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Ahora ya es ayer

Por Nicolás Melini , 6 abril, 2015

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3 de febrero de 2015

Si mencionamos la mutilación genital femenina en el Kurdistán, nos horrorizamos, ponemos el grito en el cielo y demonizamos a madres, hijas y toda la sociedad kurda; si esas mismas mujeres empuñan un arma, luchan y expulsan de su territorio al Estado Islámico, cantamos su hazaña de orgullo feminista (y es de sospechar que ni siquiera asociamos ambas informaciones).

La realidad atesora matices maravillosos. Pero quien está en «la lucha» (política, ideológica, sectaria) necesita verlo en términos maniqueos. No lo condeno, se supone que esa es la forma de empujar para cambiar el mundo, aunque sea a costa de cometer injusticias. Y sí, son las mismas mujeres, con que sólo hubiera una, ya son las mismas (las que practican y sufren la ablación, y las que empuñan un arma y expulsan al enemigo).

 

15 de febrero de 2015

Comentando la actualidad –pareciera a menudo— no hay lucidez posible. Más bien al contrario: comentando la actualidad, pareciera que lo más probable es que nos mostremos torpes e idiotas. La actualidad es una ciénaga poblada de buenos y malos. Se trata de dirimir todo el tiempo: bien o mal, mejor o peor, lamentable o certero, acierto o fracaso, bobo o listo, capaz o incapaz, nocivo o beneficioso… Y con los intereses de los grupos de poder en juego –impulsando, acotando, silenciando o interrumpiendo el debate—, mediatizando e instrumentalizando la razón y la verdad y el conocimiento, todo resulta bastante atronador y confuso. La actualidad es el ámbito de lo maniqueo. A veces resulta casi más idiota el que trata de matizar (o descompartimentar) un hecho de la actualidad, evitando incurrir en el maniqueísmo, que quien ofrece una opinión maniquea con todas las consecuencias. Ante lo tan reciente, mojarse pareciera necesario. Ante la actualidad, una pequeña parte de la humanidad (pues no lo hace todo el mundo, sino tan sólo unos pocos) reacciona y toma la responsabilidad de decir lo que está bien y lo que está mal: es algo absolutamente indispensable. Todos los grados de maniqueísmo y todos los intentos de matización resultan de interés en el momento de la reacción. Y hoy, al haberse incrementado tanto el número de voces que pueden (están capacitadas y disponen de los medios) comentar la actualidad, cada vez caben muchos más matices respecto de esta. Es un avance. Dirimimos más y mejor, de manera cada vez más compleja. De eso se trata. A veces parece un ruido ensordecedor y contaminador, tememos que nada de eso conduzca a ninguna cosa que merezca la pena, y necesitamos desconectarnos. Está bien, podemos participar o no participar. Podemos dedicar nuestros esfuerzos a la actualidad exclusivamente, o podemos dedicarlos exclusivamente a librar otras batallas, bien las íntimas y personales, bien las de mayor alcance intelectual; podemos participar sólo de manera esporádica, en ocasiones concretas, respecto de asuntos de actualidad específicos, o decidir que la actualidad no es nuestro campo de intervención en absoluto. Al fin y al cabo, otros lo harán por nosotros. Es más, hay quien no participa por no sentirse capacitado, sí, y también hay quien no lo hace sintiéndose estupendo respecto de quienes lo hacen, y sin embargo ello no parece que reste ni un ápice de relevancia o trascendencia o necesidad o pertinencia a ese acto de dirimir sobre lo que acaba de suceder. Qué sería de la humanidad si unos pocos no lo hicieran. Qué sería de la humanidad si otros pocos lo hicieran en vez de dedicarse a reflexionar de un modo mucho menos inmediato –menos apremiante— sobre todo aquello que no debe ser ventilado en términos maniqueos, sobre todo aquello que debe ser reflexionado aún un poco más y mejor.

 

20 de febrero de 2015

A algunos la realidad de las cosas no les estropea su compromiso ideológico sectario ni un poquito.

 

23 de febrero de 2015

En época de crisis financiera y social, vivimos, en parte, gracias a los excedentes. No hay trabajo. No hay posibilidades de crecer. Nos apretamos el cinturón. Y nos “comemos” todo lo que había de más a nuestro alrededor.

En el sistema económico en el que vivimos, producimos mucho más de lo que necesitamos. El crecimiento económico depende en parte de esa sobreproducción, que conlleva el consumo de bienes que no nos hacen falta realmente. El resultado es una vida opulenta, en la que tenemos más de lo que necesitamos de algunas cosas y eso es así casi todo el tiempo. Luego nos alcanza una crisis financiera y tiramos de todo eso que hay de más a nuestro alrededor y que nadie quiere o que, en otras circunstancias, no querríamos y hasta denostaríamos. Los más solidarios trabajan para la comunidad, emplean su tiempo (su excedente de tiempo) en beneficio de los más necesitados. Y, también, algunos de los que no están carentes de nada –o casi nada— de lo material, ofrecen una parte de lo suyo en caridad, deshaciéndose de lo que en ese momento no necesitan, sus propios excedentes o, si no, una pequeña parte de sus recursos.

No cabe duda, pues, acerca del papel extraordinario del excedente en este sistema económico capitalista en el que vivimos.

