FOX califica de “cobarde” (¿de la pradera?) a Robin Williams por su suicidio.
Bueno, se ve que quieren “innovar”.
Pero, ¿hay algo de malo en su sentencia? ¿Es verdad o es mentira que quien se suicida es un “cobarde”? La valentía, ¿es un valor que pueda evitar suicidios? Si fuese así, oiga, llamar cobardes a los suicidas podría tener alguna eficacia.
Veamos. Sí, podría ser que la valentía ante el propio sufrimiento, ante el dolor continuado y reiterado, fuera de alguna ayuda. Hay quien, cuando se encuentra en el pozo más atroz y sin vislumbre de salida, encuentra la lucidez para decirse a sí mismo que, por muy mal que se encuentre, por muy brutal que el dolor o la sensación de vacío sea, no durará para siempre. Y es así, no dura para siempre. Y eso ayuda, claro. Pero eso tal vez tenga más que ver con la lucidez que con la valentía. Y la lucidez se pierde, y la valentía, también. ¿Y cómo seguir siendo lucidos y valientes cuando ya nada de eso queda?
Lo de Fox es un calificativo ideológico (y ya sabemos que la ideología es un instrumento para la transformación social y, por ello, sospechosa de retorcer la realidad y la verdad para sus propios fines). Simplifica la cuestión hasta un extremo insultante y peligroso.
En realidad, el calificativo de “cobarde” que aplican al suicida Robin, no es más que parte de su “negación” del problema (negación de la existencia de depresiones, negación de la posibilidad de caer ellos mismos en un pozo tal que se vean ahí, donde se ha visto Robin Williams, negación de un dolor o vacío tan extremo exista y, por tanto, ellos mismos pudieran padecerlo). Negar es la peor manera de afrontar un problema. Lo que resuelve un problema es el conocimiento, no la negación. Y la negación (en este caso) sí es hija directa de la cobardía.
En realidad, los cobardes son ellos, los de la FOX. Se cagan por las patas abajo de solo pensar en un sufrimiento tal. Cobardes e ignorantes. O ignorantes por cobardes.
Claro que no importa que sean cobardes. La cobardía es algo propio de nosotros, los seres humanos. Está bien. Es normal. Tendrán que afrontarla.
Pero que no traten de transformar la sociedad con eso.
2/agosto/2014
España es un país rico. De noche, parece una nave espacial. Tanta energía, tanta luz. Es brutal la energía de España. En una ocasión llegué a Dakar de noche y, mirando desde el avión, la ciudad parecía un agujero oscuro. En el sur de Senegal, después de cenar, salíamos todos (mi bebé de 1 año y yo bien embadurnados de repelente), al patio de tierra delante de la casa. Y allí las madres se tendían en el suelo, sobre telas, con sus niños más pequeños, que se iban durmiendo, y todos los demás conversábamos en la oscuridad. La única farola de la calle no alcanzaba a alumbrar el suelo justo debajo de ella, y así era toda la ciudad. Yo no me enteraba mucho de las conversaciones, claro –en wolof, en diola–, salvo aquellas palabras en francés que se les suele colar entra las de sus idiomas, pero siempre había alguien que me traducía algo o se dirigía a mí en inglés. Y así pasaban las horas, sentados y tendidos en la oscuridad, visitas improvisadas de quien pasaba y entraba al patio, salidas y llegadas de los que tuvieran que hacer algo afuera… todo a oscuras… hasta la hora en la que todos nos íbamos a dormir. Supongo que cuando hay tanta gente en una casa (tantos niños y jóvenes; de varias parejas… hermanos, primos…), más vale organizarse para algunas cosas. Cuando regresé a Madrid, también de noche, y miré la ciudad desde lo alto, toda esa energía, tuve la sensación de alcanzar otro planeta, una civilización extraterrestre; ajena, además; inverosímil, por supuesto.
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