Alepo
Por Carlos Almira , 18 diciembre, 2016
Hay infamias que van más allá de lo político, y para las que no hay palabras. La destrucción de Alepo y el genocidio en esta ciudad y en otras de Siria, se cuentan sin duda alguna, entre ellas. Todos los responsables de esta guerra, de esta masacre, son sin distinción ni excusa posible, unos criminales, cuyo nombre ni siquiera merece ser mencionado. Algún día lo pagarán, de un modo u otro. Ya lo están pagando, como decía el poeta Kavafis, conviviendo consigo mismos. Nunca podrán escapar del infierno y de la mala gente que son, ni borrar, ni menos aún reparar todo el mal que han hecho. La muerte y la destrucción de tantas vidas y familias, de tantas personas inocentes, de niños, pesará sobre ellos para siempre. Yo los maldigo. Ojalá paguen todo el mal que han hecho y que han permitido hacer.
Se acerca la Navidad y nuestra podrida Europa, que ha cerrado hace tiempo sus puertas a tantos desgraciados, rebosa de felicitaciones y buenos deseos. Cada cual, y me incluyo, procura preservar su humanidad, y es verdad que los ciudadanos de a pie no podemos sino asistir impotentes, a este genocidio. Pero en vez de llenar las calles con bolsas de El Corte Inglés, bien podríamos llenarlas con pancartas y manifestaciones contra nuestros asesinos. Porque son nuestros asesinos.
Valgan, a modo de recreación literaria, estas palabras de mi Jesuá, que podrían haber sido gritadas a pleno pulmón ante Auchwiz, como ahora ante Alepo:
Al día siguiente una muchedumbre de desgraciados se agolpaba ante la casa donde descansaban después de la caminata. Jesuá se abrió paso a golpes y se encaminó hacia un pequeño montículo bastante empinado que había a las afueras de Cafarnaum. Caminaba abstraído, despacio, como si pasease completamente solo por el campo. Al llegar, se encaramó a lo más alto de un repecho; cuando por fin se hizo un poco de silencio, empezó a decir:
“¡Bienaventurados los pobres porque ellos solos van a entrar en el Reino de Dios en la tierra!
¡Bienaventurados los despreciados, los mendigos, los ladrones, las prostitutas, porque muy pronto van a acabar todos sus padecimientos!
¡Bienaventurados los leprosos, los repudiados, porque enseguida van a ver con sus propios ojos y a tocar con sus propias manos la tierra prometida!
¡Bienaventurados los humildes, los que se compadecen y ayudan a los demás, porque muy pronto van a disfrutar de la tierra renacida!
¡Antes de que crezcan vuestros nietos veréis al Hijo del Hombre bajar en un trono desde el cielo y arrojar toda la cizaña y el mal de la tierra!
¡Los que ahora mandan, engañan, roban, van a precipitarse en el abismo de la Muerte!
¡Pero vosotros no llegareis a probar la muerte, vuestros cuerpos son la obra más preciosa de Dios y no van a perecer ya aquí!
¡Los cuerpos de todos los que han sido justos antes que vosotros, y que han amado la obra buena de Dios, se van a levantar de sus tumbas para vivir con vosotros para siempre aquí!
¡Bienaventurados los que no esperan ni aman otro mundo, sólo este mundo, porque han de verlo realizarse pronto, triunfar de la muerte convertido en el Paraíso cuando venga el Hijo del Hombre!”
Jesuá siguió hablando aún largo rato.
Feliz Navidad, Europa.
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