de la modernidad son y en el fondo siempre fueron implacablemente modestas. Dicho en términos benjaminianos- quizá Polanyi tenga una larga y productiva conversación pendiente con el judío errante-, siempre se trató de parar en seco el tren de la historia y no acelerarlo o lo que es peor, creer que la inercia del mismo iba generar por sí sola el maná de la revolución.
El presente compendio de ensayos disgregados- y algunos no tanto, al haber sido directamente extraídos de Comercio y mercado en los imperios antiguos– hace palpable el hecho de que su tour de force intelectual, La Gran Transformación, constituye una referencia insoslayable a la hora de abordar su lectura, tanto para captar intuiciones previas que darían lugar al posterior parto como para germinar la semilla que había dejado temporalmente en suspenso en el capítulo IV de dicha obra. En otras palabras, su nutritiva condición de la GT para dummies se conjuga -y más de las veces se fusiona- con una amplia muestra de la característica promiscuidad intelectual sin compromiso que siempre caracterizó a su autor.
En el primer caso, ensayos como “El eclipse del pánico y las perspectivas del socialismo” hacen las veces de un resumen sumamente concentrado cual barrita de cereales de las intuiciones más básicas que sirven para su estudio de la sociedad del mercado, tanto para cobrar consciencia de las condiciones necesarias para su puesta en funcionamiento (la necesidad de creerse de verdad que el ser humano-aquí en forma de mano de obra-, la tierra y el dinero son mercancías), como para entender que la otra cara del doble movimiento que implica la persecución de dicha utopía se debe en su totalidad al espontaneísmo, y que implica no sólo a clases particulares con unos determinados intereses, sino a la sociedad en su conjunto, ante la amenaza de destrucción del tejido que conforma.
En el segundo caso, la multitud de facetas mostradas se muestra casi inabarcable, pudiendo mostrar por un lado a un Polanyi hijo de su tiempo y a otro ciertamente indispensable para la comprensión de algunas de las vicisitudes del mundo actual. Un ejemplo del primero se puede encontrar en el ensayo inaugural del compendio, “Nuevas consideraciones sobre nuestra teoría y nuestra práctica”, en el cual se puede encontrar al Polanyi más lukácsiano en el peor sentido del término, haciendo uso del joker de la atribución de privilegio epistemológico al proletariado así como a sus respectivas organizaciones, junto a una francamente ingenua y errada visión del funcionamiento de las mismas a alturas de los años 20; todo ello sustentado por una concepción de totalidad en materia de teoría social que quizá parezca excesivamente obvia, a pesar de los loables intentos de concretización de los principales elementos que entran en juego en dicha totalidad.
Otra muestra llamativa de este Polanyi se puede encontrar también en el ensayo escrito a punto de finalizar en Europa la II Guerra Mundial “La historia económica y el problema de la libertad”, en el cual muestra una esperanzada fe- presente ya en cierto modo en la parte final de la GT- en el nuevo orden mundial que ya daba sus primeras pataditas, así como en los Estados Unidos, en lo que a la satisfacción del sustento del ser humano y a la libertad se refiere, aunque, como se ve en “Libertad y técnica” entre otros, dicha fe se muestra prontamente evanescente, advirtiendo de la perniciosidad de las patologías del clasemedianismo en tanto exponente de homogeneización social en lo que a salud democrática se refiere, remarcando problemas que posteriormente estudiaría Marcuse en El hombre unidimensional.
Con respecto a este tema, queda patente el mantenimiento, a pesar de los pesares, del coqueteo de Polanyi paradójicamente (puesto que siempre repudió el núcleo del pensamiento dialéctico a pesar de haberse servido siempre de uno de sus conceptos centrales como lo es el de totalidad) con el Marx más hegeliano- aunque también el más humanista- de los Manuscritos y el famoso capítulo de El Capital sobre el fetichismo de la mercancía, coqueteo que muestra su faceta más explícita sobre todo en los primeros ensayos de la antología, ejercido siempre bajo la óptica del poder emancipatorio del universalismo cristiano, único garante- ironías de la vida- de la individualidad a través de una reivindicación de lo colectivo sin recurrir a la ya irrecuperable Gemeinschaft.
