Ágata Lys versus Margarita García Sansegundo
Por José Luis Muñoz , 5 enero, 2022
Las muertes amargan este fin de año que se solapa con una nueva variante del Covid. Con retraso considerable, 40 días, y sin saber de qué, nos enteramos de la muerte de la actriz conocida como Ágata Lys, musa del destape español, ese subgénero erótico que afloró cuando el dictador estaba tocado y la censura se disolvía. Eran tiempos de guiones infumables en los que ella, Bárbara Rey, María José Cantudo, Mary Francis, Sandra Morazowsky, Nadiuska, Amparo Muñoz, Susana Estrada y un nutrido elenco de chicas jóvenes y sexys debían mostrar sus encantos en largas secuencias de aseo personal, un cine ínfimo que no ha sobrevivido a su época y en el que Ágata Lys rodó sin descanso al mismo tiempo que se exhibía en las revistas de entonces: Interviú (varias portadas), Lib, Playboy y Penthouse, todas ellas desaparecidas.
Como dato relevante habría que decir que la vida de estas actrices, enterrado el boom del destape, tuvo una suerte diversa y muchas veces el drama las acompañó convirtiéndolas en juguetes rotos. Amparo Muñoz cayó en el pozo de las drogas; Sandra Morazowsky, de su balcón, un suicidio en muy extrañas circunstancias, y embarazada, cuando se la relacionaba con el huido Emérito, que también se relacionaba, como todo el mundo sabe, con otra diosa del destape, Bárbara Rey, cuyo silencio hemos comprado con fondos reservados; la polaca /alemana Nadiuska ha acabado en la indigencia y con problemas mentales; y Mary Francis recuperó su nombre verdadero de Paca Cabaldón para desaparecer del cine.
A alguien, en los setenta, se le ocurrió la luminosa idea de teñir de rubio a Ágata Lys y lo cierto es que la voluptuosa actriz vallisoletana daba el pego como la Marilyn Monroe española de la misma forma que la polaca Nadiuska era una réplica de Sophia Loren. Se hartó la musa rubia de trabajar con los directores del momento, con Tulio Demicheli, Pedro Lazaga, José Antonio de la Loma (La nueva Marilyn), Julio Diamante, Javier Aguirre, Ignacio Iquino, Paul Naschy, en filmes olvidables o que deberían revisarse a efectos antropológicos porque retrataban una España casposa y rijosa después de 40 años de nacional catolicismo, y luego dio un giro brusco reorientando su carrera y se libró de ese cliché de chica sexy en la que la habían encasillado.
Ágata Lys recuperó el color natural de su pelo, y con él su personalidad, y en 1984, agotado el filón erótico, empezó a participar en buenas películas, a ser actriz, en definitiva, y ahí están Los santos inocentes de Mario Camús, El regreso de los mosqueteros de Richard Lester, Asunto interno de Carlos Balagué, Taxi de Carlos Saura o Familia de Fernando León de Aranoa, entre otras, hasta el año 2004 en el que rodó su última película.
La noticia de su muerte me llena de consternación y tristeza. Ella, y todo ese elenco de actrices (de recursos dramáticos muy exiguos, hay que decirlo), fueron los referentes de una generación que comenzó a respirar cuando el dictador fue sepultado en el Valle de los Caídos. La libertad corría pareja a ese período de epicureismo carnal cuya imagen más sonada fue la del Viejo Profesor, el alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván, con la mirada desviada hacia ese seno rebelde que afloraba del vestido de Susana Estrada. Margarita García San Segundo no pudo superar la peor de las depresiones, la pérdida de su amor, y murió en el olvido más absoluto. No siempre se entierra bien en España. Ágata Lys llevaba muchos años muerta.
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