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Anthony Powell y el orden de un arte imperecedero

Por José de María Romero Barea , 6 octubre, 2017

Incluso las invenciones cómicas más surrealistas y grotescas de un autor tienen sus equivalentes fácticos y sus orígenes en su biografía. El conocimiento de las fuentes secundarias obliga a lectores y críticos a buscar sin descanso el patrón autobiográfico en esa alfombra ficticia. En la vida del novelista inglés del siglo XX Anthony Powell (Westminster 1905 – 2000), la peripecia vital y la literaria están tan entrelazadas que, para el observador externo, es casi imposible distinguir dónde termina la realidad y dónde empieza la ficción. Su genio se despliega en los doce volúmenes de Una danza para la música del tiempo (1951-1975; Anagrama, 2006). Su lectura ininterrumpida consigue que el doloroso absurdo de la existencia nos parezca real y surreal al mismo tiempo. Su magia reside en ese improbable espacio satírico presidido por la imaginación del moralista.

La nueva biografía del autor a cargo de Hillary Spurling (Hamish Hamilton Ed., 2017) no busca revalorizar sus logros como escritor, sino pintar un retrato del ser humano. Consigue la investigadora británica re-iluminar muchas de las claves y temas de la vida de Powell, en opinión de la periodista Laura Freeman: los amigos (el compositor Constant Lambert, el historiador y escritor de arte Gerald Reitlinger, el periodista Malcolm Muggeridge y, por supuesto, George Orwell), su matrimonio con Violet Pakenham en 1934, la inestabilidad financiera, la inminencia de la guerra y la depresión recurrente.

La trayectoria literaria del llamado “Proust británico” nos muestra a un escritor profundamente inseguro, incorregiblemente divertido, de lleno en el corazón del establishment de preguerra. Su fascinación por la aristocracia permea unas páginas donde se reúnen, como en un coctel enfermizo, la alta sociedad y el chisme sub literario. Inspirada en la pintura de Poussin del mismo título (que puede verse en la Wallace Collection, en Londres), Una danza supone un acto sostenido de venganza contra la realidad, la crónica de una deserción implacable. Una autobiografía en sí misma, de forma nostálgica, velada. La vida en toda su absurdidad, desilusión y amargura personal, inserta en una ficción duradera y memorable. Powell, sostiene su biógrafa, escribe con admirable fluidez: busca registrar la imbricación de las relaciones humanas a lo largo de la existencia. No se detiene en referencias crípticas o herméticas. Su vida amuebla el material, pero, crucialmente, es su sentido del humor el que lo transforma. Después de Anton Chekhov, concluye, nadie ha descrito mejor la injusticia esencial del universo y su indiferencia brutal.

El artículo “Into de vortex of Widmerpool”, incluido en la entrega de octubre de 2017 de la publicación londinense Standpoint, supone una fiesta en recuerdo del escritor británico. Creo que el mismo Powell no hubiera sido ajeno a este homenaje de dos reconocidas expertas en su obra. Sostiene la periodista Laura Freeman que esta nueva biografía es un examen de la forma en que vida y obra interactúan. Como ella misma señala, Powell es un escritor esencialmente autobiográfico. Su desafío consistió en tomar el caos de la vida y tratar de transformarlo en el orden de un arte imperecedero.


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