No obstante, si de coqueteos severos se está hablando, “Historia económica general” y “La máquina y el descubrimiento de la sociedad” constituyen- sobre todo el primero- la confesión de lo que en cierto modo siempre permaneció en el terreno de la sospecha, a saber, su condición de weberiano heterodoxo de forma explícita. En el caso del primer ensayo mencionado justo anteriormente, se trata al mismo tiempo de una contundente declaración de intenciones del porqué de su aguerrido estudio de los sistemas económicos antiguos, contemplándolos bajo el prisma del estudio del papel desempeñado por una esfera económica que nunca permanece independiente del resto de ámbitos de la sociedad hasta que el laissez faire no es planeado, sirviendo al mismo tiempo de puesta en contexto para el posterior abordaje con garantías de la segunda parte del presente compendio (“Comercio y mercado en las economías antiguas”).
De esta segunda parte, que puede tal vez dejar desconcertada a la lectora no familiarizada con la obra polanyiana al ser un bloque temático en apariencia radicalmente distinto del primero, tal vez la mejor enseñanza sea la obtenida en “Aristóteles descubre la economía” y “Análisis comparativo de las civilizaciones antiguas”. ¿Cuál es esa enseñanza? Sencillamente, que la recurrente y tantas veces cacareada afirmación de la Grecia antigua como cuna de la civilización occidental moderna constituye una falacia. No hay semejanza alguna entre el zóon politikon y el homo oeconomicus. El primero es pleno miembro de la polis en tanto que logra desprenderse de una actividad productiva denostada por el imaginario social griego clásico, mientras que el segundo, sistematizado ya con claridad por John Locke, sólo está incluido en la sociedad de pleno derecho en tanto que productor.
El método con el cual se realiza dicha demostración mediante los hechos históricos refleja el recurrente empleo de la metáfora del doble movimiento a la hora de analizar los sistemas económicos, siendo esta vez las instituciones del ágora y la polis las dos instancias que forman el equilibrio institucional. La realización de esta tarea, junto con la puesta al desnudo de la dudosa honestidad intelectual por parte de ciertos teóricos a la hora de jugar con variopintos trucos en materia de traducción de textos antiguos, culmina la labor y da espacio suficiente quizá a una reflexión irreemplazable dentro del debate político más actual en torno a la cuestión del trabajo y su papel de garante de inclusión social, toda vez que la mano de obra en los últimos tiempos recientes del postfordismo está inmersa en un nuevo periodo de plena inmersión en el “molino satánico”, tal y como se pone de manifiesto en el caso español el cada vez más abundante flujo de exilio económico.
En el caso de la metáfora recientemente mencionada empleada por Polanyi para designar el utópico mecanismo de mercado autorregulado, quizá sería más que útil profundizar su diálogo con Weber mediante la comparación de dicha metáfora con la “jaula de hierro”, tal y como sugiere explícitamente Paz Moreno en la presentación de la primera edición española de “El sustento del hombre” en 1994. La cuestión de la libertad en una sociedad confusa (que no compleja, como nuevamente afirma Rendueles) sin duda se plantea como el nexo de unión entre ellas, dando lugar a la ineludible pregunta por el sentido de la democracia en la búsqueda de arraigo de una esfera económica que, en realidad y a pesar de lo que se pueda afirmar recitando catecismos, nunca podrá desarraigarse de otra forma que no sea llevándose consigo por oscuros senderos a la totalidad del tejido de una sociedad. Seguramente de esta pregunta surja inmediatamente la necesidad de afrontar un reto, planteado por Polanyi, del que ya no es posible escapar.
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