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Amor a cuatro

Por Jordi Junca , 16 septiembre, 2015

A Florentina le gustaba David, pero David ya hacía tiempo que mantenía una relación bastante estable con Luisa. A ese pequeño inconveniente había que añadirle el hecho de que Florentina, a su vez, compartía su vida con Keylor, y aunque al principio intentó disimularlo, lo cierto es que se la notaba rara, distante, como si le faltara algo. La verdad es que no había tenido mucha suerte con los hombres, sobre todo teniendo en cuenta su dramática separación con Iker hacía apenas unas semanas. Ahora lo único que quería Florentina era recuperar la ilusión, sentir de nuevo las mariposas en su estómago, pero por mucho que lo intentara, y aunque pretendiera estar de nuevo en su sitio, lo cierto es que Keylor no era Iker.

En cambio, David era David y no era exactamente lo que había sido Iker, pero sus similitudes en cuestiones como la nacionalidad, el color de la piel, su temperamento, y en fin, ese tipo de cosas, lo convertían en el candidato perfecto, o por lo menos en un candidato mejor de lo que había demostrado ser Keylor. Así que Florentina contactó con él por correo, después se enviaron mensajes y hablaron incluso por teléfono. Sin embargo, toda historia tiene sus complicaciones, y en este caso el problema era sobre todo Luisa. Llegados a este punto, David le prometió a Florentina que hablaría con ella.

Pero a ella, por supuesto, también le gustaba (y mucho) David, y claro, en su opinión las cosas estaban bien tal cual. En efecto, Luisa creía que igual que habían sido felices hasta entonces, podían seguir siéndolo en el futuro. Le pidió a David que se quedara, le dijo que no había motivo alguno para cambiar las cosas, que al fin y al cabo lo que le ocurría a Florentina no era más que despecho y capricho, y que a las primeras de cambio se iría con cualquier otro como había hecho otras tantas veces. Que sí, que eran felices allí en Inglaterra, y no había nada que indicara que volver a España fuera la decisión correcta.

David, no obstante, y secretamente, quería ser el nuevo Iker. No podía resistirse a la idea. Florentina era una de esas mujeres difíciles de rechazar. Así que una tarde de domingo se sentó con Luisa en el sofá de casa, y le dijo que lo sentía, que no era ella sino él, que en fin, necesitaba un cambio, que lo de Inglaterra era lo suyo pero ahora le seducía la idea de volver a casa. Entonces a Luisa se le cayeron las primeras lágrimas, después pateó el suelo, y finalmente se quedó quieta, con aquella mirada fría como el hielo y esa mueca perversa. David sabía lo que significaba. Para ella, para Luisa, las cosas no iban a quedarse ahí.

Al mismo tiempo, allí en Madrid, Florentina tomó lo que tenía que ser un último café con Keylor, y confesó lo que por aquel entonces era ya evidente. Había otro hombre en su vida. Lo sentía, no era él sino ella, a veces las cosas dan un giro inesperado. Keylor abandonó el café con dignidad, y las lágrimas no se precipitaron hasta que estuvieron fuera del alcance de la arpía de Florentina. Lo cierto es que los días siguientes tampoco fueron fáciles para ella. Cuando sus familiares y amigos se enteraron de lo que había hecho, se cruzaron todos de brazos y negaron con la cabeza. No, nadie la respaldó. Todos se habían encariñado con el bueno de Keylor. Un tipo sobrio, serio, capaz de proteger a Florentina y a su familia. Uno de aquellos hombres que jamás se meterían en líos. Uno de aquellos hombres que le gustaban incluso a las suegras.

Por si esto fuera poco, al cabo de unos días Florentina se enteró de que Keylor ya buscaba la manera de rehacer su vida. Al parecer, su última pareja había empezado a sentir simpatía por Luisa, pues al fin y al cabo estaban pasando por lo mismo, y tal vez juntos pudieran superar aquel golpe tan duro, sanar las heridas de un pasado que se antojaba cruel y triste. Por su parte, lejos, allí en el norte de Inglaterra, David leyó cierto mensaje. Resultaba que Luisa, en secreto, había mantenido largas conversaciones con Keylor. Fue entonces cuando descubrió que éste había comprado los vuelos rumbo a Manchester, y que ambos habían planeado intentarlo y olvidar así las fechorías de sus ex parejas.  A él no le importaba, al fin y al cabo estaban en su derecho. A Florentina, en cambio, a Florentina le asolaron los remordimientos y sobre todo la duda.

Un 31 de agosto Keylor se encontraba en el aeropuerto de Barajas dispuesto a coger ese avión. Pensaba en todo lo que dejaba atrás y todo lo que, al mismo tiempo, le esperaba al otro lado del canal de la Mancha. Era cierto, todavía le quedaba algo de Florentina, pero precisamente por eso tenía que irse, irse lejos y dejar que el mar se llevara consigo todo recuerdo. Había una cola bastante larga frente al mostrador de facturación. Iba bien de tiempo, así que no había de qué preocuparse. Y, de repente, entre el natural popurrí de conversaciones que flotaban en el aire, le pareció escuchar la voz de Florentina. Sí, desde luego tenía que hacer aquel viaje antes de que se volviera loco del todo. Pero entonces volvió a escuchar su voz: ¡Keylor, Keylor! Y sí, allí estaba Florentina, corriendo a su encuentro, con lágrimas en los ojos, extendiendo los brazos en busca de un abrazo.

En aquel preciso instante, allí en Manchester, David volvía de comprar unos donuts en el supermercado. Sí, estaba preparado para lo peor. Pero cuando entró en casa, algo había cambiado. Ya no se respiraba aquel aire viciado, como si alguien hubiera destensado aquella cuerda que había estado a punto de romperse. Lo cierto es que aquello le gustaba y le disgustaba a partes iguales. Todo aquello era raro. Muy raro. Entonces vio a Luisa tumbada sobre el sofá. Se instaló el silencio apenas unos segundos. Y cuál fue su sorpresa cuando, al volverse hacia él, el rostro de ella mostraba la más amplia de las sonrisas.

 

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