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Algunas reflexiones tras las marchas del 22M

Por Agustín Ramírez , 3 abril, 2014

Ya ha transcurrido una semana desde que las Marchas por la Dignidad llegaron a Madrid el 22 de Marzo y es hora de sacar algunas conclusiones, no al calor de lo sucedido sino al frío del paso del tiempo y con la perspectiva de la distancia.

Si me quiero consolar veo como más positivo el número de gente que llegó a Madrid desde toda España y la gran manifestación que en el centro de la capital se produjo, aunque hubiese medios informativos, tanto de prensa como de radio o de televisión,  que difundían la cifra dada por la policía -20.000 personas- cuando a todas luces el número de manifestantes era muy superior, estudios hay que indican que una cifra cercana al millón de personas sí era más ajustada a la realidad. Pues bien, eso no es lo más significativo; lo que ha quedado de esa manifestación es la imagen y el derroche informativo de unos actos de violencia que se produjeron al final de la misma, obviando siempre que la Policía ya empezó a cargar contra los manifestantes, antes incluso de que el acto hubiese terminado.

En los medios de comunicación antes citados y que, no por casualidad, son los de mayor difusión y de más fácil e inmediato acceso, la referencia constante durante toda la semana ha sido el culto a un pacifismo angelical frente a una violencia demoníaca. Pues bien, hora es de desentrañar qué se esconde tras ese pacifismo angelical que me recuerda más a la paz de lo cementerios que a la estable inestabilidad que produce el camino hacia la justicia social.

La necesidad enfermiza de la existencia de un pacifismo social no es compatible con la convivencia de la injusticia social y de la desigualdad social. El Gobierno y sus adláteres ya se han pronunciado a favor de una restricción del derecho de manifestación, invocando una nueva regulación del mismo –de carácter restrictivo, por supuesto- por  los inconvenientes que dichas manifestaciones provocan y, de repente, se convierten en adalides de los pequeños comercios, de los edificios históricos, de los turistas y de todo aquello que pueda suponer una incidencia en la vida económica, llegando al punto hilarante de que no se ponen de acuerdo ni en el Ministerio de Justicia, ni en el Ayuntamiento de Madrid ni en la Delegación del Gobierno. En definitiva, la única conclusión que el Gobierno, en sus distintos escalones, ha sacado de aquellas Marchas y de aquella manifestación es que hay que imponer más orden aunque sea a costa de restringir el derecho de manifestación; de los motivos de aquellos actos –Marchas y manifestación- ni una palabra, les importa un rábano el incremento de la desigualdad social, lo mismo que no les importa la pobreza infantil, el número  de familias sin ingresos, de desahucios de viviendas, de parados sin prestaciones ni coberturas. Su indiferencia llega  hasta tal punto que el ministro Montoro se permite criticar el informe de Cáritas sobre la “pobreza infantil” diciendo que “no se corresponde con la realidad porque sólo se basan en mediciones estadísticas”; ¡declaran a Cáritas como una organización peligrosamente radical!,¡mayor desvergüenza, imposible¡.

Y aunque digan que todo lo anteriormente citado les preocupa y que trabajan para su solución, mienten como bellacos, tanto cuando legislan favoreciendo a los poderosos, como cuando no legislan a favor de los más necesitados.

Frente a las cifras de incrementos de desahucios de viviendas, el Gobierno no toma ninguna medida para parar esta sangría, prefiere que la gente se quede en la calle, que la vivienda se quede vacía y que, además, el banco que se queda con la vivienda rara vez pague los impuestos locales y los gastos de comunidad que le corresponden.

Frente al incremento de familias sin ingresos o de parados sin cobertura, solo se les ocurre legislar una reforma laboral que favorece y abarata el despido, una modificación del cálculo de las pensiones para que estas cada vez sean menores y que las ya existentes pierdan poder adquisitivo frente al coste de la vida.

El fraude fiscal, las Sicav, los paraísos fiscales son conceptos anacrónicos de gente mal intencionada que solo quiere socavar la sacrosanta economía de libre mercado, como si los demás no supiésemos ya que su mercado no es el nuestro –el de la compra diaria- sino el de la libre circulación de capitales –frente a la restricción de la circulación de personas-, el de la especulación, incluso con las materias primas más básicas; en definitiva, su mercado es aquel en el que el pez grande se come al  chico.

Y yo me pregunto, ¿el mantenimiento y la agudización de la desigualdad y de la injusticia social no es una forma de violencia? Tanto como la violencia física que se produjo en la noche del 22M y de la que no olvidemos que, si bien una parte fue iniciada por personas, aparentemente partícipes de la manifestación, otra parte fue iniciada por Fuerzas del Orden, ¿o quizás fuesen de desorden?, tan organizadas ellas que hasta han declarado no saber lo que tenían que hacer.

Pero no nos preocupemos que con este Gobierno los males no pasan a mayores; si alguien quiere investigar los crímenes del franquismo, acaba expulsado de la carrera judicial; si alguien quiere investigar los engaños a los ciudadanos por una gran caja, acaba fuera de la carrera judicial; si alguien se quiere manifestar, esperen un poquito, que vamos a cercenar ese derecho y que se vayan a manifestar, en todo caso, donde ni molesten, donde ni se les vea, donde ni se les oiga; entonces dónde, se preguntarán, en ningún sitio contestarán ellos, es nuestro próximo objetivo.


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