Ángeles y demonios
Por Jordi Junca , 10 noviembre, 2014
Ocurría durante la semana pasada: un resultado escandaloso en un partido de fútbol llenaba las páginas de diversos medios deportivos y generales. No se trataba ni del Barça ni del Madrid, ni siquiera de un Getafe – Córdoba. Al parecer, el Aznalcázar Atlético le endosó hasta 53 goles al Palomares Junior. Lo curioso del caso es que hablamos de dos equipos andaluces de categoría alevín o, dicho de otro modo, dos plantillas compuestas por niños de entre 11 y 12 años. Es curioso y triste lo mediático de esta noticia, pero es cierto que los acontecimientos tuvieron consecuencias serias y noticiables. En efecto, lo abultado del marcador ha provocado que el club vencido haya decidido retirarse de la competición. El equipo vencedor, en cambio, solo ha sido advertido y, en todo caso, condenado por la opinión pública y los medios.
Mucho se ha hablado y debatido sobre el fútbol formativo. Algunos dirán que la competitividad es positiva, otros dirán que es viciosa. Los primeros defienden que la competición estimula el afán de superación, mientras que los segundos aseguran que puede conducir al desprecio. En cualquier caso, muchas voces afirman que la culpa de lo ocurrido recae en los entrenadores del Aznalcázar. A ellos se les acusa de adoptar una postura destructiva, que en una situación de clara superioridad desemboca en la humillación.
En este contexto, entendemos que, si bien el superarse cada día es una actitud loable, ésta se convierte en una falta cuando se hace a costa de los demás. De hecho, si el rival no ofrece demasiada resistencia, esa mejora que estamos buscando no puede darse. Así pues, una victoria que no entraña ninguna dificultad no es ni útil ni pedagógica. Digamos que no hay superación posible. En realidad, lo que hacemos es poner la desgracia del prójimo al servicio de la propia felicidad. Está claro, un niño difícilmente va a llegar a esa conclusión. Eso es cosa de los adultos, quienes, en el caso que nos ocupa, prefirieron mirar hacia otro lado.
No obstante, me gustaría señalar que la responsabilidad no es única y exclusivamente de los monitores. Quisiera ir un poco más allá: que la competitividad excesiva en el fútbol formativo es nociva quizás es demasiado evidente. Qué ocurre, sin embargo, cuando esas actitudes que tanto se critican en las categorías inferiores se dan en los partidos de los mayores. Recuerdo los cinco dedos de Piqué, los cortes de manga de Pepe en la final de copa o sus dos manos extendidas indicando el diez de la décima. Escupitajos varios de Diego Costa a Sergio Ramos en aquel derbi, o, qué sé yo, las declaraciones de José Mourinho en las salas de prensa. Todas esas cosas que demuestran que todo es justificable siempre y cuando se obtenga la victoria. Todas esas cosas que luego los entrenadores tienen que condenar, aun cuando los niños lo ven cada fin de semana a través de la pantalla o en el propio campo.
Por último está el papel que juegan los aficionados; hablamos de padres, madres, hermanos y hermanas mayores. Esa elegancia al insultar al enemigo, ese placer que sentimos al recordarle a nuestro compañero merengue aquel 5-0. Qué decir de esas imágenes a cámara lenta, donde se ve al jugador visitante celebrando un gol y, justo detrás de él, decenas de personas señalándolo con un dedo que no es el índice. Se ha criticado muchísimo al cuerpo técnico del Aznalcázar y, a pesar de todo, creo estar en lo cierto cuando digo que el fútbol saca lo mejor y lo peor de todos y cada uno de nosotros. Como diría aquel entrenador portugués, tal vez estemos siendo un poco hipócritas. La verdad, aquí hay pocos ángeles y demasiados demonios.
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