Ahora, por ejemplo, cuando a muchas personas les falta lo fundamental, produce tristeza observar en los rincones de nuestras casas y lugares de trabajo todo eso que fue adquirido en un momento en el que parecía que lo fundamental no iba a faltar nunca (a nadie o a casi nadie). Esos tristes rincones, los sentimos como decadencia chejoviana. Lo viejo obsoleto, inútil por superfluo, se estanca y es preciso una regeneración. El capitalismo es así, producimos ingentes cantidades de todo; consumimos lo que necesitamos, lo que no necesitamos y aún nos sobra de todo por todos lados. En lugares pequeños, mucho de lo que teníamos de sobra encuentra su momento de utilidad cuando llega el tiempo de las vacas flacas. Aun así, la contradicción entre lo que tenemos y no necesitamos y lo que necesitamos y no tenemos resulta, a menudo, flagrante. Individualmente, llega un momento en el que ya no sabemos cómo canjear lo que tenemos y no necesitamos por lo que no tenemos y necesitamos. Tal vez colectivamente sería un poco más sencillo.

Si se piensa o se sueña un estado racional y lúcido de las cosas, quizá, las propias instituciones pudieran liderar ese canje de excedentes por lo que le hace falta a la ciudadanía. Imagino a las instituciones organizando la logística de recolección de los excedentes de los ciudadanos para su posterior venta al por mayor en beneficio de los dueños de esos excedentes y del común. Merecería la pena quitarnos de encima todo lo que no necesitamos en pos de lo que sí.

 

4 de marzo de 2015

Qué país este, más exótico, ¿no?, en el que los principales premios literarios no se conceden a los mejores, sino a presentadores de televisión, etc. Cuando nos miran desde fuera, ¿no flipan? La “marca España” literaria, ¿no está desvirtuada, si es que un editor de fuera no puede mirar a los principales premios de España en busca de un autor al que traducir y publicar? ¿Hay algún país en el que el valor dinero se haya follado de este modo cualquier otro valor? ¿Y nos hemos acostumbrado a vivir en este lodo sin rechistar y hasta nos parece normal y no vemos cómo podría ser de otro modo? La vida es sueño, y los sueños, pesadillas son.

 

11 de marzo de 2015

La mala educación no es una película de Pedro Almodóvar. Si erradicáramos la mala educación (empezando por la nuestra, la de cada uno de nosotros), arreglábamos el mundo.

 

13 de marzo de 2015

Todos sabemos que las empresas que fabrican la ropa que vestimos han deslocalizado su producción y ahora la fabrican en países lejanos, en condiciones leoninas para los trabajadores, pero no parece que acertemos con un argumento que, de verdad, nos persuada de seguir vistiendo ropa de esas marcas. El argumento “normal” es: Vistiendo esa prenda estás explotando a un trabajador. Puede ser. Pero eso supondría que nos encontramos del lado (en el bando, en la facción) del explotador. Sin embargo, la coartada del empresario para obligar al trabajador en India es mantener unos precios competitivos en nuestro país, unos precios asequibles para nosotros. Nuestra necesidad de ropa barata, acorde con nuestro bajo poder adquisitivo, nos haría, supuestamente, dependientes de que un empresario explote a los trabajadores en otro país. No querremos que nuestra camisa cueste el doble o el triple: con nuestro sueldo o nuestro paro o nuestra pensión no podríamos pagarla.

En realidad, nuestra miseria se corresponde con la miseria del explotado que manufactura nuestra ropa. Nuestra culpabilidad nos quiebra y nos convierte en mezquinos, pero no somos nosotros los que estamos encima, poderosos, explotando, sino el empresario, cuya posición poderosa, explotadora, nos iguala a consumidores y manufactureros. Los pobres o empobrecidos siempre se encuentran en el mismo bando, en la misma facción, da igual que haya una gran diferencia de poder adquisitivo y de condiciones laborales entre el trabajador de un lugar y el de otro. Lo cierto es que el trabajador que fabrica nuestra ropa en condiciones de explotación y nosotros somos lo mismo.

Si nos doblaran el sueldo (el paro, la pensión) a nosotros –los trabajadores esclavizados que nos manufacturan la ropa en otros países—, desaparecerían.

 

29 de marzo de 2015

Cuántos libros has publicado, cómo se titula tu último libro, ¿eres famoso?, me preguntaba un niño de 9 años hace un par de días, así, con la insolencia de una metralleta.

¿Fuiste futbolista? ¿Por qué no eres millonario?, me espetó a continuación, sin que le hubiese contestado a lo anterior.

Me encogí de hombros. No me interesaba tanto responderle como asistir al espectáculo que me estaba ofreciendo: niño pequeño con una sonrisita de lo sé todo y te lo voy a espetar a la cara.

Mucho me temo que, aunque le hubiese contestado que tal vez me conozca alguna gente, no, no soy famoso en el sentido que él me lo preguntaba. Y más bien muy pocos futbolistas son millonarios, pero si se lo digo seguro que me mira de arriba abajo con la suficiencia de haber descubierto mi fracaso. Ellos, los niños pequeños, parecen tener muy claro qué es lo que importa en la vida: dinero y fama.

Por eso no me extrañará que, en el futuro, cada vez más y más personas cometan las mayores atrocidades en nombre del dinero o la fama. Como viene sucediendo…

El copiloto del avión estrellado en los Alpes franceses afirmó que todo el mundo le conocería. Luego, parece que estrelló el avión con 150 personas a bordo, matándose y matándolos. Tenía razón, ahora todo el mundo sabe quién es.

Aunque la fama no sea el único factor interviniente en este caso, hay que recordar que la fama, en sí misma, no es un valor. No lo es ni ético ni moral. El dinero tampoco.

Aunque a veces lo parezcan.

Y ahí estamos, entre los viejos valores debilitados y los nuevos débiles valores que ni lo son.

Pero no quisiera yo sonar ni muy trágico ni muy conservador. Para atrás no volveremos.

 

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